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Argumentos contra las concepciones de los «espirituales»

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Pero Pablo no participa de la mayoría de las ideas de los espirituales y les opone las siguientes afirmaciones:

a) Los que se creen espirituales no son tan perfectos en realidad, ya que él, Pablo, no pudo impartirles una doctrina profunda y sabia (simbolizada como «alimento sólido»), sino que debió darles algo más ligero (simbolizada como «leche»), igual que a los pequeñuelos: 3,1-4;

b) La sabiduría que esos iluminados creen tener tampoco es en realidad perfecta. La verdadera y única sabiduría es la de la cruz de Jesús que parece una locura a los ojos de los hombres (1,17-25; 2,6-8; 3,18-22). Los espirituales no insisten convenientemente en esta sabiduría divina aparentemente necia;

c) La verdadera sabiduría (2,10-16), que es el evangelio (9,1ss), no se expresa con palabras altisonantes, ni orgullosas, ni con desprecios hacia los demás, sino con un discurso humilde y sencillo (2,1-5), que no menosprecia a nadie, que se hace todo a todos (9,22);

d) El espiritual, aunque lo sea en verdad, sigue estando sujeto a las leyes morales. Las Escrituras, si se entienden bien (pues hablan en alegoría o en figura de lo que iba a ocurrir en Jesús, el Mesías: 10,4.11), afirman igualmente la necesaria sujeción a las normas éticas. Los hebreos descritos en el libro del Éxodo se creían perfectos, como elegidos por Dios a través de Moisés (10,1-6). Pero los que no se atuvieron a las leyes divinas, los que cayeron en la fornicación o la idolatría, perecieron por voluntad divina (10,6-13);

e) Los espirituales deben renunciar a sus pretendidos derechos por creerse superiores. No pueden ser arrogantes de ningún modo y perjudicar a los más débiles que ellos. Un caso claro es la cuestión de comer la carne sacrificada en honor a los ídolos (caps. 8 y 9);

f) Aunque es verdad que los dones o carismas espirituales son excelentes —y Pablo mismo los tiene (14,18)—, hay que buscar en ellos ante todo la edificación y la utilidad común del conjunto de la comunidad (14,26), no la autocomplacencia, de modo que uno se crea perfecto por tener esos dones;

g) La resurrección corpórea de los muertos es una verdad innegable. Lo afirma la tradición de las apariciones de Jesús después de su fallecimiento (15,3-8); no se puede sostener que no haya resurrección del cuerpo, pues ello equivale a negar que Jesús resucitó (15,12-28); los mismos seguidores de Jesús que aparentemente niegan la resurrección creen en verdad en ella, pues se bautizan en favor de los muertos (15,29).

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