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3. DIALÉCTICA Y RETÓRICA SEGÚN EL MODELO DE «TÓPICOS»

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Entre la redacción del Grilo —cuyos temas, como acabamos de ver, podemos aislar de un modo relativamente satisfactorio— y el texto conservado de nuestra Retórica media un conjunto de noticias, de no siempre clara interpretación, que hacen difícil fijar en detalle la evolución de esta parte del pensamiento de Aristóteles. Nuestra obra misma no aparece citada en el catálogo de Diógenes (como tampoco en el Anónimo, aunque sí en el de Ptolomeo, que presupone ya la edición de Andrónico), a pesar de lo cual se reconoce bien en dos números separados de su lista: el núm. 78, que nombra una Téchne rhetoriké I-II , o arte de la «argumentación» en los discursos y que coincide con los dos primeros libros de nuestra obra, y el núm. 87, que menciona un Perì léxeos , o estudio de la «expresión», que se ajusta perfectamente al contenido de nuestro L. III, con el que sin duda debe identificarse 77 . La disposición del catálogo de Diógenes demuestra, así pues, que nuestra Retórica se compone de dos tratados o grupos de lecciones —uno sobre la lógica , otro sobre la expresión de los discursos— que sólo laxamente son presentados por Aristóteles, en varios pasajes, como complementarios. De estos dos tratados sabemos con certeza que fueron concebidos como obras singulares y que se compusieron en fechas diferentes, pero no toda la crítica está de acuerdo en si responden a una redacción unitaria o si han sido objeto de revisiones y amplificaciones posteriores. Volveremos sobre este punto del problema un poco más abajo. Ahora bien, si nos centramos por el momento en los libros que tratan de la argumentación retórica (I-II) y si los analizamos prescidiendo de estas dificultades sobre su estructura, la situación de la que parten ofrece ya las trazas de una profunda novedad.

Por comparación con los planteamientos platónicos del Grilo , el modo como se abre el texto de nuestra Retórica presenta, efectivamente, dos notas características. En primer lugar, la obra no pone su interés en la conexión entre el discurso y la verdad de las proposiciones, sino que se coloca de un modo explícito en la comunicabilidad de lo que dice el orador a su auditorio o, como lo formula Ricoeur, «en la dimensión intersubjetiva y dialogal del uso público del lenguaje» 78 . Consecuentemente con esto, y en segundo lugar, el plano de referencia de los discursos no se sitúa en las cosas (en los objetos ideales denotados en las Ideas), sino que pasa a ser las opiniones (dóxai) o el sistema comunitario de creencias (písteis) , que se instituyen así en el único criterio de la argumentación. Sin duda, este punto de partida dota a la retórica de una especificidad, que perturba desde el principio el cuadro de sus relaciones con la dialéctica según el modelo del Fedro . Pero tal especificidad no acontece sólo a la retórica, sino que alcanza a la dialéctica misma, puesto que ambos saberes se declaran, ya en el arranque de nuestra obra, y siguiendo una metáfora que supone una simetría epistémica entre ellos, como antistróficos uno de otro 79 . Nuestra Retórica no ofrece después, de todos modos, ningún análisis o desarrollo de esta tesis que permita colegir el alcance exacto de las palabras de Aristóteles. La presentación que la obra hace de sí misma resulta en este sentido decepcionante. Sin embargo, los pasos que no podemos seguir en ella se encuentran adecuadamente trazados en el conjunto de argumentaciones que nos brinda la morosa redacción de Tópicos 80 , cuya elaboración del concepto aristotélico de dialéctica (la otra cara de la antístrofa) nos detalla a la vez, conversamente, el proceso de formación del pensamiento retórico del Estagirita.

Pues bien, en los libros VI-VII de Tópicos —que son los más antiguos y que forman un bloque unitario 81 — la función que Aristóteles asigna a la dialéctica permanece todavía formalmente dentro de la órbita platónica: constituye aún, en efecto, como con tanto rigor lo ha estudiado C. Viano 82 , una técnica para la demostración de las definiciones de las que hacen uso las ciencias particulares. Es verdad que tal uso se halla matizado por la distinción que establece Tóp . VI 4 entre un «arte de las definiciones» y un «arte de las demostraciones» 83 , distinción ésta que implica ya el proceso —promovido por el modelo de la matemática de Eudoxo e igualmente incoado en los análisis platónicos— por el que las ciencias particulares tienden a constituirse con principios propios sobre una base axiomática. En esta perspectiva, Tóp . VII 3 reconoce que casi nadie practica la demostración de definiciones y que todos toman a estas últimas por principios, a la manera como proceden los geómetras 84 . Pero con esto no se alcanza todavía a diferenciar la sustancia de ambas artes. Contrariamente a lo que escribirá en Met . VII 12, el Aristóteles de esta época sostiene aún que hay «silogismo (i. e . demostración), de las definiciones» y que, en definitiva, el «arte de las definiciones» —de acuerdo con el programa de Fedro — remite a «lo que es primero y más cognoscible, tal como sucede en la demostración» 85 .

Pero, si en este punto Aristóteles permanece todavía dentro del espíritu platónico, en cambio se separa de él en que, de todas formas, ya en estos libros VI-VII de Tópicos (como en el De Ideis , al que nos referiremos luego y que es contemporáneo suyo), niega que las Ideas puedan servir de plano de referencia ontológica a las definiciones. La contingencia de las cosas —he aquí el razonamiento aristotélico— no puede ser adecuadamente denotada desde la necesidad de las Ideas, pero la pluralidad que esa contingencia introduce sí puede unificarse, en cambio, desde la identidad de la definición , que de este modo se postula ahora como el nuevo criterio designativo 86 . Dicho criterio, por emplear otra vez las palabras de Viano, se determina diciendo que «todo objeto ha de tener una única definición, que debe poder substituir al nombre del objeto en todo contexto en el que aparezca» 87 . Y si es verdad que en el horizonte de Tóp . VI-VII, la búsqueda de tales contextos se acomete mediante un mecanismo de análisis en que la herencia de Platón vuelve a ser clara —son. los «esquemas dicotómicos», especialmente razonados en Sofista 88 —, la función de la dialéctica queda con ello, no obstante, fuera de su significado platónico: la demostración de las definiciones consiste ahora en buscar, mediante el uso de esquemas dicotómicos, todos los contextos en que puede aparecer el nombre del objeto, a fin de comparar en cada caso la identidad de su definición . Tales contextos funcionan, así pues, como «lugares» (tópoi) del «silogismo de las definiciones», y, de este modo, el método de selección (trópos tês eklogês) de esos lugares recibe con toda justicia el nombre de Tópica .

Esta profunda rectificación del concepto y funcionalidad de la dialéctica platónica decide ciertamente el sentido del nuevo concepto aristotélico de dialéctica y también —lo que ahora nos importa más— del de retórica. El proceso de separación entre dialéctica y ciencias particulares se establece, en el marco de los tópoi , no como un fenómeno de oposición, sino de gradualización. Las ciencias particulares se presentan como discursos que de antemano han cumplido ya las condiciones de la dialéctica, sencillamente porque se refieren a casos saturados 89 en que la contradicción es imposible, es decir, en que la identidad de la definición es puesta como principio en todos los contextos o lugares lógicos (tópoi) en que puede aparecer. Y es en este uso de las definiciones como principios en lo que consiste la axiomatización de las ciencias. En cambio, los enunciados para los que tal uso es imposible —o sea, para los que sí cabe contradicción de lo que afirman— tienen que recorrer, consecuentemente, la prueba de la identidad de su definición en todos sus lugares lógicos. Son estos casos los que pertenecen ahora al dominio de la dialéctica: sus definiciones no pueden proponerse como principios , sino como hipótesis . Y la dialéctica se constituye entonces como un método para la selección y justificación de hipótesis 90 .

Ahora bien, al analizar la naturaleza de estas hipótesis, Aristóteles echa mano de una distinción que parece alejarlo definitivamente del mundo platónico. Tóp . VIII (que, salvo por su dudoso cap. 2, es posterior a Tóp . VI-VII) inicia sus argumentaciones diciendo que mientras que al filósofo (i. e . al que practica la ciencia) le es posible investigar por sí solo, preocupándose en exclusividad de que «las cosas por las que se hace el silogismo sean verdaderas y conocidas», al dialéctico, por el contrario, le es obligatorio «ordenar las materias y formular las preguntas (…) de cara a un oponente» 91 . El estatuto que corresponde a las hipótesis dialécticas —he aquí lo que quiere decir Aristóteles— no es otro que el propio de las «opiniones» (dóxai) . Una tesis de la que no se sabe todavía si se cumple en todos los contextos posibles constituye efectivamente una opinión, un enunciado de validez subjetiva; y la «posibilidad de contradicción» sólo puede ser interpretada entonces como «posibilidad de confrontación con otras opiniones», como diálogo o controversia con un oponente.

Sin duda, como he dicho, este punto de vista modifica de una manera drástica los planteamientos platónicos y parece acercar a Aristóteles al mundo de la sofística. El plano de referencia de las opiniones no es ya un plano real (de cosas), sino un plano lingüístico: el significado de la definición se produce en el orden de lo que se dice; las fórmulas dialécticas remiten a otras fórmulas del lenguaje preexistente; y la propia dialéctica se propone como un instrumento de mediación respecto de un cuerpo de creencias expresas , sólo en cuyo interior pueden elegirse y justificarse las hipótesis. Sin embargo, la aceptación decidida de este plano no lleva a Aristóteles a una rectificación de la concepción designativa de la verdad, elaborada en la filosofía platónica, y más bien lo que caracteriza su postura es la absorción de dicho plano de las opiniones en los esquemas de la ciencia. La dóxa , en efecto, como lo señala M. Riedel, constituye el punto de arranque de argumentaciones filosóficas, porque, de todos modos, Aristóteles la interpreta como «lo manifiesto de un preconocimiento que se refiere a aquello que todos conocen, que es nombrado y articulado lingüísticamente como algo común a todos» 92 . La dóxa , pues, no tiene un fundamento sólo lingüístico: expresa un fondo real de sabiduría en un lenguaje ya construido y reconocible. En este sentido, lo plausible (éndoxon) , lo que es objeto de opinión común, puede ser identificado con lo probable (eikós) , con aquello que, sin ser necesario, contiene una cuota específica de verdad, porque es así reconocido por la mayoría (hoi pleístoi) o, al menos, por los más sabios (hoì sophóteroi) 93 .

Al reponer de este modo siquiera sea relativamente y en el marco modal de la posibilidad, la función óntico-designativa de los enunciados plausibles, el programa dialéctico de la selección y justificación de hipótesis supera con ello el mero arte de la controversia entre opiniones (en que se halla instalada la erística) para situarse en el marco de un cálculo de probabilidades 94 . Esta es la posición que adopta ya Tóp . I, el más tardío de los libros que componen la obra. Las opiniones —razona Aristóteles— forman también un sistema , una trama organizada de enunciados, que duplica, mencionándolo mediatamente, el sistema de la realidad: ellas operan, pues, aunque en el nivel lingüístico que les corresponde, como experiencia , como criterio material de verificación. El diálogo con un oponente, al que se refiere Tóp . VIII, queda reinterpretado como estructura dialógica interna del argumento dialéctico. Y, de este modo, la dialéctica puede probar la credibilidad de una tesis, confrontándola con el sistema de las opiniones comunes 95 , lo que quiere decir, aislando los lugares lógicos de la opinión en que es posible reconocer la identidad del uso (por ello mismo más probable) de las definiciones.

Con esto, en fin, la dialéctica simula la ciencia 96 : el dialéctico se sirve de lo que es más o menos objeto de opinión común (instituyendo así, en el mundo de la dóxa , un paralelismo con lo que, en el orden de la ciencia, es la distinción entre lo más cognoscible y lo menos cognoscible) y, a partir de ello, obtiene proposiciones verosímiles que pueden formar parte de razonamientos análogos a los razonamientos científicos (o sea, que pueden utilizarse como premisas de silogismos o como enunciados de inducción) . Ahora bien, si en virtud de esta reorganización metodológica, la dialéctica se orienta ya de una forma definitiva en una dirección que va de las opiniones a las cosas —de lo plausible a lo probable—, es precisamente en este punto donde un completo desarrollo de su programa le obliga a dividirse en dos disciplinas complementarias. La «probabilidad» no transforma ciertamente en casos saturados (científicos) las proposiciones del dialéctico ni remonta tampoco el carácter de todos modos lingüístico de la referencia: como lo resume Le Blond 97 , no hay en Aristóteles una teoría de la probabilidad al margen de la dóxa . Pero entonces la dirección que va de las opiniones a las cosas tiene que ser complementada, a su vez, con una dirección que va del investigador a su auditorio . El problema de establecer, mediante el diálogo interno de la dialéctica, los enunciados más probables halla su réplica en el problema de persuadir de ellos mediante el diálogo exterior objetivado en los discursos. O dicho con otras palabras: supuesta la no necesidad de las tesis del dialéctico, al análisis de las condiciones que hacen posible su función designativa (su mayor cuota de verdad, en el sentido platónico) debe seguir el análisis de las condiciones que hacen posible su comunicación. Y tal análisis es el que desarrolla la retórica .

Así pues, por lo que se deduce de las argumentaciones de Tópicos , dialéctica y retórica constituyen dos disciplinas paralelas o, mejor, dos técnicas complementarias de una misma disciplina, cuyo objeto es la selección y justificación de enunciados probables con vistas a constituir con ellos razonamientos sobre cuestiones que no pueden ser tratadas científicamente. El objeto es el mismo, por lo tanto, así como también la naturaleza del saber que ambas instituyen: dialéctica y retórica se presentan, según esta concepción, como méthodoi , como instrumentos que determinan los requisitos que deben cumplir las argumentaciones de la probabilidad y cuyo ámbito de aplicación no está restringido, consecuentemente, por ninguna materia o fin determinados 98 . Lo que cambia es el punto de vista desde el que una y otra acometen esta consideración común: la dialéctica se fija en los enunciados probables desde el punto de vista de la función designativa del lenguaje, de lo que resultan conclusiones sobre la verosimilitud de tales enunciados; la retórica centra su interés en esos mismos enunciados desde el punto de vista de las competencias comunicativas del lenguaje, de lo que se desprenden ahora conclusiones sobre su capacidad de persuasión . Y este es el sentido en que la dialéctica y la retórica son antistróficas una de otra, saberes complementarios pero no reductibles, en cuya polarizada simetría pone Aristóteles, según señala un texto de Ref. sofísticas que confirma cuanto llevamos dicho, la medida de la necesidad de la retórica. He aquí lo que dice el texto:

Nos habíamos propuesto establecer la posibilidad de razonar acerca de aquello que se nos plantea entre lo que se da como plausible, y esta es la tarea de la dialéctica propiamente dicha y de la crítica. Mas como, por su parentesco con la sofística, se ha de enfocar esta tarea de modo que no sólo se pueda poner a prueba al oponente de modo dialéctico, sino también hacer como si se conociera realmente el tema, por eso nos impusimos como tarea (…) el que, al sostener nosotros un argumento, sepamos defender la tesis a través de las proposiciones más plausibles dentro de cada tema 99 .

Saber probar la probabilidad de una tesis (refutando en el interior de un diálogo metódico la improbabilidad de las que se le oponen), tal es la tarea de la dialéctica . Saber defender la tesis más probable (determinando mediante una técnica de la persuasión la necesidad de que se acepte), tal es la tarea de la retórica . Tareas una y otra, en efecto, que aparecen recogidas —y con ello verificadas— en un texto de Teofrasto, citado por Ammonio, cuya correspondencia con la tesis de Aristóteles da el comentarista por segura:

Puesto que el hablar tiene una doble relación…, una con los oyentes, para los que significa algo, y otra con las cosas, acerca de las cuales el que habla quiere transmitir alguna persuasión, en consecuencia, por lo que respecta a las relaciones con los oyentes surgen la poética y la retórica (…), y por lo que respecta a la relación del hablar con las cosas, sobre todo el filósofo cuidará de refutar lo falso y demostrar lo verdadero 100 .

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