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El Mesías, Jesús, como Hijo

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Según 1,10 el hijo que Dios envía desde los cielos es Jesús, el cual es un ser humano, como se indica en Gal 4,4-5; Rm 1,3-4; 5,10, subordinado a Dios (véase aquí). A la vez tiene una entidad divina, pues tras ser resucitado y exaltado de modo que puede sentarse en un trono a la diestra de Dios Padre recibe culto en los oficios litúrgicos de la comunidad. El vocabulario paulino refleja, sin embargo, una distinción en la liturgia entre Padre e Hijo. Las expresiones técnicas como latreúo, «adorar» (Rm 1,9; 12,1; Flp 3,3) y proskynéo, «hincar la rodilla ante alguien» (1 Cor 14,25), solo las emplea Pablo para Dios Padre; la acción de gracias es siempre a Dios, nunca al Mesías (Rm 1,8; 7,25; 1 Cor 1,4.14; Flp 1,3), y se especifica a veces que tal acción de gracias es «por medio de Jesús, el Mesías»: Rm 1,8; 7,25. En otros lugares recalca Pablo el aspecto divino del Mesías (1 Cor 10,4); invoca el nombre de Jesús como el de Dios (1 Cor 1,2); Jesús es Señor, como lo es Yahvé (1 Cor 1,9); es el Señor de la gloria (1 Cor 2,8); es Espíritu/posee el Espíritu/es Espíritu vivificante como Yahvé (2 Cor 3,15-18).

La solución al enigma de que Jesús tenga una naturaleza humana antes de la resurrección y otra divina después podría radicar en una concepción que solo se halla explícitamente testimoniada en el judaísmo tardío, a saber, que el concepto de ciertas entidades, que solo se dan en la tierra, pudo preexistir en la mente divina. En el Talmud de Babilonia, tratados Pesahim 54a y Nedarim 39b, y en midrás Tehillim 8,72 y 90,2-3, se nos dice que siete entidades fueron creadas por Dios antes que el universo; son, pues, preexistentes: «La Torá (la ley de Moisés), el arrepentimiento, el paraíso, la gehenna o infierno, el trono de Gloria, el templo celestial y el nombre (o esencia) del mesías». Pablo podría haber albergado un pensamiento acerca del mesías similar a este, reflejado también en el Libro de las parábolas de Henoc (obra pseudónima, precristiana anterior al año 70 e.c., conservada dentro de 1 Henoc), en concreto en 48,1-6. Ahí se sostiene que el «nombre» del mesías es preexistente y que luego toma cuerpo en un hombre concreto, el profeta Henoc, el séptimo varón después de Adán, declarado expresamente mesías (71,14-17). Si Pablo usa una idea parecida acerca de la naturaleza del Mesías, Jesús, se explicaría que en sus cartas este mesías sea presentado alguna que otra vez como una entidad preexistente (1 Cor 10,4: la Roca que seguía a los israelitas en el desierto era el Mesías), y al mismo tiempo como un hombre mortal, descendiente de David (Rm 1,3-5), ya que ese «nombre» o esencia del mesías se había corporizado en un descendiente de David, Jesús. Después de su paso por la tierra como hijo/agente de la divinidad, Jesús, resucitado por Dios, exaltado al cielo, es declarado por Dios mismo «Señor y Mesías» (Hch 2,36), es decir, una suerte de entidad divina pero subordinada a Dios padre (1 Cor 15,28).

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