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Formación escolar

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La clave de una respuesta a esta cuestión es Flp 3,5. Este pasaje indica, en primer lugar, que la familia de Pablo era judía, de clase social más bien humilde, como podría quizás demostrar su propio oficio, «constructor de tiendas» o guarnicionero (Hch 18,3), un trabajo de la clase media baja, aunque libre. No cabe duda, sin embargo, de que Pablo fue a la escuela primaria de lengua griega, donde aprendió bastante más que el mero leer y escribir. Se discute, sin embargo, si Pablo pudo seguir la enseñanza superior helénica y si recibió alguna formación en los autores clásicos. Esto no parece a priori verosímil en el seno de una familia de estricta observancia judía y al parecer de escasos recursos económicos, pues suponía gastos especiales y el cultivo en exceso de una literatura que proclamaba la existencia y alabanza de dioses considerados falsos, amorales, contrarios al Dios único de Israel. Además, no se encuentran en las cartas de Pablo especiales alusiones a poetas u otros literatos, como ocurre con autores cristianos posteriores.

Pablo da la impresión en sus cartas de ser poco receptivo a los modelos generales de la cultura griega, si lo comparamos, por ejemplo, con otro judío del siglo I como Filón de Alejandría. Por el contrario, es cierto que conocía los tipos y modos corrientes de la composición de cartas en época helenística, técnica denominada «epistolografía», y que dominaba los recursos usuales de la retórica griega básica. Quizá fuera ello producto de una escuela primaria esmerada con especial insistencia en la retórica. También parece cierto que Pablo debía de conocer los fundamentos de la religión pagana en general, en especial los cultos de misterios, y tener alguna idea de las escuelas filosóficas en boga en sus días —estoicos, cínicos y epicúreos—, porque parece enfrentar conscientemente su mensaje sobre Jesús al de las religiones paganas, mistéricas en especial, a algunas ideas de estos filósofos y al culto al emperador.

El texto literario que Pablo conoce y utiliza con pasión es la Biblia judía. No es exagerado afirmar que el trasfondo cultural más importante en Pablo son las Escrituras sagradas de Israel, aunque el análisis de sus citas bíblicas no nos permite sostener que tuviera ante sus ojos una Biblia hebrea tal como la conocemos hoy o, más bien, una versión parecida de la traducción de esa Biblia al griego (llamada de los Setenta, LXX), similar a la que se edita hoy día. De cualquier modo, la mayor parte de las citas bíblicas paulinas se parecen más a los Setenta que al texto hebreo, como lo indica el propio vocabulario de sus cartas. El Apóstol supone en general que sus lectores paganos o judíos están familiarizados con algún tipo de esta traducción de la Biblia al griego. Y no es de extrañar, ya que la mayoría de sus conversos desde la gentilidad eran «temerosos de Dios» de lengua griega, amigos y simpatizantes del judaísmo que frecuentaban el entorno de las sinagogas y conocían suficientemente bien las Escrituras.

Pablo no cita siempre de memoria la Biblia, sino que tenía ante sus ojos un texto escrito. No sabemos si poseía una Biblia completa (algo muy raro en la época y difícil de transportar) o solo florilegios, sobre todo de la Ley, los Salmos y los Profetas. A menudo, con el texto delante, Pablo aplica y acomoda los pasajes bíblicos a los acontecimientos de su vida y a su propia teología, pues consideraba que tenía el espíritu del Mesías (Rm 8,9) y que por ello podía desentrañar los oráculos divinos conforme a las necesidades del final de los tiempos. En este menester se parece bastante al «Maestro de justicia» de Qumrán. El Apóstol interpreta la Biblia de un modo que hoy es imposible, por lo aparentemente arbitrario y en contra del sentido literal o histórico, pero que sí era relativamente común en su tiempo. Para nosotros los textos que cita Pablo tienen otro significado, pero a su mente solo le preocupaba lo que, según creía, el Espíritu le dictaba sobre la pertinencia y sentido de determinados pasajes bíblicos para la edificación de sus iglesias. Por medio de sus explicaciones orientaba a sus lectores sobre cómo debían entenderse los textos que le interesaban, haciendo a menudo una exégesis global de ellos, es decir, extrayendo lo que estimaba su sentido general, sin ocuparse de los detalles.

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