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Ataque de Pablo a la idea de formar partidos o facciones

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Pablo no puede admitir que se formen facciones religiosas basadas en una adhesión a personas, aunque estas hayan impartido el bautismo (3,5-9). Lo único que importa es Cristo Jesús: él es el que otorga el crecimiento en la fe. Por ello la expresión «en Cristo» (que normalmente traducimos por «en el Mesías») se repite nueve veces en los diez primeros versículos de la carta. Aceptar diferencias entre mediadores humanos del evangelio es, según Pablo, propio de gente poco formada, carnal, no espiritual (3,1). Pablo vuelve a este tema en 3,5-16 + 4,1-13. Estos dos pasajes tienen una idea principal: la fe es como una semilla de Dios; los misioneros pueden contribuir a plantarla o a regarla, pero es el Dios único el que otorga el crecimiento. Por tanto, es absurdo crear facciones dentro del movimiento de seguidores de Jesús.

Esta idea fundamental sirve de paso a Pablo para defenderse de sus detractores (9,3) y formular una ardorosa apología de su condición de apóstol (3,10 y 9,1-23) y de su modo de entender el apostolado, eminentemente escatológico y apocalíptico que se parecía mucho al de estos entusiastas «espirituales». Tras alguna de estas facciones late un tipo de misión judeocristiana, helenística, de lengua griega, que no está de acuerdo con Pablo en su modo de entender el seguimiento al Mesías. Pablo se había presentado ante los corintios con un mensaje de tintes entusiásticos, movido por el Espíritu, en el que la esperanza de la llegada del final tenía un enorme peso. Su renuncia a la familia y al dinero fácil, sus señales y milagros (2 Cor 12,12) y sus carismas espirituales (1 Cor 14,18) iban bien de acuerdo con la espera ardiente de un fin del mundo próximo y probablemente contrastaban con el comportamiento de sus detractores.

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