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Pablo y las mujeres

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Es este otro tema crucial que adquiere presencia viva en 1 Cor. Dos son los pasajes principales: 11,2-16 y 14, 33b-36. Manifestamos ya que consideramos espurio el segundo, por lo que no lo tendremos en cuenta. Una notable mayoría de estudiosos opina que este pasaje, aunque se halle en todos los manuscritos, es una clara glosa al texto auténtico de Pablo. Por ello se suele subdividir en 33a y 33b. Es una nítida interrupción de la línea de pensamiento entre «Pues Dios no lo es de la confusión, sino de la paz» (v. 33a) y lo que sigue (v. 37): «Si alguien se cree profeta o espiritual, reconozca que lo que escribo es un precepto del Señor». Y sobre todo parece un añadido porque existe una notable contradicción con lo supuesto en 11,5, a saber, que las mujeres hablan en las asambleas: «Y toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta afrenta a su cabeza; es como si estuviera rapada». Es decir, que las mujeres oraban en alta voz en las asambleas y profetizaban. El vocabulario y el tono del pasaje 14,33b-36 recuerdan más bien los de 1 Tim 2,8-15, texto claramente posterior a Pablo, obra de uno de sus discípulos como se sostiene comúnmente. Además, contrástese el v. 15, «se salvará por su maternidad», con el espíritu de 1 Cor 7, donde es imposible que el Pablo auténtico escribiera semejante sentencia. El pasaje de 1 Tim 2,8-15 es el siguiente: «8 Es mi voluntad que los hombres hagan oración, sea donde sea; que sus manos inocentes se levanten sin ira y sin disputas. 9 En cuanto a las mujeres, que se vistan con decoro, que se atavíen con pudor y moderación; nada de trenzas, de bruñidos dorados, de perlas, nada de vestidos suntuosos, 10 antes bien lo adecuado a mujeres que profesan piedad y la manifiestan con buenas obras. 11 La mujer, que aprenda en silencio, totalmente sumisa. 12 A la mujer no le consiento enseñar ni arrogarse autoridad sobre el varón, sino que debe mantenerse en silencio. 13 Sabido es que Adán fue formado en primer lugar, Eva después. 14 Es más, no fue Adán el que fue engañado, sino que la mujer, engañada, vino a ser envuelta en la transgresión. 15 Ahora bien, se salvará pariendo hijos, con tal de perseverar en fe, en amor y en pura moderación».

La conjunción de los dos textos lleva a pensar que el sentido del texto «paulino», 14,33b-36, que obliga a las mujeres a callarse en los oficios litúrgicos comunes, responde más bien al espíritu de una comunidad de raigambre paulina ciertamente, pero posterior y organizada ya de otro modo.

Algunos manuscritos ayudan a confirmar que es un añadido, porque muestran dudas en su colocación. Algunos sitúan la glosa en otro lugar: después del v. 40 (así los manuscritos D F G, algunos minúsculos [aquí] y ciertos testigos de la Vulgata y de la versión siríaca). En concreto esta glosa sería la obra de un escriba que tenía unas ideas parecidas a las de los autores de las «epístolas comunitarias».

Otros estudiosos, sin embargo, defienden la autenticidad del pasaje en la idea de que Pablo solo prohíbe en él que las mujeres de los profetas disciernan o evalúen (literalmente «hablar») lo que sus propios maridos habían ya profetizado. Debían mostrar, pues, respeto a su marido en público y formular sus preguntas en la intimidad de la casa. Es un argumento ingenioso, pero nos parece más verosímil la primera interpretación, pues el texto transmite una norma general: «Es indecoroso para la mujer hablar en público». Por tanto, este segundo argumento parece poco convincente. Otros estudiosos piensan que el texto es original de Pablo, pero que los vv. 34-35 están reflejando la opinión de algunos seguidores de Jesús varones corintios, y que el v. 36 es la reacción del propio Pablo. Esta opinión parece igualmente poco probable.

Por último, aunque la Biblia hebrea es en general muy machista y la atmósfera que se respira en ella es que la sujeción estricta de la mujer al varón pertenece al orden natural, no parece fácil encontrar un pasaje de la Ley que diga estrictamente que la mujer deba estar sometida al varón. Quizás podría interpretarse así Gn 3,16: «A la mujer le dijo: ‘Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará’». Pero este texto constata el hecho de la dominación del varón, no la prescribe. Hay que admitir, sin embargo, que Gn 2 apunta claramente en esta dirección, cuando pinta la creación de la mujer como acto secundario y a ella misma como ayuda y complemento del varón.

El segundo pasaje está relacionado con el orden en la asamblea en la que no hay separación de hombres y mujeres. La innegable participación e influencia de las mujeres en las comunidades paulinas (patronas y benefactoras: Rm 16,1-2; diaconisas: Rm 16,1.6.12; profetisas: 1 Cor 11,5; evangelistas/apóstoles: Flp 4,2-3) no tuvo en la ideología de Pablo una fundamentación teórica clara. A pesar de la declaración fundamental, cristológica, escatológica, no sociológica, de Gal 3,28, «No hay varón, ni mujer: porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús», no encontramos en Pablo una declaración formal que sustente ideológica y socialmente tal participación e influencia de las mujeres en los grupos por él fundados. Respecto a la situación de la mujer en sí misma y en la sociedad, Pablo mantiene una postura más bien contemporizadora con las ideas sociales y jurídicas normales al respecto de su entorno judeocristiano y del mundo helenístico-romano, sin blandir contra ellas ningún tipo de argumento. Las ideas subyacentes a la consideración de la mujer en Pablo se hallan en su Biblia. Cuando Pablo habla de la creación de la mujer por la divinidad en el inicio de los tiempos, apenas alude al texto, más bien igualitario, de Gn 1,27 (+ 5,2), como sí lo hizo Jesús sintéticamente (según Mt 19,4-6 = Gn 1,27 + 2,24), pero carga las tintas en la larga narración de Gn 2 en la que la mujer sale malparada, como un ser de segunda clase, creada secundariamente desde y para el varón. Para Pablo, incluso allí donde ejerce funciones de colaboración y promoción del «evangelio», el varón es «gloria de Dios y la mujer es gloria del varón» (11,3).

En general, puede decirse que para Pablo hombre y mujer están al mismo nivel (el uno para el otro) en la intimidad del matrimonio, las relaciones sexuales, y en lo espiritual (1 Cor 7,4.11), y que cristológicamente son iguales, pero sin deducir ninguna consecuencia explícita para la vida social en lo que se refiere a la igualdad sustancial. Pablo jamás se preocupó de superar esta situación de desigualdad social de las mujeres porque estaba convencido del inminente fin del mundo. Durante la breve existencia que resta antes del fin, no hay por qué mudar la diferencia de grado entre hombre y mujer que es casi óntica, esencial. El reino de Dios en Pablo no vendrá en esta tierra, sino en un paraíso ultramundano y espiritual donde las diferencias sociales no contarán. Todo será nuevo y dentro de muy poco. No hay que restar tiempo a otras tareas de la proclamación de la Palabra para cambiar nada aquí, en este mundo material y efímero.

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