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El fariseísmo de Pablo

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Dadas las características de la piedad farisea y sus exigencias en la vida diaria, parece que educarse a fondo y vivir conforme a tales normas era prácticamente imposible fuera de Israel. Se discute incluso si había fariseos en la Galilea del siglo I, aunque muchos estudiosos lo creen, pero no como escuelas, sino como figuras aisladas. Puesto que, además, apenas se sabe nada de una actividad farisaica de escuela en el exilio, Tarso no puede entrar en consideración, sino solo Damasco, como centro importante relativamente cercano, y sobre todo Jerusalén. La postura tradicional es que Pablo se formó como fariseo en Jerusalén, según Hch 7-8 y 22,3, lo que se confirma en apariencia por la única mención de sus cartas acerca de su militancia farisea (Flp 3,5). Se argumenta también que esta trayectoria vital proporcionó al futuro apóstol de los gentiles una formación técnica al modo «rabínico» posterior.

Pero Pablo nunca dice que se formó en Jerusalén, aunque tenía muchas ocasiones para ello. Además, esta tradición tan clara no casa con lo que afirma un texto de Gal 1,22-23, a saber, que «personalmente era Pablo desconocido de las iglesias de Judea». Parece imposible que en un grupo relativamente pequeño de piadosos extremos, la rama judía de los seguidores de Jesús, fuera Pablo un perfecto desconocido si es que había pasado años en la capital formándose y adquiriendo gran notoriedad como conocedor de la Ley y de las costumbres tradicionales. Además, según Hch 7,58, había colaborado en la muerte del protomártir Esteban aprobándola al menos. Y si la crítica estima como muy improbable la estadía paulina en Jerusalén, se pone en duda también su formación estrictamente farisea, salvo que hubiera pasado mucho tiempo en Damasco —cosa que tampoco sabemos— y hubiera recibido allí enseñanza específica de este tipo.

Igualmente es improbable que un fariseo auténtico hubiera utilizado en su argumentación escriturística una Biblia no hebrea, sino su versión griega, aunque sus lectores fueran gentiles que no sabían la lengua sagrada. Lo lógico sería que, habiéndose formado en el fariseísmo —utilizando siempre la Biblia hebrea, que sabría de memoria—, empleara los textos bíblicos en esa lengua que traduciría al griego él mismo. Pero no es así; Pablo utiliza directamente una versión parecida a la de los Setenta. Y una improbabilidad más: a pesar del tópico de que Pablo era un buen «rabino», diversos expertos judíos sostienen que, bien analizado, su modo de argumentar a partir de textos de la Biblia carece del método y del rigor lógico que empleaban los auténticos maestros de la Ley de la época.

Una dificultad añadida es que, aunque toda la teología paulina se apoya de modo casi exclusivo sobre concepciones veterotestamentarias desarrolladas por el fariseísmo, Pablo las entiende a menudo de modo radicalmente diferente, a veces exactamente al revés. El ejemplo más claro es Gal 4,21-31, en donde Pablo invierte las funciones de Agar, la esclava, y de Sara, la libre, sosteniendo que los judíos de su época que no creen en Jesús, el Mesías, no son hijos de Sara, sino de Agar, como los ismaelitas. Otro caso es Gal 3,10, que cita Dt 27,26. En el pasaje de su carta Pablo sostiene exactamente lo contrario de lo que pretende decir el texto bíblico.

Teniendo en cuenta estas dificultades, es posible proponer una solución intermedia: Pablo —como judío de la diáspora, deseoso de dar realce al poder del Espíritu de Dios que había operado en él, que lo había transformado de furioso perseguidor de los seguidores de Jesús en ardiente defensor de su mesianismo después de su presunta llamada divina, empleaba el término «fariseo» no de un modo estricto —a saber, entrenado largos años en la escuela de un maestro fariseo de fama, experto en las técnicas que luego serían denominadas «rabínicas»—, sino de una manera amplia como «defensor de las ideas fariseas» en contra, por ejemplo, de las saduceas o esenias.

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