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La justificación/absolución por la fe

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A esta cuestión sustancial, tratada ya en la Carta a los gálatas, se alude en Flp 3,2-3. Estos versículos deben entenderse desde la perspectiva de que también en la ciudad de Filipos había adversarios de la proclamación del evangelio de Pablo a los gentiles. Aquellos «obligaban» a estos a hacerse plenamente judíos (circuncidarse: v. 2 y Gal 5,12) para conseguir la salvación. Y no es así, replica Pablo, la «justificación», el ser declarado justo (el paso de pecador a inocente en el tribunal divino que le absuelve de todos sus pecados) por parte de Dios se consigue solo por la fe. Los gentiles no están obligados a la circuncisión ni a observar la parte de la ley de Moisés, la ritual, que no les afecta, pues ellos por sí mismos no se «justifican», no generan la nueva situación de inocencia, que supone recobrar la amistad y filiación divina perdida por el pecado.

Pero si hubiera que entender este versículo como referido a Pablo mismo —que lucharía contra una falsa concepción de algunos de sus connacionales judíos que sostenían que la salvación dependía exclusivamente de los méritos conseguidos por cumplir la ley de Moisés—, su tenor podría ser una respuesta (parafraseada) como la siguiente: «Al aceptar a Jesús como Mesías, por la fe en la obra que Dios ha realizado por medio de su muerte y resurrección, Dios me considera ya unido a aquel, su enviado; ya no ‘tengo’ mi propia justicia. Y esto en un doble sentido: a) No es válida mi creencia de que el mero cumplimiento de la Ley me proporcionaría la justificación ante Dios; es errónea; b) también es una equivocación pensar en ‘mi’ justicia exclusiva como judío, aquella que considero propia solo de los judíos, como miembros naturales de la Alianza, los únicos que se salvarán totalmente, una salvación que no pueden alcanzar los gentiles por ser tales, si no se convierten plenamente al judaísmo. Ahora bien, todos los que tengan la fe en el Mesías, ya judíos, ya gentiles, tienen una ‘justicia’ igual ante Dios, aquella lograda a través de la justificación por la fe y, por ende, un premio igual».

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