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CIRCUNSTANCIAS POR LAS QUE PABLO ESCRIBIÓ ESTA CARTA

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1. Pablo no había estado nunca en Roma (1,13), pero deseaba visitar esa comunidad, al parecer floreciente y sólida, cuya fe era alabada en todas partes (1,8). El grupo principal de los seguidores de Jesús en la capital estaba compuesto sobre todo por conversos procedentes del paganismo. Así lo dice Pablo expresamente (11,13; 15,14.18). Pero cabe suponer que la mayoría de estos habían sido anteriormente «temerosos de Dios», aunque sin duda habría además bastantes judíos conversos (judeocristianos). Era, pues, una comunidad mixta, y con dos grupos numerosos, pues de lo contrario se explicaría mal la exhortación a «acogerse mutuamente» tal como el Mesías acogió a todos (15,7-8), junto con las repetidas alusiones a judíos y «griegos» (como metonimia por «gentiles»), o la mención a «circuncisos» e «incircuncisos» a lo largo de la carta (por ejemplo, 1,16; 2,9.25; especialmente 3,29).

Esta composición mixta del grupo cristiano podía presentar algunos problemas de convivencia. En principio, a ellos pueden aludir las secciones más prácticas de la carta (12-15). Pablo sabe de oídas, o por noticias escritas, que algunos gentiles del grupo cristiano se sienten superiores a los judíos y judeocristianos y los maltratan con un cierto desprecio. No sabemos el porqué ni cómo. Quizás se sentían superiores porque habrían recibido supuestamente una ciencia especial, como en Corinto (aquí). Lo cierto es que sabemos que a Pablo le interesaba sobremanera un grupo unido, para obtener de él lo que pretendía.

2. Este viaje a Roma tenía diversas razones de tipo espiritual: el deseo de conocer a los mesianistas o cristianos de la capital (15,23) dada la importancia en número de su comunidad, y las ganas de predicar allí el evangelio (1,5.13). Pero al final desvela Pablo otra razón más práctica y quizás más importante: el convencimiento de que la ciudad de Roma era la base ideal para llevar el evangelio hasta los «extremos de la tierra» (Hch 1,8), el lejano Occidente, Hispania (15,24). Desde Roma, Pablo, un misionero muy pobre, podía iniciar el viaje ayudado por el apoyo económico de los seguidores de Jesús que allí habitaban. Y un medio de autopresentarse y recibir este viático era escribir a los romanos una carta imponente y seria que resaltara indirectamente la importancia de su figura como proclamador del evangelio.

Pablo deseaba viajar a Hispania porque estaba convencido de la necesidad de que se predicara el evangelio representativamente hasta los confines de la tierra antes de que llegara el fin del mundo, de modo que Jesús fuera conocido y aceptado por el mayor número posible de pueblos gentiles (11,25). Unos cuantos conversos representarían a sus etnias, pues no había tiempo para más hasta el final. Esta idea se corresponde muy bien con la teología de la restauración de Israel (aquí). Sin embargo, Pablo entiende esta teología de un modo peculiar, que excluye el dominio físico-político de Israel sobre las restantes naciones, y hace mucho más hincapié en la incorporación de los gentiles que en la reunión de las tribus perdidas, tema que da más bien por supuesto.

En el Oriente había fundado ya Pablo suficientes comunidades que por su cuenta se encargarían de hacer prosperar la semilla del «vivir en el Mesías»; el Occidente, sin embargo, no tenía suficientes proclamadores de la Palabra. En Oriente Pablo sufría además una fuerte y continua oposición («No había sitio ya para él»: 15,23), por lo que le parecía mejor dejar el terreno a otros e ir a lugares desconocidos del final de la tierra. Esta carta serviría de preparación para sus propósitos de viaje.

3. Enviar una buena carta a Roma tendría otra ventaja práctica para Pablo: al exponer de modo más claro el posible núcleo de su doctrina, podría disipar algunos malentendidos en torno a sus ideas, sobre todo las duras expresiones, en apariencia al menos, sobre la Ley en general vertidas en su Carta a los gálatas, faltas de precisión sin duda.

4. Había probablemente una última razón, también práctica, deducible del final de su escrito (15,30-32). Al parecer, los seguidores de Jesús en Roma tenían buen contacto con la iglesia madre de Jerusalén, quizá porque la fundación de la comunidad romana se había llevado a cabo por judeocristianos procedentes de la capital de Judea, en continuo contacto comercial y político con la capital del Imperio. Y como Pablo deseaba pasar por Jerusalén antes de ir a la Urbe para entregar la colecta recogida en Grecia a favor de los pobres, la presumible buena impresión causada por su Carta a los romanos podría llegar a oídos de la iglesia jerosolimitana y ayudarle a ser mejor recibido por esa comunidad madre.

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