Читать книгу Los libros del Nuevo Testamento - Antonio Piñero - Страница 94

Institución de la eucaristía. La última cena

Оглавление

En 1 Cor trata de este tema en dos pasajes importantes: 10, 14-22 y 11,23-26. En ambos da por supuesto que los corintios saben qué representa la última cena y a qué se denomina «eucaristía». Pero en ambos pasajes expresa también Pablo la idea de que los corintios no están bien instruidos al respecto.

En el primer texto, la idea principal de Pablo es que se entienda bien por parte de sus lectores la trascendencia de la comida en común o eucaristía, que es el símbolo de la comunión con el Mesías. Un buen ejemplo que le sirve de contraste es la participación en las comidas ofrecidas a los dioses (falsos): los paganos pensaban igualmente que por la ingestión de alimentos y de bebidas se conseguía la comunión con ellos. Del conjunto del pasaje queda bien clara una noción: la participación consciente en actividades de culto de los «dioses» paganos, aunque quizás con mera intención social sin creer en ellos, es totalmente incompatible con el monoteísmo vivido en el Mesías y con la comunión con él. Estos dos tipos de unión/comunión son absolutamente excluyentes.

El segundo pasaje (11,23-26) es trascendental para la comprensión de la eucaristía. Hasta el momento, Pablo les habría transmitido presumiblemente solo lo que —a partir de los Hechos y la Didaché— suponemos que era costumbre general entre los seguidores de Jesús, a saber, la celebración de comidas en común, denominadas la «fracción del pan», en recuerdo de la «última cena del Señor» con sus discípulos. Pero tanto en Hechos como en la Didaché no se percibe que a esta comida en común se le otorgue el menor sentido sacramental. En efecto, solo se habla de comer juntos, naturalmente de una manera más solemne que si se hiciera en privado. La falta de sentido sacramental es en verdad sorprendente si lo que afirma Pablo sobre la eucaristía en 1 Cor 11,23-26 fuera una tradición comunitaria. Pero de Hch 2,42.46; 20,7.11; 27,35 no puede deducirse más que los fieles «acudían cada día unánimemente al Templo, partían el pan en las casas y tomaban su alimento con alegría y sencillez de corazón».

Esta comida podía denominarse también una «eucaristía», pues era de acción de gracias, pero sin ningún sentido místico-simbólico, y mucho menos de transubstanciación. Así la define el capítulo 9 de la Didaché, un escrito judeocristiano compuesto entre 110-130 que no parece estar influido por la teología paulina. Este texto es interesante porque indica cómo no se tenía idea alguna entre ciertos seguidores judeocristianos de que esa cena en común fuera la ingestión «del cuerpo y de la sangre del Mesías».

Pero el pasaje de 1 Cor 11,23-26 sí tiene un sentido sacramental de conmemoración de la muerte del Mesías y además se afirma que la ingestión de pan y de vino representan una unión mística con el cuerpo del Mesías. Pablo sostiene que esta interpretación de la última cena es el producto de una revelación directa de Jesús a él: «Porque yo recibí del Señor lo que os transmití». La frase parece clara, pero no suele entenderse como la expresión de una revelación personal, sino comunitaria. A saber, el grupo o comunidad «cristiana» anterior a Pablo tenía ya la tradición firme de cómo entender las comidas comunes en las que se rememoraba la última cena. Y esa tradición es la que recibe Pablo y comunica, a su vez, a los corintios. Esta interpretación conduce no a traducir directamente el texto griego de 11,23, sino a parafrasearlo del siguiente modo «Porque lo mismo que yo recibí, y que venía del Señor, os lo transmití a vosotros».

El argumento principal para esta paráfrasis es el uso en este pasaje de términos técnicos de la exégesis de los rabinos de la época («recibir»/«transmitir»; en griego paralambánein/paradidónai que traducen los vocablos hebreos correspondientes qibbel min y masar), que indican «invariablemente» —se argumenta— una tradición comunitaria anterior. Se trataría de una interpretación de la última cena propia de Jesús mismo, custodiada por la comunidad de Jerusalén y anterior a Pablo: no podría ser algo propio de este recibido por revelación.

Pero esta argumentación es escasamente convincente: en primer lugar, sabemos que paralambánein/paradidónai se utilizaban también en los cultos de misterio helenísticos, no judíos, para la recepción y comunicación no de una tradición del grupo, sino de una revelación que alguien recibía privadamente. En segundo, Pablo afirma expresa y claramente que se trata de una revelación a él otorgada, no de una tradición comunitaria. La expresión, pues, sería un caso más de las muchas revelaciones que Pablo había recibido (2 Cor 12). Un ejemplo claro entre los judíos de que el uso de paralambánein/paradidónai no indica siempre una tradición comunitaria es Misná, Abot, 1,1: «Moisés recibió (qibbel) la Torá (la Ley) del Sinaí (es decir, de Dios) y la transmitió (masar) a Josué, Josué a los ancianos, los ancianos a los Profetas, y los Profetas a los hombres de la Gran Asamblea [el tribunal de ciento veinte miembros que comenzó a actuar en Israel en tiempos del Esdras bíblico, años después de la vuelta del exilio en Babilonia]». La conclusión evidente es que también en ámbito judío una «tradición» no necesariamente procede de una comunidad anterior, sino que puede provenir del Señor celeste, es decir, por medio de una revelación personal.

En Pablo la forma de expresar lo que puede denominarse una «tradición comunitaria» es muy distinta a la empleada en este pasaje. Así en esta misma carta en 15,3-5: «Pues os transmití en primer lugar lo que recibí: que el Mesías murió por nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado y que fue resucitado al tercer día, según las Escrituras; que fue visto por Cefas y luego por los Doce». Aquí se encuentra una serie de cuatro «ques» encadenados, más una doble apelación al buen entendimiento de las Escrituras por la comunidad. En 11,23-26, por el contrario, salvo el obligado «que» inicial, no se trata de enumeración de sentencias de una tradición, sino de un relato, y hay apelación expresa a que él, Pablo, recibió del Señor lo que transmite.

Postular que es inverosímil que un judío apocalíptico y visionario como Pablo afirme creer que ha recibido del Señor Jesús la interpretación de un evento importante del final de su vida terrenal, es arbitrario. El comienzo de la Carta a los gálatas es una prueba fehaciente de ello: nada menos que su evangelio completo no procede de carne humana, es decir, de los hombres, sino de la revelación de Dios sobre su hijo Jesús. Y esta revelación es propia suya porque no encaja en absoluto con una comunidad previa a la paulina. El sentido de una cena, con estas características de unión/participación con una entidad ya divina, como es el Resucitado y Exaltado, y una comunión con el espíritu del Mesías (indirectamente en 2 Cor 13,13 y Flp 2,1) es ajeno a la mentalidad judía del Segundo Templo: ingerir místicamente el cuerpo del Mesías para hacerse uno con él es anómalo, sumamente extraño en el judaísmo, aparte del tabú de ingerir sangre.

El significado de la cena del Señor, según Pablo, solo encuentra una analogía efectiva dentro del Mediterráneo oriental del siglo I, en las comidas sagradas presididas por un dios, por ejemplo, Anubis («las comidas de Anubis»), en las que el comensal se unía místicamente al dios, o bien en la ingestión del cabrito troceado vivo, sangrante, en la bacanales dionisíacas que significaba una cierta unión de la bacante/ménade con el dios Dióniso/Baco, o quizás también en la ingestión del ciceón —bebida a base de agua, harina de cebada y poleo— en los misterios de Deméter y Perséfone, que suponía cuando menos una cercanía extrema a la divinidad.

No parece, pues, una casualidad que la explicación de la última cena se encuentre en la primera carta a los corintios, habitantes de una ciudad en la que la religiosidad de los cultos de misterios, el contacto espiritual con la divinidad y una cierta atmósfera que podríamos denominar «protognóstica», podría ser moneda corriente entre aquellos inclinados a tal tipo de espiritualidad. Pero de ningún modo esta afirmación significa que la interpretación de la «Cena del Señor» ofrecida por Pablo a sus lectores de Corinto sea conscientemente copiada de la «misteriosofía» de los cultos de misterio; nada nos permite afirmar que Pablo calcaba con todo propósito el sistema de tales cultos. Esta formulación estaría totalmente alejada de lo que en verdad sostenemos, y de lo que opinamos que era su pensamiento genuino.

Pablo sostiene enérgicamente que la comunión mística del creyente con el Mesías en la celebración de la «Cena del Señor» es diferente e infinitamente superior a cualquier otro tipo de espiritualidad pagana. Esta interpretación de la última cena no puede ser achacada al Jesús histórico, pero sí a Pablo. Aunque su interpretación de la última cena tenga un sentido misteriosófico, unitivo, de comunión mística con el Mesías celeste, no significaba en la mente de Pablo romper con el marco de la expiación judía, que va por otros senderos mentales. Sí puede decirse que para los paganos de Corinto convertidos al Mesías, la interpretación paulina de la cena del Señor podría tener el significado suplementario de que la sangre de los sacrificios del templo de Jerusalén, tan lejano, había sido sustituida para ellos por la sangre simbólica del Mesías, el vino, y por su cuerpo, el pan eucarístico. Pablo no pondría en duda el valor del Templo para los judíos, pero lo relativizaría para los gentiles conversos.

Los libros del Nuevo Testamento

Подняться наверх