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EL PABLO POSTERIOR A SU «LLAMADA»

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Pablo nunca llamó «conversión» a lo que había ocurrido en el camino de Damasco. Siempre lo denominó «llamada» (Gal 1,15, como la vocación de un profeta). Él seguía siendo judío, pero desde su visión del Jesús resucitado (1 Cor 15,8) su judaísmo se completaba con la confesión de que ese Jesús era el mesías no solo de sus compatriotas, sino el salvador del mundo, con todas sus consecuencias. Este es el contenido central de su revelación (Gal 1,16), presuntamente recibida de Dios Padre. Para entender cómo Pablo comprende a Jesús y su mensaje es importante tener en cuenta que esa revelación es absolutamente personal, y que no la contrastó con ninguno de los dirigentes nazarenos del momento (Gal 1,17). Después de la llamada, sin pedir consejo a ningún ser humano, sin ni siquiera subir a Jerusalén donde estaban los apóstoles, se fue a Arabia (Gal 1,16-17), probablemente a alguna zona semidesértica, como lo habían hecho Juan Bautista y el historiador Flavio Josefo, en su período de formación religiosa. Su experiencia religiosa debió de tener lugar hacia el 33 e.c., si se sitúa la muerte de Jesús hacia el 30, es decir, unos tres años después de esta.

Pablo maduró su fe durante unos quince años, en los que solo una vez se acercó a Jerusalén (Gal 1,18-19). No sabemos en realidad en qué ocupó ese tiempo, aunque suele pensarse hipotéticamente en meditaciones personales y en sus primeras incursiones como apóstol, misionando además en Siria y Cilicia (Gal 1,21-24). Los Hechos distinguen tres grandes bloques de viajes de Pablo que los estudiosos llaman por comodidad viajes misioneros, aunque Pablo mismo no habría sabido distinguirlos así. Aparte de lo que narra Hechos sobre el primer viaje misionero (13,4-14,25, por Chipre y Asia Menor), poco o nada más sabemos de él a partir de la lectura de Gal hasta el denominado «concilio» de Jerusalén (Gal 2 y Hch 15), donde se trató la espinosa cuestión de si los conversos a la fe en Jesús desde el paganismo debían o no hacerse totalmente judíos, aceptando en concreto la circuncisión. Hch 9-15 presenta esos años entre la llamada y esa famosa reunión de un modo distinto al espíritu de independencia que rezuma Gal, y dibujan más bien a Pablo buscando el contacto con los apóstoles de Jerusalén y misionando bajo sus órdenes. Sea como fuere, los contactos con los cristianos de Antioquía (Hch 11,25; 13-14), que formaban una comunidad pujante y con sus propias ideas del judeocristianismo, debieron de ser muy importantes para la consolidación de la teología de Pablo. Hay que insistir, sin embargo, en que sobre este primer viaje hay bastantes dudas. Se discute incluso si tuvo lugar antes de la reunión de Jerusalén (así Hch en 15,6 [gr. synéchthesan]; en 15,12 parece designarla como «asamblea» de la multitud de creyentes [gr. pléthos]), la cual debió de celebrarse hacia el 49, o un poco después.

La tercera etapa de la vida de Pablo, ya como predicador autónomo que vivía su judaísmo en el Mesías (en estos momentos es anacrónico denominarlo «cristiano», pues aún no existía una religión nueva con ese nombre), fue la de los otros dos viajes misioneros, el segundo (Hch 15,34-18,22) y el tercero (Hch 18,23-21,16). Hay un cierto consenso en que entre el primer y segundo viaje tuvo lugar la mencionada reunión, donde Pablo consiguió que no fuera obligatoria la circuncisión para los gentiles conversos, es decir, la observación completa —incluidas las normas sobre los alimentos y la pureza ritual— de la ley de Moisés por parte de estos. Probablemente antes de esos momentos es cuando hay que situar su experiencia visionaria en el Templo (Hch 22,17-21) que le impulsa con mayor decisión a orientar su predicación de Jesús fundamentalmente a los paganos. Según algunos investigadores, esta dedicación preferente, más intensa, a la gentilidad, aunque nunca exclusiva, explica la diferencia teológica, en poco tiempo, entre una carta como 1 Tes (un buen ejemplo de predicación judía helenística sin excesivos rasgos de la teología típicamente paulina) y la rompedora Carta a los gálatas, escrita pocos años después, en la que Pablo expone con toda nitidez su «evangelio» y su teología más radical enfrentándose a más recios enemigos.

Del 50 al 54 e.c. dura, más o menos, su «segundo viaje misionero», que le lleva desde Antioquía a Asia Menor, Corinto y vuelta a Jerusalén y Antioquía (que corresponde a Hch 15,34-18,22). Del 54 al 58 se desarrolla el «tercer viaje» (Hch 18,23-21,16), en el que alcanza Éfeso, Ancira (hoy Ankara) y llega hasta Macedonia. A su vuelta a Jerusalén en el 58 es arrestado por la autoridad romana en la capital. Luego, dos años en prisión en Cesarea de Filipo, y envío a Roma (60) para ser juzgado allí por el César al haber apelado a él como ciudadano romano, o simplemente como hombre libre.

En sus momentos de actividad misionera podemos imaginarnos a Pablo como un pobre predicador judío o como un filósofo itinerante —a los ojos de muchos paganos—, realizando frecuentes viajes, nada cómodos, con poco dinero, ejercitando de vez en cuando, por ejemplo, durante el tiempo en que estuvo en ciudades como Corinto o Éfeso, su oficio de guarnicionero y llevando en general una vida muy dura y austera, tal como se refleja en sus cartas. Su proclamación de Jesús tenía lugar en las sinagogas de las ciudades que visitaba y en las casas de particulares que lo acogían, algunas veces en las plazas o mercados públicos y ocasionalmente en algún local apropiado (Hch 19,9). Esta actividad predicadora era muy trabajosa (véase la potente descripción de sus penalidades en 2 Cor 11,23-29), no solo con los judíos porque cuestionaba algunas partes de su fe tradicional y provocaba grandes tensiones, sino también con los paganos por lo asombroso que podía ser que un pobre semibárbaro, un judío andrajoso, predicara una fe que pretendía hacer temblar los cimientos religiosos tradicionales del Imperio. La revolución de Pablo consistió en que él presentó por primera vez un judaísmo renovado —tal como él lo entendía, el judeocristianismo, o judaísmo vivido según la ley del Mesías con participación de gentiles— como religión del mundo entero.

Nada sabemos con seguridad acerca de su muerte. Según una tradición —no segura— que parte de los Hechos de Pablo, apócrifos (compuestos antes del 180 e.c.), tuvo lugar en la capital del Imperio bajo el reinado de Nerón, durante la persecución a los seguidores de Jesús de la Urbe hacia el 64. La relación de la muerte de Pablo con la supuesta persecución de este emperador carece de todo fundamento, y de hecho muchos estudiosos piensan que es más probable que sucediera en 62 o 63. Por otro lado, la muerte de Pablo, en caso de haberse producido en Roma y a manos del poder romano, parece no haber tenido nada que ver con su carácter nazareno o con su predicación, sino con la acusación de haber causado un tumulto en Jerusalén.

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