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LAS DOS ALIANZAS O DOS MINISTERIOS

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Pablo intensifica en esta carta con gran claridad la división entre dos alianzas, un ministerio antiguo o «de muerte», y otro nuevo o del Mesías, y habla de dos épocas. El vocablo «ministerio» debe entenderse como «economía o plan divino» para un momento de la historia humana.

El nuevo «ministerio» comienza con la llegada de Jesús. El ministerio de la muerte y la condenación hace referencia a las funciones de la Ley hasta la llegada del tiempo mesiánico: es el tiempo de la «alianza primera» o «antigua». Ese ministerio es de «muerte» porque la Ley es incapaz de dar vida, ya que es imposible cumplirla entera; su función se restringe a menudo y, de hecho, a señalar que se cometen infracciones. Para Pablo, el tiempo hasta la época mesiánica está gobernado por el Pecado y conduce a la Muerte (personificados). Esta idea aparece muy clara en Rm 7,8-11, aunque nunca debe pensarse que la Ley en sí ha sido concebida por Dios para la condenación, sino para señalar las transgresiones (Gal 3,19). Pablo está pensando que en esos momentos se está antes de la venida del Mesías, en la «primera alianza».

El segundo ministerio es el «ministerio de la justicia», y significa que la declaración del hombre pecador como justo ante Dios tanto para judíos como gentiles —la «justificación por la fe»— solo se logra plenamente en la era mesiánica, por medio de la «ley de la fe», es decir, la ley mosaica vista desde la óptica que proporciona la creencia en el Mesías (Gal 2,20; 5,6; Rm 3,27; 14,22-23). Por consiguiente, Pablo y sus ayudantes en el tiempo mesiánico colaboran para que se desarrolle este ministerio, que es la «segunda alianza».

La «nueva alianza» es concebida por Pablo al estilo de la alianza del mismo nombre en el profeta Jeremías, que se refiere naturalmente al pacto de Dios con Abrahán narrado a partir de Gn 12 y que es el origen del pueblo elegido. Solo que en Pablo hay una novedad: abarca también a los gentiles convertidos al Mesías de Israel. A este conjunto profético parece referirse Pablo cuando habla de «alianzas», en plural, en Rm 9,4: «Los israelitas, de los cuales es la filiación, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas». En Gal se ha encontrado también el concepto de «dos alianzas» en 4,21-31. Dentro del conjunto del pensamiento paulino no puede dudarse de ningún modo de que Pablo está pensando en una doble alianza intrajudía, al estilo de Jeremías y también de Ezequiel, en 11,9 y 36,26-27, donde Dios promete cambiar el corazón de piedra de los israelitas y sustituirlo por un corazón humano, de carne. Entonces al infundir en ellos su espíritu, los israelitas se conducirán según los preceptos de Yahvé. Por tanto, si esta es su fuente de inspiración, Pablo no está quebrando el marco de su religión, ni superando el judaísmo en general con nuevas ideas.

En 1 Cor 11,23-26 («Esta copa es la nueva alianza en mi sangre»), el vocablo «alianza» se interpreta de igual modo: si hasta entonces la «nueva alianza» no es estrictamente nueva, sino expansión de la «antigua», no hay motivos para pensar que Pablo se desautorice a sí mismo en este pasaje cambiando de idea sin señalarlo. La lógica interna paulina de las dos alianzas es que la antigua se hace «nueva» por el Mesías y su Espíritu. Estos dos realizan aquello que la Ley no pudo lograr al estar debilitada por la carne y el Pecado (Rm 8,3 y 9,31).

Fuera de la correspondencia con los corintios hay otro pasaje que afecta al concepto de alianza referida a Israel: Rm 11,25-29 (el endurecimiento de corazón respecto al Mesías que ha sobrevenido a Israel durará hasta que entre la plenitud de los gentiles). De acuerdo con este pasaje, el libertador que viene de Sión es el Mesías; el que borra los pecados es Dios, pero solo si se acepta a su Mesías, al que Israel reconocerá cuando entre la plenitud de los gentiles determinada por él en la nueva familia divina.

En síntesis: la lógica paulina de las dos alianzas es que la antigua se hace nueva por el Mesías y su Espíritu. Estos realizan aquello que la Ley no pudo lograr al estar debilitada por la carne y el Pecado. Y como contrapartida, si los judíos se quitan el velo que cubre su intelección de la Ley aceptando al Mesías, la Ley misma cambiará de sentido: su cumplimiento en la fe y en el Espíritu hará que sea «ley de la fe» y que Dios compute su observancia como justicia, puesto que la Ley queda libre de la opresión del Pecado que le impedía ejercitar las funciones para las que en principio estaba destinada.

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