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OTRAS NOCIONES TEOLÓGICAS IMPORTANTES Pablo y el judaísmo

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Dentro del capítulo 7, tan centrado sobre el tema del matrimonio y la virginidad, hay un apartado, breve pero muy importante sobre la postura de Pablo acerca del judaísmo: la observancia de la Ley y la alianza del pueblo elegido con Dios (7,17-24). En contra de la opinión vulgar que piensa que con la venida del Mesías Dios ha instituido una alianza novísima que sustituye a la antigua, debe defenderse que en el pensamiento global de Pablo parece absolutamente impensable que la venida del Mesías acabe con la alianza establecida por Dios con Abrahán y su descendencia y la distinción de dos «pueblos» en el mundo, los judíos y los gentiles, distinción querida expresamente por Dios. Los designios de este son irrevocables (Rm 11,29). Quizás lo más importante de este pasaje es que Pablo hace una afirmación indirecta de la validez de su religión judía ante preguntas de sus interlocutores gentiles. Al sostener que el llamado por el Mesías no «rehaga su prepucio» (había apóstatas del judaísmo que se hacían operar por famosos cirujanos de la época para ocultar su circuncisión), lo dice también de sí mismo. Según esta afirmación, parece imposible defender que Pablo abjuró del judaísmo. Según la Promesa, Abrahán será padre de los judíos y de numerosos pueblos. Pablo deduce las consecuencias: los gentiles no pueden convertirse en judíos, porque entonces ¡habría un solo pueblo! Por tanto, los judíos también han de seguir siendo tales tras creer en el Mesías. Tres veces repite Pablo esta admonición (7, 17.20 y 24). De ningún modo quedan exentos los judíos creyentes en el Mesías de observar la ley mosaica completa.

Pero a la vez defiende Pablo que el que ha sido llamado como gentil a responder con un acto de fe a la proclamación del Mesías, no necesita en modo alguno circuncidarse ni observar las normas de la alianza del Sinaí que se refieren a los judíos, sencillamente porque no se hace judío. Pablo defiende esta doctrina a pesar de las opiniones de algunos adversarios. Lo que importa es observar las normas o preceptos que Dios ha dispuesto para la plenitud de los tiempos hasta el final de la historia, pero las normas no son iguales porque son dos pueblos distintos los que creen en el Mesías: judíos y gentiles. Según Pablo, la gran revelación que le fue concedida por Dios al llamarlo para la misión de los gentiles es que los dos pueblos se salvan por igual, sin diferencia de clase, permaneciendo sin cambios en su estatus social. Pero la intención de Pablo en este caso va mucho más allá de la mera idea de que el casado o soltero no cambien de estado ante la inminencia del final de los días, sino a la situación religiosa y su actitud respecto a la ley de Moisés, tras haber creído en el Mesías. De cualquier modo, no se corresponde con la teología de Pablo la extendida opinión de que al afirmar que «la circuncisión es nada» (7,19), Pablo declara no válida la ley de Moisés. Si fuera así, cuando sostiene a renglón seguido que la «incircuncisión es nada», habría que deducir inmediatamente que su evangelio de la no circuncisión no tiene validez alguna, lo cual es imposible de admitir.

En el capítulo 9 se vuelve a plantear este tema capital de si renunció o no Pablo a su religión judía. El pasaje clave se halla en los vv. 19-23, texto interpretado de nuevo como una afirmación rotunda de Pablo de que él renuncia expresamente (o «ha superado») al judaísmo y a la Ley a causa del evangelio. Como refuerzo principal a esta interpretación se suele aducir Flp 3,8: «Y más aún ciertamente: juzgo también que todo es pérdida ante la eminencia del conocimiento del Mesías Jesús, mi señor, por quien sacrifiqué todas las cosas (se sobreentiende de su etapa como observante judío) y las tengo por basura para ganar al Mesías».

Pero tampoco esta interpretación parece en absoluto plausible considerando el sistema completo del pensamiento paulino. Hay detalles en las cartas de Pablo que no casan de ningún modo con la imagen de alguien que ha abjurado del judaísmo. En ningún lugar de sus cartas dice Pablo que los judíos adultos que aceptan a Jesús como el Mesías de Israel deben dejar de observar la Ley. Tampoco sostiene en sus cartas que esos judeocristianos dejen de circuncidar a sus hijos. Jamás dice que la Ley vaya en contra de la Promesa o de la Alianza, sino que les está supeditada; los momentos que conducen al proceso de Pablo, apresado en Jerusalén, no se entienden sin las escenas de Hch 21,17-22,39 (visita al Templo, pago de los gastos de cuatro nazireos; participación en las purificaciones judías), en las que se dibuja a Pablo como piadoso y practicante judío incardinado en el sistema del culto al Templo; incluso en Corinto había hecho un voto de nazireato, según Hch 18,18. Si hubiesen sido acciones hipócritas, habría que sostener que es Lucas quien presenta a un Pablo hipócrita o mentiroso.

En segundo lugar, hay diversos pasajes en sus cartas que apuntan positivamente a un Pablo fiel observante de la Ley, como Gal 5,3; el ya comentado 1 Cor 7,18; Flp 3,4-6; Rm 2,25; 4,11-12.16; 7,12-13. La lectura de estos pasajes nos convence de que Pablo escribe grandes alabanzas sobre la Ley en general; reconoce que el que se circuncida está obligado a practicar la Ley, y él estaba circuncidado; que ser judío solo es útil si se cumple la Ley; que la promesa divina a Abrahán, con todos sus bienes, sigue siendo válida para los judíos, es decir, estos no ganan nada abjurando del judaísmo; que el judío llamado a creer en el Mesías no debe abandonar el judaísmo; que él está orgullosísimo de ser hebreo e hijo de hebreos, circuncidado al octavo día, es decir, miembro de la alianza establecida por Dios con Abrahán y su descendencia, Israel; que se siente como israelita depositario de la filiación divina y de la Alianza; que está dispuesto a ser declarado anatema, es decir, condenado por Dios para siempre en el infierno, y morir por Israel si fuere necesario. Además, según Hch 16,3, Pablo circuncidó a Timoteo, porque su madre era judía —no hay por qué dudar de esta noticia—, lo cual supone sentirse sujeto a la Ley.

En tercer lugar, el lector avisado de las cartas de Pablo observará que este no rechaza jamás en bloque la ley de Moisés —véanse las afirmaciones de Gal 3,21; 5,14; Rm 3,31; 7,7.12-13.14-17.22-24, puesto que el contexto avisa siempre que cuando Pablo critica la Ley, no se está dirigiendo a judíos, sino a paganos conversos, aunque a veces retóricamente y para mayor viveza de su argumentación se dibuje literariamente a sí mismo como un miembro de ese grupo de antiguos paganos—.

9,19-21 debe entenderse como la práctica del principio de adaptabilidad de Pablo y no como la imagen de un individuo falso e hipócrita. Se ha sostenido, con razón, que defender que Pablo renunció a su judaísmo implica presentar a los judíos de su época creyentes en Jesús como tontos, necios y ciegos, ya que supone que no caían en la cuenta de que Pablo era un falsificador: judío mientras estaba con ellos; y cuando no, se manifestaba como un gentil.

En 9,20.22 se halla una expresión clave: Me he hecho como, la cual, bien entendida, no implica una postura de engaño. El contexto de 19-23 es el de la libertad que deseaba tener Pablo en todo para acomodarse en lo posible a los que deseaba atraer a la fe en el Mesías. En concreto este pasaje parece referirse en especial a la libertad de comer con diversos tipos de posibles creyentes en el Mesías que mantenían sus propias tesis sobre la comensalidad. Para los creyentes, comer en común era una muestra de unión de la comunidad y de estar y participar de la comunión con el Mesías; además, la comida en común era un momento especial de apostolado. Respecto a esta libertad en la comensalidad hay que tener en cuenta que los judíos de la diáspora estaban en una situación especial, distinta de los que vivían en Palestina: no podían practicar la observancia de las normas alimentarias con la rigidez de los israelitas nativos, y se atenían a no ingerir los alimentos que estuvieran claramente prohibidos por la Ley. Andarse con mayores escrúpulos de pureza e impureza rituales —pertinentes solo para entrar o no en el Templo, tan lejano— supondría que no podrían vivir en el país de acogida.

Probablemente lo que Pablo quiere decir en este pasaje es: «Así como Jesús se hizo todo a todos comiendo con judíos sin más, o con fariseos más estrictos (los que habían decidido libremente someterse a una Ley entendida más estrictamente en cuanto a la pureza) y con gentiles (pecadores ‘sin Ley’) sin que ello supusiera que él, como judío, iba a ingerir alimentos prohibidos, igualmente actúo yo, Pablo. No hago cuestión de normas demasiado estrictas de pureza no exigidas por la Ley, porque no voy a entrar en el Templo. Obro igual que otros judíos observantes de fuera de Israel que miran las normas de la pureza ritual con otros ojos».

Hay otros pasajes paulinos en los que Pablo da la impresión de que abandona o estima en menos el judaísmo, pero que son perfectamente explicables en otro sentido del todo concorde con lo que estamos sosteniendo. Así, por ejemplo, el texto arriba citado «La circuncisión es nada, y nada la incircuncisión; lo que importa es el cumplimiento de los mandamientos de Dios» (7,19); «En el Mesías Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen valor, sino la fe que actúa por el amor» (Gal 5,6); «Porque nada es ni la circuncisión, ni la incircuncisión, sino la nueva creación» (Gal 6,15). En estos tres pasajes se encuentra una contraposición expresada por la construcción griega oudén/oute... allá, que refleja una expresión semítica subyacente. Pero tal expresión no significa un no rotundo a algo, sino «no una cosa, sino más bien otra», es decir, no hay postura excluyente: «una cosa es solo más importante que la otra»; por tanto, no se excluye ninguna de las dos. Consecuentemente, para Pablo «vivir en el Mesías» no significa aborrecer en concreto el judaísmo, sino que es mucho más importante y trascendental para la salvación «vivir el judaísmo en el Mesías en la era mesiánica» que vivirlo como otros judíos que no lo aceptan. Igualmente debe interpretarse así Flp 3,8-9, que hace referencia a Gal 1,13-14.

Aunque la misión de Pablo fuera convertir al Mesías al mayor número posible de gentiles para injertarlos en Israel, él no tenía por qué convertirse en gentil renunciando a su judaísmo porque no conseguía de este modo ventaja alguna. Es más, se consideraría infiel a la Alianza y por tanto reo de condenación. La hipótesis más plausible, rayana en la certeza, es que Pablo siguió siendo un judío normal, circunciso, en el mismo estado dentro de la Alianza por nacimiento que tenía cuando recibió la llamada, pero sin el fanatismo de antaño, que era para él, «basura», pues lo había conducido a perseguir, nada menos, que a los que formaban el cuerpo místico del Mesías. Lo que ahora hacía, y con gran intensidad e incluso misticismo, era vivir apasionadamente su judaísmo en el Mesías al final de los tiempos.

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