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Los motivos del perseguidor

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¿Qué pudo llevar a Pablo, fariseo al menos de creencias, a perseguir a los seguidores de Jesús? No tenemos apenas datos expresos, por lo que la respuesta no es fácil. Pero puede deducirse algo, por un lado, de leves indicaciones de sus cartas y, por otro, de la mentalidad general del fariseísmo de la época. Tal respuesta podría ser múltiple:

En primer lugar, Pablo hubo de pensar de Jesús que era un mesías falso porque había acabado su vida como un fracasado, no apoyado por Dios, «colgado de un madero»; por tanto, como maldito de Dios: Gal 3,13 + Dt 21,22-23. Esto podría ser un auténtico escándalo (1 Cor 1,23) para alguien de su mentalidad.

También, en segundo lugar, podrían ser motivos doctrinales deducibles de lo que cuentan Hch, caps. 6-7. Cabe suponer que algunos judeocristianos helenistas de la capital criticaban, siguiendo a Jesús, ciertos aspectos de la Ley, a la vez que no se mostraban especialmente ardorosos en su piedad respecto al Templo. A ello habría que añadir que, al ser judíos de la diáspora, no tenían inconveniente en hablar de Jesús con los gentiles que visitaban Jerusalén. Si se cree a Hechos, tal teología era molesta o peligrosa para otro tipo de judíos, porque cuando se expulsó a esos judeocristianos de la capital (Hch 8), las autoridades no tocaron a los apóstoles; solo persiguieron a unos cuantos. Por tanto, la teología sobre Jesús de los apóstoles debió de parecerles inocua, pero no la de los expulsados.

En tercer lugar, es posible que Pablo temiera las consecuencias políticas de la aparición de una secta nueva que seguía proclamando que Jesús, a pesar de haber muerto en una cruz, había resucitado, era el Señor y el Mesías, y que iba a establecer su reino en Israel. Por tanto, el mesías que se continuaba anunciando era un sedicioso contra el Imperio, tal como implicaba su clase de muerte agravada. Y como esa proclamación no era solo religiosa sino también política, los romanos podrían endurecer su represión contra el pueblo judío ante la exaltación de un futuro rey mesiánico, que se imaginaba vuelto a la vida. Lo cual había que evitar a toda costa.

Y por último, la persecución a la Iglesia podría haberse debido a su «celo por las tradiciones patrias», tal como Pablo mismo afirma (Gal 1,14). Esta motivación supondría un intento de mantener las líneas divisorias entre Israel y los gentiles, es decir, la defensa de las barreras que mantenían a Israel como pueblo elegido y que se difuminaban si se predicaba su mesías a los gentiles y se los hacía participar indiscriminadamente de las promesas divinas hechas solo a Israel. Es posible que el mensaje mesiánico de la nueva secta prendiera en un grupo de judíos de pulsiones universalistas que introducían ya a paganos incircuncisos también en las reuniones de los domingos específicamente «cristianas». Pablo se sintió herido por esta pérdida de identidad judía y comenzó su carrera de perseguidor.

Ninguna de estas razones parece suficiente para una persecución a muerte. Por ello es posible que Pablo haya exagerado sus afanes persecutorios, en su deseo de mostrar a los gálatas (1,13) y a los filipenses (3,6) la potencia de la intervención divina en su persona, manifestada en el cambio de perseguidor a proclamador de la fe en Jesús, el Mesías.

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