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La filosofía y la religiosidad del mundo grecorromano
ОглавлениеEl segundo ámbito de influjo general en el pensamiento paulino fue la cultura griega de su entorno, cuya cosmovisión podría coincidir —grosso modo y en las mentes populares— con bastantes rasgos de la semita. Pero en este campo tuvo una especial importancia el mundo de la misteriosofía griega, el platonismo vulgarizado y la ética estoica que orientaron en parte el pensamiento de Pablo, preocupado intensamente, como se verá, por la salvación de Israel en ese final del mundo que se acerca, pero que no tendrá lugar si no ocurre el hecho de que un cierto número de gentiles acabe adorando al Dios de Israel y a su enviado que dirigirá la consumación de la historia.
La misteriosofía paulina. Al aceptar el encargo de Dios de convertir a los gentiles a Jesús como mesías, Pablo recurre en su predicación a temas que pudieran captar la voluntad de sus futuros conversos dentro de los pueblos del Imperio, en concreto del Mediterráneo oriental, donde él vivía. En primer lugar, efectuó el gran cambio de presentar a un mesías puramente judío como el salvador universal, también de todos los gentiles del Imperio que lo desearan. En segundo, sostenía ante todos los que aspiraban a asegurar su salvación en el mundo futuro —la que ansiaba una buena parte de la población— que la redención de la maldad presente era ofrecida por Jesús mejor y con mayor facilidad que cualquier otra divinidad salvadora de las que se anunciaban en el Imperio.
Si la salvación consiste en participar, por ejemplo, según los adeptos de los cultos de misterio helenísticos, en la peripecia vital de una entidad divina que incluye de algún modo su muerte y su resurrección junto con el cumplimiento de ciertos ritos, Pablo —sin necesidad de copiar concepto alguno— aseguraba que esto mismo ocurría con Jesús y de un modo mucho más admirable: la acción del Mesías que proclamaba era más eficaz que cualquier otra que pudiera imaginarse. Sostenía que el creyente en el Mesías podía repetir simbólicamente la peripecia de la muerte y resurrección de este, con gran facilidad y suprema perfección gracias al bautismo en el nombre del Salvador y a la cena eucarística. Por ellos —afirmaba Pablo— el fiel muere y resucita al igual que el Mesías, y se une íntima y simbólicamente a la divinidad, representada por ese mismo Mesías, puesto que tras su resurrección y exaltación a los cielos es ya divino. Esta es la razón por la que el vocabulario y las concepciones paulinas sobre la participación en esta peripecia del Mesías son genéricamente misteriosóficos, griegos por tanto, no bíblicos y fueron elegidos por él para captar adeptos entre los que pretendían iniciarse en los cultos helenísticos de misterio.
Platonismo vulgarizado. Entre los predicadores ambulantes de religiones en el siglo I e.c., y Pablo se contaba entre ellos, eran también moneda corriente ciertas concepciones de la filosofía platónica, ya vulgarizadas, despojadas de la profundidad estricta de las escuelas filosóficas. Sin que sea necesario postular una influencia directa del platonismo sobre Pablo, puede sostenerse que este no fue inmune a las ideas generales del sistema platónico, muy convenientes para su teología porque expresaban conceptos apropiados para el mensaje que deseaba propalar. Por ejemplo, el platonismo vulgarizado enseñaba que el mundo de «abajo» no es más que un reflejo del de «arriba», el celeste; que entre el espíritu, arriba —ámbito de lo sublime, de las ideas, del Uno y el Bien— y la carne —abajo, lugar de lo aparente y transitorio, secundario, sin existencia propia— hay una marcada diferencia, y que lo primero es lo mejor. La división del ser humano en cuerpo, alma o hálito vital y espíritu, superior y partícipe del espíritu divino proviene ciertamente de este platonismo. Consecuentemente, el que Pablo diferencie entre hombres espirituales, los psíquicos (que solo tienen alma pero no espíritu) y los carnales, que no captan las cosas del Espíritu y son necedad para ellos, y en general la recurrente dicotomía paulina entre «carnal» y «espiritual», entre «letra» y «espíritu» son una buena muestra de la vulgarización de un platonismo elemental. Un cierto desprecio por el mundo terrenal, tan paulino, participa igualmente de este ideario platonizante.
Hay también otras nociones paulinas, que sin proceder estrictamente del ámbito platónico, provienen del espíritu grecorromano y no del judío común. Son en especial las siguientes: a) La respuesta a la proclamación del evangelio está pensada como un acto intelectual, de corte griego. El esquema es el siguiente: proclamación de la «Palabra» → escucha atenta → aceptación por medio de la fe/confianza en Dios (acto eminentemente intelectual, ayudado por la gracia divina desde luego: Flp 1,29; Rm 5,15.17; 6,23) → buenas acciones, entendidas como fidelidad a lo asentido por la fe; b) La noción de sacrificio vicario, si se admite que este es el sentido de la muerte del Mesías en Pablo, es griega y no judía, a pesar de ciertas apariencias: la muerte expiatoria, por ejemplo, de los mártires, es perfectamente judía, pero no el concepto de morir vicariamente para que otro, aunque en sí indigno, no muera; c) El concepto de adopción, importante en Gal y Rm, es entendido en Pablo de un modo totalmente grecorromano; d) La sustitución, para los gentiles conversos al Mesías, de la circuncisión «carnal», la de Moisés, por la «espiritual», la producida por el acto de la fe en el Mesías sellada por el bautismo, se comprende mucho mejor en el ámbito griego que en el judío.
Estoicismo popular. El estoicismo como sistema filosófico, materialista, monista, panteísta y racionalista, que explica el universo de una manera radicalmente diferente a la Biblia hebrea, nada tiene que ver con el pensamiento profundo de Pablo, estrictamente teísta, creacionista, providencialista, etc., judío, en una palabra. Pero, a la vez, es cosa sabida que la ética popular del mundo helenístico del siglo I e.c. —en el que se incluía el judaísmo de la diáspora— estaba moldeaba por sentencias, aforismos, máximas, consejos y normas del estoicismo también popularizado. El judaísmo anterior a Pablo, y él mismo, no fueron inmunes a la propaganda de normas morales por parte de los filósofos estoicos, que se encargaban de extenderlas en las charlas de los mercados y en cualquier ocasión propicia. Estas normas pasaron como ampliamente aceptadas a la moral popular, también judía, en la forma de listas de virtudes y vicios o de «códigos de conducta». Tanto asimiló el judaísmo estos modelos que en autores judíos como el Pseudo Focílides y Filón de Alejandría se encuentran catálogos semejantes. Pablo toma sus enumeraciones de virtudes y vicios, privados o sociales, de las listas estoicas que circulaban por doquier.
En esta línea, Pablo y los estoicos coinciden en ciertos principios de comportamiento. Así, el vivir conforme a la naturaleza —racional para unos; racional y espiritual, como «parte» suprema y divina del ser humano para Pablo—; el no dar importancia a los bienes materiales y perecederos; adoptar una actitud resignada ante las materias indiferentes para la vida (la muerte, el dolor y el placer, la reputación, los cargos), ante los acontecimientos enviados por una Providencia a veces incomprensible (interna al mundo para los estoicos, que debe denominarse más Hado que Providencia; externa y divina para el judeocristianismo); el hecho de que no merece la pena cambiar las estructuras sociales (ni Pablo ni el estoicismo condenan la esclavitud, por ejemplo, ni hacen esfuerzo teórico alguno por mejorar la condición social de la mujer), pero, a la vez, que existe la igualdad de los seres humanos independientemente del sexo, de su etnia, de la nobleza de su cuna (todos somos iguales en el Mesías Jesús: Gal 3,26-28); el ideal de la autosuficiencia, compartido por Pablo, pues afirma haber aprendido a estar contento con lo que tiene, a andar escaso y a la vez sobrado (Flp 4,11-13); el considerar a los creyentes como miembros de una suerte de cuerpo metafórico, espiritual o místico del Mesías (1 Cor 12), pues la noción del cuerpo social es estoica; la necesidad, en fin, del buen comportamiento y la unión del grupo, fundamental en Pablo (por ejemplo, Flp 2,6ss; el himno al amor en 1 Cor 13), idea típicamente judía pero a la vez también igualmente básica en los estoicos, quienes prescribían un buen comportamiento con los otros seres humanos porque son nuestros semejantes.