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TEOLOGÍA DE PABLO EN ESTA CARTA La naturaleza del Mesías
ОглавлениеEl texto clave es el himno de 2,5-11, donde se habla del Mesías que se humilla profundamente y recibe de Dios una enorme recompensa. El vocablo «forma» (gr. morphé) del v. 6 es importante para dilucidar la naturaleza del Mesías, y debe de tener para Pablo alguna diferencia con «imagen». En griego, morphé significa normalmente lo equivalente a «forma externa». Pero lo que se discute precisamente es cuál sea la naturaleza del personaje que se humilla, pues de ello depende si Pablo pensaba que el Mesías era una entidad divina preexistente —lo que más tarde quedaría acentuado en el Prólogo de Juan y alcanzaría su plenitud de definición en el concilio de Calcedonia del 451—, o bien si, para Pablo, el Mesías era humano-divino ciertamente, pero no preexistente.
Una primera interpretación de este himno argumenta en pro de la preexistencia del Mesías. Al existir desde siempre como Dios, tiene que descender del cielo. Se encarna entonces en un ser humano, es decir, adopta la forma de un esclavo y sufre obedientemente hasta la muerte en cruz. Por ello Dios lo exalta de nuevo hasta la plenitud de la divinidad, de modo que recibe la adoración del universo entero. Como el que se autohumilla es preexistente, Pablo está presentando a sus lectores un caso formidable, único y ejemplar de autohumillación.
Una segunda opción acepta igualmente la intención didáctica de Pablo, pero sostiene que Pablo piensa en un mesías humano, no preexistente, que se humilla hasta el extremo. No puede existir en el judaísmo una entidad preexistente que no sea Dios absoluto. Por tanto, lo que existe en la mente divina antes de la creación es solo el concepto de «mesías» (aquí), y llegada la plenitud de los tiempos, ese concepto se une o se encarna (nunca se explica del todo en el Nuevo Testamento) en un ser humano. El abajamiento consiste en que ese hombre es especial, ya que es el Mesías, el paradigma del ser humano perfecto. Como Mesías, podría haber vivido Jesús una vida excelente en esta tierra, una vida digna de un rey o de un héroe con mucho poder, pero se abajó a ser un simple ser humano como los demás. El himno sería una reflexión sobre esta vida de Jesús, que no tuvo la existencia gloriosa debida, sino todo lo contrario: se abajó a una vida y muerte de esclavo, muerte en cruz. El trasfondo de esta comparación, de modo oscuro y casi implícito al tratarse de una composición semipoética, sería la contraposición entre el primer Adán y Jesús como segundo Adán, que en principio son ambos humanos, pero el segundo mucho más perfecto que el primero: tal esquema se halla en textos como 1 Cor 15,20.45 y Rm 5,14-15. Pablo —sostienen algunos— estaría quizás además contraponiendo las actitudes y la actuación política y humana de un gobernante malvado en esa época, Nerón, soberbio y engrandecido indebidamente, a la del Mesías, que obró radicalmente al revés. Esta segunda exégesis hace hincapié en la dificultad enorme de aceptar la preexistencia de un ser a quien Dios luego resucita (la exaltación a los cielos es probablemente la forma más antigua del judeocristianismo para expresar la resurrección) y lo sitúa en el cielo, tras su resurrección en una posición privilegiada.
Para hacer valer su interpretación, la segunda opción insiste en que su interpretación supera una posible objeción que puede hacerse fácilmente contra la primera, a saber, que la hipótesis de una preexistencia real de dos entidades supone que Pablo acepta prácticamente una igualdad de naturaleza entre el Padre, que permanece en el cielo, y el Hijo, aunque se humilla y desciende a la tierra. En efecto, tal supuesta igualación es imposible en un judío como Pablo. Ahora bien, un examen del himno mismo demuestra que esa «igualdad» es inexistente en el pensamiento de su autor, pues en el himno se presenta al lector una divinidad suprema (el Padre) y una entidad inferior (Hijo/Mesías resucitado) que es exaltada posteriormente por el Padre al rango divino (v. 10: con alusión a Is 45,23, uno de los pasajes más señalados del monoteísmo judío, según los rabinos). Por tanto, el himno no expresa de ningún modo una posible igualdad, por así decirlo, entre dos entidades preexistentes, dos seres divinos al fin y al cabo desde siempre, sino que, por el contrario, hay en él un subordinacionismo claro del hijo al padre (v. 6: el Padre lo exalta y le otorga un nombre, es decir, lo hace semidivino, solo tras resucitarlo; 11: el Hijo es ciertamente «Señor», pero lo es para gloria del Padre).
De cualquier modo, en las dos interpretaciones, el premio a la humillación es deslumbrante, ya sea que el personaje central del himno recobre externamente el estatus divino que nunca perdió, ya sea que la divinidad exalte al mesías humano hasta un rango divino tras su resurrección, es decir, en un acto de apoteosis.
La segunda interpretación del himno es minoritaria, aunque va ganando terreno y parece en conjunto más congruente con el pensamiento global de un Pablo judío y practicante, a pesar de que ciertamente el v. 6 es difícil. Ahora bien, no es exactamente lo mismo en griego ser un ente igual a Dios que «existir en forma de» (gr. en morphéi theoû hypárchein) de Dios, lo que apunta hacia una cierta unidad, pero no sabemos si de sustancia ni en qué momento. Sería este, pues, uno de los casos difíciles de imprecisión retórica en los que Pablo, que está pensando siempre en el Mesías celestial, retroproyecta poéticamente al Jesús humano cualidades divinas, como en 1 Cor 10,4 y 15,45-49. O bien —como apuntamos en la Introducción a 1 Tes (y en 1,10, lugares donde se trata el tema de la naturaleza de Jesús, el Mesías, como «hijo»: aquí)— que el Apóstol esté pensando de un modo audaz, como está testimoniado de rabinos posteriores a su tiempo, que hay ciertas entidades que preexisten en la mente divina antes de la creación, y una de ellas es el Mesías.
Sea cual fuere la interpretación adoptada, la lección moral del himno es clara: los que viven en el Mesías no deben aferrarse a su situación de privilegiados (por su llamada y su fe), sino ser humildes entre sí como esclavos de Dios, obedientes a él hasta la muerte si es preciso, como el Mesías, y en fomentar la bienandanza y armonía del grupo, pues recibirán luego una espléndida recompensa. La identidad cristiana hasta la parusía se forma por medio de la imitación del Mesías.