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La noche del viernes quedé con Rafa para cenar en alguna terraza y disfrutar con una cerveza del poquito fresco que se levantaba a partir de las diez de la noche. Decidimos ir a un bar situado en los márgenes del Guadalquivir. La cercanía a sus aguas refrescaba el ambiente y hacía más agradable cualquier tipo de actividad.

Tras narrarle mis primeras andanzas, dijo:

—Has aprovechado el tiempo más de lo que imaginaba. No tengas prisa. Recelan de todo lo que suponga una variación en su forma de percibir la normalidad, por muy pequeña que sea. Además, no olvides que son muy peligrosos.

—Entiendo. Gracias por los consejos —manifesté con la boca chica, ocultando una sensación de desasosiego.

Su tono cambió de forma sustancial desde los primeros contactos. Tanto los acordes de su voz como su juego gestual ahora no incitaban a la aventura, sino a la mesura. ¿Habría tenido alguna experiencia peligrosa que no me había contado? ¿O tal vez pensaba que, una vez contagiada la insensatez, lo mejor era dejar que esta actuara como le correspondiera?

—Tengo que contarte lo último de Abdel.

—Adelante —le inquirí.

Pasaba por un momento muy delicado. No asimilar el fracaso de su relación con Adira le llevaba a una deriva cada vez más peligrosa. Descubrió que estaba saliendo con Teo, sin tener la menor idea del energúmeno que era, claro está. Corrió el bulo de que Adira era una puta, que renegaba de su fe y abrazaba muchos de los preceptos de la religión católica. A su vez, Kadar Adsuar, que no tenía un pelo de tonto y sabía sacar a la desesperación de los individuos un gran partido para sus intereses, hizo suyo el grito de ira de Abdel. De esta forma, conseguiría adherirlo a la yihad, si es que no estaba ya suficientemente comprometido.

Ambos coincidimos en sospechar que, por el camino que iban los acontecimientos, sería muy difícil que Teo y Abdel no se encontraran. Su enfrentamiento podría tirar por tierra todo el plan de neutralizar tanto el entramado wahabista de Kadar Adsuar como la organización criminal de Wagner Soto. Al mismo tiempo, aumentaban las posibilidades de que Adira pudiera sufrir la cólera de Abdel ante el cinismo de Kadar y sus secuaces. Esto último era lo que más nos preocupaba.

Se intuía que el trío formado por Abdel, Ezequiel y Faisal se preparaba para un nuevo golpe. Abdel comunicó que la siguiente semana no podría asistir a clase. Ezequiel, por su parte, no tenía problema alguno para actuar. Todo su mundo era el locutorio de Kadar y la nueva mezquita que acababan de abrir en sus inmediaciones. Sin embargo, entre el guía espiritual de este reciente templo y Kadar Adsuar existían oscuras rencillas. Faysal era autónomo; cuando le parecía oportuno cerraba su negocio sin dar explicaciones a nadie.

—Teniéndolo todo tan controlado, ¿no lo van a impedir? —pregunté de manera incauta.

—En absoluto. No tendría justificación alguna. Son solo tres desgraciados dentro de la pirámide que dirige Kadar. Detenerlos ahora en cualquier golpe solo serviría para poner en alerta al clan yihadista y, con toda probabilidad, la pena que les caería no superaría los dos años. Por lo tanto, no entrarían en prisión. Antes de hacer redada alguna, pretenden acumular pruebas sobre la conexión entre Kadar y los terroristas de la organización saudí.

Puse cara de perplejidad al tiempo que asentía con la cabeza en señal de comprensión. Desde que llegué a Córdoba y me reuní con Rafa, no había una sola ocasión en la que al terminar nuestra conversación no me sintiera sorprendido y receloso al mismo tiempo.

—¿Has vuelto a tener contacto con Elo?

—Solo por WhatsApp —contesté, afectado.

Ni mi antigua novia ni yo nos resignábamos a pasar página. Cada tres o cuatro días nos escribíamos algo absurdo para mantener de manera asistida una relación en coma irreversible.

—Quizá no todo esté perdido.

—Lo suficiente.

Es cierto, hay que perder mucho para renunciar a lo que se tiene, sobre todo si lo que se tiene responde a una obstinación caprichosa del entorno que te rodea.

—Todos hacemos concesiones.

—Hasta un límite.

Rafa seguía pensando que mi amor por Elo podía reflotar. Estaba convencido de que era lo mejor para los dos. Se equivocaba. El paso del tiempo rebaja las expectativas y obliga a conformarse con versiones low cost de lo que se soñó, pero cuando lo que compensa deja de ser una opción no hay que dejar que la inercia de compromisos absurdos te arrebate otras opciones.

—Nadie como uno mismo para calibrar pros y contras.

—Dejemos para otro momento esta historia. Estamos de vacaciones. Hagamos algo divertido.

Le sugerí subir al centro de Córdoba y tomar alguna copa de manera relajada. Estaría prohibido hablar una sola palabra más de la empresa que pretendíamos llevar a cabo y de amores pasados. Así lo hicimos. Nos encajamos en la calle Teniente Braulio Laportilla, donde se encuentra un bar de copas llamado Long Rock. Nos agradaba mucho la música que pinchaban en ese local. Escuchando grandes éxitos de artistas tan variopintos como Michael Jackson, Elvis Presley o Loquillo transcurrió aquella velada premonitoria sobre lo que iba a acontecer en un futuro no muy lejano.

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