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7. EL LIBRO III . EL PROBLEMA DE LA EXPRESIÓN
ОглавлениеA los libros I-II, que tratan de la argumentación retórica y en los que hemos podido aislar las grandes líneas de una Téchne del período académico, la Retórica que se nos ha transmitido añade un libro III, que contiene un tratado particular sobre la ‘expresión’ y ‘composición’ (léxis kai taxis) de los discursos. Esta temática es no poco autónoma respecto de la que le precede y configura lo que Genette ha llamado una «retórica restringida» 206 , cuyo valor puede establecerse por sí solo, con independencia del arte de la argumentación, tal como, de hecho, sucedería en algunas tradiciones posteriores a Aristóteles.
Se sabe que, de esta situación, algunos estudiosos del s. xix, como Sauppe, Schaarsmidt y Zeller 207 , infirieron argumentos contra la autenticidad del escrito. Pero, a decir verdad, y según probó Diels de un modo irrebatible, no hay motivos gramaticales o doctrinales (sintaxis, vocabulario, modelos de argumentación, citas, paralelismos con pasajes de otras obras, etc.) que permitan una atribución diferente a la que sin interrupciones ha reconocido la tradición histórica en favor de Aristóteles 208 . Cierto que, como ya hemos visto, nuestro libro III se halla citado aparte de los otros dos, en el núm. 86 de Diógenes, con el título Perí léxeos 209 . Esta disposición de los catálogos muestra, por lo tanto, que el libro III y los I-II fueron concebidos como estudios independientes y que sólo con posterioridad fueron agrupados en la obra que conocemos. Ahora bien, de ello no puede inducirse, como argumentaron Diels, Rabe y Fr. Marx 210 , que la unificación definitiva de los tres libros hubiera de producirse tras la muerte de Aristóteles y por manos ajenas a las suyas. Contrariamente a esta tesis, y por las razones que señalo en la n. 1 al L. III de la traducción (nota ésta cuya lectura me permito recomendar aquí), las evidencias apuntan más bien, ante todo, a que fue el propio filósofo quien integró el Perí léxeos en los libros I-II de nuestra Retórica; y, después, a que tal integración tuvo lugar ya en la época de su docencia en el Liceo, cuando dichos libros I-II estaban elaborados del todo y tenían la forma en que hoy los conocemos.
Esta doble afirmación es, a mi juicio, de considerable importancia. Sobre la cronología del Perì léxeos , la crítica contemporánea (acaso con la única excepción ya comentada de Barwick) ha sido por lo común constante en situarla no mucho más allá de los años finales del período académico de Aristóteles. Por una parte, el estudio del vocabulario y, sobre todo, la proximidad de determinados temas a la filosofía platónica, nos sitúan sin duda en una etapa temprana de la vida del filósofo 211 . Y, por otra parte, como lo ha analizado Düring con minuciosidad, los nombres de personas o los sucesos históricos de que el libro hace mención, se mantienen regularmente en torno a la década del 360-50. Más todavía: de todos esos nombres, el que se apunta como verdadero interlocutor de Aristóteles es Isócrates, cuyos discursos aparecen citados 33 veces (y él mismo 8) y cuyo término de comparación, sea elogioso o crítico, resulta permanente. La censura —si lo es— de los logógrafos , en 1404al9, se emparenta muy de cerca con la que, según sabemos, promovió la reacción de los isocráticos y la disputa con Cefisodoro 212 . Y, en todo caso, en ninguno de los otros libros de nuestra obra se produce tan intensamente la sensación de estar redactado con el afán polémico de ofrecer una alternativa a la retórica isocrática.
Todo esto nos traslada, sin duda, a aquel ambiente académico que nos es ya conocido por lo que aquí he llamado primera versión de la Retórica . Y a ello hay que añadir las analogías que el L. III presenta con los modelos de argumentación de dicha primera Retórica , según pusimos antes de manifiesto con referencia al canon de la prueba lógica y puede rastrearse además en muchos otros pasajes 213 . El conjunto de estas referencias y paralelismos sólo halla una explicación verosímil, en fin, si se supone que el Perì léxeos es una obra académica, seguramente un curso paralelo a la Téchne lógica, que ha debido surgir, como esta última, en el clima de debate ideológico que enfrentó a Aristóteles con los isocráticos. Algunas razones internas, que en seguida analizaremos, y sobre todo el que Aristóteles cite la guerra olintíaca (349) y, por tres veces, el Filipo de Isócrates (346), mueve a pensar que el Perì léxeos es algo posterior a la Téchne lógica y, en todo caso, que el filósofo no debió darle remate sino cuando Platón había ya muerto (348/47) y él se hallaba en Asos 213bis . Mucho más allá de estas fechas no permiten ir las evidencias disponibles, por lo que ha de aceptarse la de 346-44 como la más apropiada para fijar la cronología terminal del escrito.
Ahora bien, aquí radica la importancia de las dos afirmaciones que antes hemos sostenido. Si el Perì léxeos es, en efecto, una obra independiente ¿qué pudo llevar a Aristóteles a integrarlo en los libros I-II de su Retórica? Y si ello tuvo lugar además en el período del Liceo, ¿qué contiene este escrito como para que el filósofo considerase necesario completar su análisis ya definitivo de la argumentación retórica con un tratado juvenil sobre la expresión y composición de los discursos? Ciertamente, no sólo esta integración, sino incluso las razones de la redacción del Perì léxeos resultan asuntos no poco enigmáticos. Por una parte, ninguno de los programas (I 1 y I 2) que organizan la temática de la Retórica se refiere a la léxis , que tampoco aparece requerida como un problema a considerar en los minuciosos análisis sobre la teoría de la argumentación. Y, de otra parte, en I 1, 1354b17-23, Aristóteles rechaza como improcedente el ocuparse de la taxis de los discursos que es presentada como una estratagema para conmover al juez 214 . La ‘expresión’ y la ‘composición’ se sitúan, así, de un modo explícito entre las materias éxō toû prágmatos , por lo que no puede descartarse que el filósofo se ocupara en principio de ellas sólo por mor de sus obligaciones docentes y para cumplir, como dice Diels, el encargo de ofrecer una retórica de escuela que sirviese de alternativa a la retórica de Isócrates 215 . No obstante, este encargo debió resultar decisivo para la reflexión del filósofo, de suerte que todo mueve a pensar, como enseguida veremos, que fueron precisamente las implicaciones del Perì léxeos las que llevaron a Aristóteles a comprender las insufiencias de su primera Téchne y, en definitiva, a imprimir una evolución a su punto de vista que habría de culminar en el proyecto unitario de la Retórica en tres libros.
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La finalidad del libro III es, repitámoslo, el análisis de la expresión y composición de los discursos. En el modo como esta finalidad aparece razonada en el párrafo de enlace de III 1, su justificación se organiza sobre la base de que es preciso atender, junto al fondo o sustancia de la persuasión, la forma en que el discurso debe decirse, a fin de que resulte más convincente 216 . Esta misma idea reaparece en III 10, a propósito de la «elegancia» retórica, donde la léxis es presentada como «forma» y la diánoia (término este con el que Aristóteles menciona, tanto aquí como en Poét . 19, 1456a34 ss., el conjunto de cuestiones referidas a la prueba lógico-retórica) como «fondo» de las argumentaciones 217 . La finalidad del libro III queda, pues, vinculada, en el conjunto de la retórica, a la estructura fondo/forma de la persuasión lo que, a juicio de Aristóteles, es necesariamente asunto de enseñanza (didaskalía) , «puesto que para las demostraciones hay diferencias en expresarse de un modo u otro» 218 . Y, de hecho, el desarrollo íntegro del libro III no es más que el cumplimiento de este plan, siguiendo el cual los caps. 2-12 se ocupan de la forma más pertinente —de las ‘virtudes’ (aretaí) — de la expresión, y los caps. 13-19, de la forma asimismo más oportuna —de la división y orden— de la composición de los discursos.
Las virtudes esenciales de la expresión son de cinco clases: la ‘claridad’ (saphé) , que conlleva elegir las fórmulas más aptas para que el discurso «haga patente» lo que se quiere decir; la evitación de la ‘esterilidad’ (psychrá) que se produciría si se usasen términos improcedentes o inusitados, rompiendo con ello la frontera entre la expresión retórica y la expresión poética; la ‘corrección lingüística’ (tò hellenízein) que se aplica al recto uso del lenguaje; la ‘adecuación’ (tò prepon) entre lo que se dice y cómo se dice, virtud fundamental tanto para la retórica como para la poética y sin la que nada puede llegar a ser convincente; y la ‘elegancia’ (asteîon , o sea, el habla fina, opuesta al habla vulgar del rústico), que se refiere lo mismo al buen gusto en el decir que a la agudeza e ingenio de lo que se dice 219 . Estas virtudes se sirven de unos cuantos mecanismos, que a veces son comunes y a veces particulares, y que consisten en el empleo de los términos oportunos 220 , en la aplicación de metáforas e imágenes convenientes 221 y en procedimientos que derivan del ritmo y de las diversas clases de construcción —coordinativa, correlativa — de las oraciones 222 . Y estas virtudes (o combinaciones de ellas) se ajustan, en fin, de modo diverso a los discursos hablados o escritos y, en general, a cada uno de los géneros oratorios, enfatizando Aristóteles sobre que su uso se atenga a los principios de equilibrio y término medio en que tiene sus fuentes el placer de leer o de oír 223 .
Por su lado (y aunque en una retórica exclusivamente perì toû prágmatos bastaría con dividir la materia en ‘exposición’ y ‘demostración persuasiva’ del hecho 224 ), las partes del discurso pueden llegar legítimamente a las cuatro que también propone Isócrates 225 : el ‘exordio’ (prooímion) , que debe dar el tono al discurso, sea anunciando la materia de que se tratará, sea poniendo al auditorio en disposición de atender; la ‘narración’ (diégesis) , que ha de relatar cronológicamente o, todavía mejor, analíticamente el asunto de que se trata; la ‘demostración’ o ‘persuasión’ (apódeixis, písteis) , que consiste en proponer entimemas, ejemplos y amplificaciones; y el ‘epílogo’ (epílogos) , que debe servir de recordatorio de lo que se ha dicho, logrando que el auditorio se incline finalmente a favor del orador 226 . También en el caso de estas divisiones Aristóteles da reglas para su disposición más oportuna y para el mejor aprovechamiento de los recursos retóricos resultantes, lo que demuestra que el filósofo no concibe la taxis sino dentro del problema general de la expresión. Y asimismo propone usos y combinatorias diferenciadas de aquellas reglas para cada uno de los géneros oratorios, inclinándose otra vez por el equilibrio y la moderación que nacen del justo medio 227 .
La expresión reglamentada por las virtudes del bene dicere y por la recta composición de los discursos se transforma, así, en una expresión literaria, en una expresión (aun si Aristóteles no conoce esta diferencia, que, en términos generales, permanece ausente del mundo griego) atenida a una voluntad de estilo . Tiene por ello razón Düring cuando describe el Perì léxeos como un tratado sobre la prosa artística , por igual opuesta a la elevación de la poesía y a la sequedad del rigor científico 228 . Y de hecho es en la sistematización llevada a cabo por Teofrasto de algunas de las observaciones de Aristóteles sobre este asunto donde debe situarse el nacimiento de la retórica preceptista y el origen en general de la doctrina de los charaktêres o virtutes dicendi del helenismo. Sin embargo, si esto es sin duda cierto, no podemos por ello olvidar que el único fin prescrito por Aristóteles al estudio de la expresión ha sido el de establecer la forma que resulta convincente en el marco del binomio fondo/forma de la argumentación retórica. ¿Cómo la léxis , la táxis , la expresión en su conjunto, deviene ella misma forma persuasiva? ¿Y qué relaciones guarda con la sustancia de los argumentos retóricos? Este es, a decir verdad, el núcleo del problema que formula el Perì léxeos .
La pregunta por la léxis , tal como se perfila en el libro III de Retórica , es objeto de un paulatino desplazamiento de sentido. Aristóteles parte de la definición platónica de léxis , cuando afirma que «los nombres son imitaciones (mimesis)» 229 . Y ciertamente, tal como Platón había planteado el problema en el Crátilo , la lengua parece haber sido instituida por un legislador ebrio, puesto que los nombres son convencionales y distintos en cada idioma; pero es tarea del dialéctico, legislador ideal de las palabras, «imponer a los sonidos y a las sílabas el nombre que es por naturaleza (katà phýsin) apropiado a cada cosa» 230 .
En Platón, esto presupone, ante todo, que, para que la atribución tenga sentido, es necesario que «en sí y por sí mismas posean las cosas una realidad constante» 231 ; pero presupone además, y principalmente, que la misión del lenguaje sólo consiste en traducir stricto sensu esa realidad constante, de manera que las cosas «no sean exaltadas o derribadas junto a la imagen que de ellas nos hacemos» 232 . Nos es ya conocido desde el epígrafe 2 de nuestro estudio, cómo este fuerte envite a favor de la función designativa del lenguaje constituye el núcleo de la postura platónica sobre la retórica. Ahora bien, siendo los nombres convencionales, su correspondencia con las cosas o con los hechos no puede radicar en una imitación directa —recuérdese el sarcasmo con que Sócrates juzga en el Crátilo a los etimologistas, inventando una sarta de inauditas etimologías—, sino más bien en que el lenguaje guarde, respecto de sí mismo y de las cosas denotadas por él, unas relaciones objetivas que son propiamente las que configuran la mímesis 233 . Tales relaciones se hacen posibles cuando cada elemento de la léxis es el ‘adecuado’ (prépon) y todos ‘se ajustan’ (harmóttein) entre sí según el eîdos de la cosa. De modo que, desde este punto de vista, el dialéctico o legislador de las palabras debe actuar —según se lee en el Gorgias — como un artesano que «coloca en un cierto orden todos los materiales y obliga a cada parte a ser la adecuada (prépon eînai) y a que se ajuste (harmóttein) a las otras, hasta que el conjunto de la obra quede formado con arreglo a orden y a proporción (tetagménon te kai kekosmeménon) 234 .
Que Aristóteles ha derivado de estas ideas platónicas su interpretación de la léxis , lo demuestra el hecho de que, también para él, la virtud principal del lenguaje la constituye el prépon o expresión ‘adecuada’ y que ésta contiene igualmente la noción de ‘ajuste’ (harmótton) , una y otra definidas por primera vez en la historia de un modo claro, aunque sólo intuitivo, por las propiedades respectivamente de la denotación y la connotación de los signos 235 . Sin embargo, es precisamente en este punto donde una atenencia estricta a tales ideas no permite permanecer en el terreno exclusivo de la mimesis . Sin duda, la léxis adecuada puede ajustarse sólo al prâgma o hecho que connota, haciendo aparecer (apophaínein, lógos apophantikós) exclusivamente el hypokeímenon prâgma o sustancia del asunto. Pero, incluso en esa hipótesis, nada impide que sean ajustadas otras formas diversas de expresión del objeto, siempre que el orden y las proporciones lo reproduzcan adecuadamente. Y además cabe pensar en expresiones de otra índole, que se ajusten, junto a lo que se dice, también a quien lo dice —connotando el talante o carácter (êthos) del que habla—, o a quien lo escucha —connotando las reacciones emocionales (páthē) que el asunto puede producir—.
Estas otras clases de léxis , a las que Aristóteles denomina ahora ethiké y pathetiké (o sea, «expresivas del talante» o «de las pasiones» 236 ) pueden ser igualmente adecuadas, puesto que, no por variar la carga connotativa, dejan de denotar, a su modo, ‘realidades’. En Poét . 15, donde se lleva a cabo un análisis paralelo a éste de Retórica , el filósofo subraya enérgicamente el alcance referencial de estas léxis ethiké y pathetiké , diciendo que «se le puede dar a un personaje como carácter (êthos) la virilidad, pero no es ajustado (harmótton) a un mujer el manifestarse viril o temible» 237 . Lo que diferencia, pues, a todas estas clases de léxis no es la función designativa, sino el diferente plano que connota, y al que orginariamente se dirige, la expresión. En una forma de léxis que sea apophantiké , la expresión remite siempre a un plano objetivo; designa, si es verdadera, un eîdos y, como se leerá en el todavía lejano Perì hermeneías , sólo en ella se da la verdad y la falsedad 238 . En cambio, algunos modos de expresar objetos y, desde luego, la léxis ethiké y pathetiké incluyen o remiten a un plano subjetivo, se refieren a situaciones o procesos que son, por ello mismo, transformables y, como también dirá el Perì hermeneías , en estas clases de léxis tienen lugar oraciones (lógoi , no lógoi apophantikoí) , «cuyo examen corresponde a la retórica y a la poética» 239 .
Esta ampliación del campo de la léxis implica ciertamente un tránsito fundamental en la concepción aristotélica del lenguaje. En el desarrollo del libro III de Retórica , éste no es presentado más como mimesis , sino como sýmbolon , como mediación o —por decirlo en el sentido riguroso del término griego— como signo de reconocimiento entre los hombres 240 , al que, por lo tanto, sólo se le puede considerar en las coordenadas de una institución social. Sin duda, Aristóteles vacila en el Perì léxeos a la hora de obtener las consecuencias de este giro, que sólo habrá de hacerse patente en el (como ya he dicho) todavía lejano Perì hermeneías . Los sýmbola , piensa por el momento, son siempre engañosos 241 , de modo que el uso así ampliado de la léxis sólo puede justificarse como un remedio ante la rudeza del auditorio. Pero el paso está dado ya y, con él, una modificación profunda del horizonte de la retórica.
Si la léxis es ‘signo’, su origen no puede, en efecto, residir en las cosas, sino en aquello de lo que es signo, esto es, en los estados del alma, en los têi psychêi pathémata 242 . Esta es ahora la doctrina de Aristóteles. Ahora bien, a partir de aquí se comprende que a la mediación sígnica le sea posible abstraer todos los elementos psicológicos particulares, a fin de mantenerse sólo en las expresiones objetivas, apophantikoí , de la percepción de las cosas. Pero se comprende igualmente que también le sea posible conservar esos elementos, sin alterarlos ni suspenderlos, viendo qué añaden a la expresión pura de lo percibido, e incluso cambiar de dirección y dirigir su interés a los elementos psicológicos mismos, significando entonces, por medio de proposiciones, los éthē y los páthē que comportan los estados del alma. En principio, nada señala en la léxis a qué juego de intereses —a qué dirección de las referencias— está representando de modo propio. Pero, precisamente por ello, el análisis de la léxis no puede colocarse ya en el nivel de la ‘imitación’, sino en el de la ‘interpretación’: en la hermeneía tés onomasías , en el desciframiento de lo que está implicado en el acto de nombrar, como lo dice el texto más lúcido y terminante de Poética 243 . Y este es el núcleo de la cuestión.
El estudio de este punto —lo que la léxis añade o transforma respecto del puro análisis lógico de las proposiciones— es lo que Aristóteles confía a la retórica y a la poética: el examen que les corresponde propiamente, como hemos visto más arriba. Pero lo importante es que eso añadido o transformado tiene lugar, en todo caso, en virtud de la forma , como consecuencia de la elección de enunciados o expresiones de cierta clase 244 . En lo que se refiere a la retórica, se trata de la forma persuasiva de la léxis , del modo como ésta puede lograr, por medio del lenguaje o sistema sígnico, la persuasión . Y es esto justamente lo que fija el Perì léxeos . La ‘expresión’ —he aquí lo que dice Aristóteles— transforma en persuasivo el discurso, cuando es capaz de llevarlo desde las regiones de la argumentación abstracta a las figuras fácilmente intuibles de lo concreto.
En el cap. III 11, con el que Aristóteles concluye el análisis formal de la léxis (antes de aplicar ésta a los distintos géneros oratorios) , dicha función queda representada por la posibilidad de «poner ante los ojos», de «hacer que salte a la vista» aquello que es objeto de la persuasión 245 . Este es, dice el filósofo, el principal privilegio de las metáforas 246 , pero también, en general, de toda expresión retórica ‘adecuada’ 247 . El oyente se persuade, porque ve con toda nitidez (enárgeia) lo que se le dice, es decir, porque algo que resulta de una serie de operaciones lógicas —en las que reside estrictamente el acto de la persuasión, pero ante las que el interlocutor queda perdido— se le muestra con los caracteres propios de lo sensible, añadiendo al prâgma de lo persuasivo el lenguaje —el sýmbolon — adecuado a su capacidad. Esta sensibilización es persuasiva porque «aparece como verdad» y porque propone, en este nivel, una a manera de ‘enseñanza’ 248 semejante a la de las demostraciones científicas. Pero es, en todo caso, la sensibilización de un argumento lógico-retórico, de modo que, aun sin dejar de ejercerse éste en el tópos o lugar común que le corresponde, la persuasión resulta del uso de enunciados específicos que son susceptibles de contener en concreto a tal tópos o lugar común .
Este punto de vista es, en fin, el que determina la esencia de lo prépon , de la expresión adecuada, sea cual sea la dirección de la referencia que adopte el acto de nombrar. En III 17, 1408al0-14, Aristóteles afirma que la léxis es adecuada cuando «expresa las pasiones y los caracteres y guarda analogía con los hechos establecidos». La noción de analogía contiene, sin duda, la posibilidad de esa referencia en dirección a los objetos, por la que es posible la sensibilización del prâgma en que quedan englobados los lugares comunes de la persuasión. Pero el mismo fenómeno tiene lugar en la dirección de la referencia que connota al orador o al oyente. Aristóteles percibe, también aquí, que las oraciones subjetivas introducidas por la léxis ethiké y pathetiké pueden ser usadas con vistas a la persuasión, no porque acontezcan en un tópos o lugar de lo convincente, sino, al contrario, porque lo contienen en cuanto especies de enunciados. Como la expresión de un talante virtuoso es el fundamento del elogio, el orador logrará persuadir de su virtud si, para referirse al asunto de que se trate, hace uso de proposiciones ethikaí , de las que se derive un elogio implícito de sí mismo. E igual sucede, si, mediante enunciados pathetikoí , consigue excitar ciertas pasiones ante determinados hechos, poniéndolos a éstos como causa real, puesto que presenta tales pasiones como efectos de ellos. En estos dos ejemplos, el tópos del elogio y el de la relación causal aparecen ya implicados en la propia forma ethiké o pathetiké de la expresión, de modo que una vez más es tal forma , en cuanto que contiene particularmente el lugar común, quien determina la persuasión.
Aristóteles no duda, desde luego, en declarar paralogísticas estas consecuencias 249 , por mucho que las presente como requisitos imprescindibles de la léxis retórica ‘adecuada’. Pero lo decisivo es que, de este modo, se abre ante el filósofo la idea de que, junto al arte de las lugares, hay otra técnica de obtener písteis , que no nace de las propiedades de ciertas nociones formales (ek tópōn) , a partir de las cuales se dicen los enunciados, sino de una capacidad de la léxis , que puede cumplir esa misma función persuasiva común a través de los enunciados específicos (ek protáseōn) que ella misma puede producir.
Esta nueva técnica precisará, naturalmente, una sistematización íntegra del punto de vista retórico que reconsidere a esta luz el cuerpo entero de las proposiciones persuasivas. A su vez, ello requerirá buscar una nueva fuente de enunciados, que no esté ya puesta sólo en los lugares lógicos de las definiciones dialécticas, sino también en los motivos psicológicos en que se genera la léxis . Todo esto llevará a Aristóteles a concebir una segunda Retórica , de cuya naturaleza y contenido vamos a ocuparnos inmediatamente. Pero antes hay que decir, en fin, que si tal ampliación de la temática retórica ha sido inducida por los análisis sobre la léxis , por su parte, las condiciones mismas de esta ampliación explican suficientemente las causas por las que Aristóteles ha debido unir a su Retórica renovada su viejo Perì léxeos . Una vez admitida una retórica de enunciados (y no sólo de lugares), el binomio fondo/forma cambia efectivamente de carácter, de modo que deviene un hecho esencial el ‘aparecer’, el ‘manifestarse’ del discurso. Es preciso estudiar la léxis , porque «no basta con saber lo que hay que decir, sino que también es necesario decirlo como se debe, lo cual contribuye mucho a que se manifieste de qué clase es el discurso» 250 . Este ‘manifestarse’ (tò phanénai) del discurso es lo que establece, por decirlo con la fórmula de Ricoeur 251 , el «lugar retórico» de la léxis: el lugar que se abre al hecho de que, una vez halladas «las materias (prágmata) por las que se obtiene la persuasión», resulte imprescindible «investigar cómo estas materias predisponen los ánimos mediante la expresión» 252 .
La complementariedad entre los prágmata y la léxis señala, pues, que hay un espacio necesario para la persuasión por la forma y que este espacio no es accesorio o exterior al discurso persuasivo, sino el espacio propio, adecuado , de la persuasión. Este espacio no es requerido, ciertamente, cuando se trata de la enseñanza de la geometría. Pero sí lo es —he aquí lo fundamental— cuando se trata de cuestiones cuyo tratamiento presupone la confrontación dialéctica; cuando se trata, en suma, de asuntos cuya verificación tiene lugar en el marco de lo verosímil y lo plausible, que hacen un uso de los enunciados, no originariamente —según sabemos— conforme a las competencias designativas, sino conforme a las competencias pragmáticas del lenguaje. Desde este punto de vista, la léxis no puede ser independiente del lógos , ya que es éste quien pone las exigencias lógicas de la persuasión, por las que deben elegirse expresiones de cierta clase. Pero tampoco el lógos , toda vez que se ha introducido ya una perspectiva de enunciados en el interior de la retórica, puede ser independiente de la léxis , puesto que depende de ella para la constitución de especies de proposiciones, sólo deducibles por el análisis de la expresión. Una y otro, pues, tanto la léxis como el lógos , vienen a ser, así, como los dos brazos —coimplicados, distinguidos— de un proyecto común que aparece ahora como único: el de una Téchne completa del razonamiento y el lenguaje retóricos.