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5. TEMAS E IDEALES DE LA PRIMERA RETÓRICA

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Este paradigma aparece dominado, por lo pronto, por la interpretación de la retórica como antístrofa de la dialéctica. En la forma en que este punto de vista se razona en I 1, ello quiere decir que la retórica es exclusivamente un méthodos , un instrumento de selección y justificación de enunciados persuasivos que, en cuanto tales, pueden formar parte —como ya sabemos— de razonamientos semejantes a los de la ciencia. De tales razonamientos, nuestro cap I 1 sólo cita uno: el entimema o silogismo de probabilidad (la raíz de este vocablo, obtenido de en thýmōi , demuestra ciertamente que sus premisas sólo tienen validez subjetiva), lo que presupone que Aristóteles ha formulado ya en este tiempo la dialéctica en términos de silogismo 121 . Gohlke cree, en atención a este dato, que tanto nuestra Ret . I 1 como el referido Tóp . I deben remitir a una fuente común, que sería una obra general sobre el silogismo del período académico, hoy perdida, y a la que parece referirse 1155a30 con la fórmula en toîs syllogismoîs 122 . En cualquier caso, y sea de ello lo que fuere, lo cierto es que a esta situación del cap. I 1, para el que (en total contraste con el programa de I 2) el único razonamiento retórico reconocido es el entimema, corresponde el cuadro de argumentaciones que Aristóteles dibuja en III 17. El entimema es, en efecto, según esta versión más desarrollada y precisa, la única prueba «demostrativa» (apodeiktiké) , razón por la cual la conecta el filósofo específicamente con la oratoria forense y con el análisis de los hechos —por ello mismo necesarios— del pasado 123 . Al lado del entimema, III 17 cita también el «ejemplo» o inducción retórica (parádeigma) , aunque sin carácter demostrativo y (cosa mucho más contrastante con I 2, que lo tiene, como al entimema, por un procedimiento lógico general 124 ) exclusivamente referido, en cuanto prueba, a la oratoria deliberativa. Por último, III 17 acepta asimismo, como prueba especial de la oratoria epidíctica, a la «amplificación» (aúxesis) , que en I 2 ha desaparecido por completo, ya sea —como luego veremos— por haber sido interpretada en los términos de la Tópica general de los enunciados retóricos, ya sea por haber sido reducida al entimema 125 .

De conformidad con la prueba retórico-demostrativa que nos ofrecen en común I 1 y III 17, el método de selección de enunciados persuasivos que sistemáticamente propone esta primera versión de la Retórica es el método de los lugares (tópoi) , siguiendo el paralelismo con el «arte de las definiciones» con que Tópicos razona la naturaleza de la dialéctica. Aristóteles no admite, por ello mismo, en esta etapa de su pensamiento ninguna argumentación que no sea dià toû lógou . Este punto ha dado lugar a amplios debates 126 , habida cuenta que la lectura tradicional de la retórica tendió desde el principio a identificar esta fórmula con los modelos del razonamiento lógico-retórico (es decir, con el entimema y el ejemplo , como paradigmas de las pruebas deductiva e inductiva). Pero la posición de Aristóteles, que ha sido convincentemente razonada por Grimaldi 127 , es, en realidad, mucho más simple. Los argumentos del retórico —he aquí lo que viene a decir el Estagirita— sólo pueden proceder del lógos mismo, esto es, del discurso . En consecuencia, todos los elementos que no se refieren al asunto (prâgma) de que trata el discurso deben ser rechazados como no subsumibles en la sustancia de la argumentación. Nuestro cap. I 1 admite, en este sentido, únicamente lo que versa perì toû prágmatos 128 , porque es eso lo que puede proporcionar, según el método, enunciados persuasivos «a través del (i. e . en los lugares lógicos del) discurso»: dià toû lógou; y, a la inversa, rechaza todo lo que está «fuera del asunto» (éxô toû prágmatos) , es decir, todos los elementos emocionales que residen en el talante (êthos) del orador o en los caracteres y pasiones (éthē, páthē) de los oyentes, porque, no proporcionando enunciados persuasivos por el discurso mismo, escapan al control lógico del método de los lugares.

La incongruencia entre nuestros caps. I 1 y I 2 (y sus pasajes concordantes) es en este punto insuperable y todos los esfuerzos por reducirla han resultado inútiles 129 . Mientras que I 2 admite los afectos como pruebas de persuasión, su rechazo es absoluto en I 1: el talante no se menciona y los argumentos pasionales, que se hacen mirando sólo a conmover al juez (pròs tḕn dikastḗn) , son excluidos vehementemente 130 . Por su parte, el cap. III 17 —también aquí como la vez anterior, aunque ahora por un motivo más hondo que luego estudiaremos— presenta una visión más matizada: el êthos del orador se admite (en su versión retórica tradicional), si bien sólo como elemento de apoyo o para el caso de que se carezca de entimemas 131 . Y en cuanto a las pasiones de los oyentes, aun si con toda clase de reparos —actitud ésta que se repite en muchos otros pasajes como un signo inequívoco de la primera Retórica —, son también incluidas, pero sólo per accidens y por razón de la «incapacidad del auditorio», en cuyo caso debe excluirse el uso de los entimemas 132 .

Admitido, pues, que sólo corresponden a la sustancia de la argumentación retórica los enunciados que se seleccionan dià toû lógou a partir del asunto o prâgma del discurso, Aristóteles ha de establecer ahora el marco global en donde deben buscarse los lugares de la persuasión. Esta parte de la Retórica , sin duda la más influyente y la que más ha vinculado el nombre del filósofo a la historia de la elocuencia, se halla, sin embargo, muy cerca de las antiguas Téchnai y de las tradiciones retóricas anteriores. Aristóteles razona que los lugares de la persuasión que nacen del prâgma del discurso sólo pueden determinarse por las clases o géneros de discursos que existen 133 . Y tales son los discursos que tratan de la deliberación sobre asuntos que pueden suceder o no, los que hacen el elogio de héroes o personajes celebrados y los que dirimen pleitos en los tribunales. Ahora bien, los celebérrimos tres géneros oratorios que de este modo resultan —deliberativo, epidíctico, judicial — tienen ya una larga, por más que oscura, tradición en Grecia. Aristóteles ha debido tomarlos de específicas reflexiones platónicas sobre el asunto, como lo sugiere un pasaje de Fedro 261 c-e 134 ; pero también los cita el autor de la Retórica a Alejandro (con toda seguridad Anaxímenes de Lampsaco y no Aristóteles) en el contexto de una complicada enumeración de géneros y especies 135 ; y de diversas maneras aparecen también en la retórica sofística y en Isócrates 136 . Nuestro filósofo parece haberse reducido, así pues, a introducir en un magma de materias densamente elaboradas una simplicidad y un orden sistemático que proceden directamente de su conformación de la retórica según el modelo de Tópicos . En efecto: a partir de los tres géneros oratorios y mediante un ordenamiento de los télē o finalidades de los discursos («cuya forma dicotómica —como lo dice Solmsen— delata su origen platónico» 137 ) queda formalizada una red o trama estructural, en la que se objetivan sistemáticamente los lugares de la persuasión. Según propone I 3 —que, por los motivos dichos, pertenece sin duda a la primera versión de la Retórica 138 —, tal red atiende a lo que es conveniente o perjudicial (en el género deliberativo), bello o vergonzoso (en el epidíctico) y justo o injusto (en el judicial), de modo, en fin, que de los lugares correspondientes a estos télē dicotómicos se obtienen enunciados persuasivos para, en cada caso, el consejo o la disuasión , el elogio o la censura y la acusación o la defensa .

Es, pues, en esta red o trama estructural donde deben buscarse los lugares de la persuasión en que han de ser seleccionadas y catalogadas las proposiciones persuasivas: las písteis . El método tiene desde el principio carácter probatorio: tales pistéis —equivalentes en retórica a los éndoxa del dialéctico y unas y otros dotados del mismo estatuto epistemológico— forman ya de suyo «pruebas persuasivas» 139 (no meras creencias), en el sentido de que corresponden a enunciados, cuya unidad de definición es «probada» en todos los lugares lógicos (i. e . retóricos) que cabe establecer. A partir de aquí, los razonamientos retóricos se organizan como los de todas las demostraciones filosóficas y dialécticas: las písteis funcionan como término medio de la argumentación, de modo que, dado un enunciado no inmediatamente convincente, el orador puede subsumirlo en alguna de ellas, poniendo así en claro la relación de verosimilitud que une al sujeto y al predicado del enunciado propuesto.

Esto quiere decir que las písteis o enunciados persuasivos lo son de especies: Solmsen 140 ha señalado con razón el origen una vez más platónico de este punto de vista que exige que toda téchnē tenga que utilizar eídē —«pues no hay arte ni ciencia de lo particular» 141 —. Sin embargo, tales especies no son tomadas en esta primera versión de la Retórica como «especies propias» (ídia eídē) —que darían lugar a ciencias particulares en la medida en que procurarían «enunciados referentes a cada una de las especies o géneros, como, por ejemplo, enunciados sobre cuestiones físicas (…) o sobre cuestiones morales» 142 —, sino como especies correspondientes a determinadas instancias formales que las constituyen, no por su significado , sino por su uso común en tanto que enunciados persuasivos 143 . En esas instancias formales se verifica, pues, la transposición de las competencias semánticas en las competencias pragmáticas de las proposiciones. Y tales son los tópoi , los lugares comunes de la persuasión.

En la óptica de este planteamiento, la posición de Aristóteles se clarifica, en fin, definitivamente. Concebidos como instancias formales, los tópoi , los lugares que despliegan la red o trama estructural de los géneros oratorios, se presentan, en efecto, (y una vez más en riguroso paralelismo con Tópicos) de dos maneras diversas 144 . En un primer sentido, en efecto, los tópoi son nociones generales —del tipo ‘más’, ‘menos’, ‘principio’, ‘causa’, ‘relación’, etc.—, que ubican los espacios lógicos en que se produce el uso común (persuasivo) de los enunciados y que, desde este punto de vista, sirven, como ya sabemos, para seleccionar y catalogar premisas de razonamientos probables. Por referencia a estas nociones generales (gráficamente interpretadas por la retórica romana como sedes argumentorum 145 ), los enunciados no se dicen ya según su significado, sino conforme a la propiedad que dichas nociones introducen —por ejemplo, en función de su valor como principio , o por la apreciación de su magnitud , o con vistas a su relación con otros enunciados, etc.—, de modo que es «a partir de» tales nociones como quedan establecidos los contextos retóricos en que ha de ser probada la unidad del uso de las písteis . El empleo de esta terminología (tópoi ex hôn) descubre siempre, como convincentemente lo ha mostrado Golhke 146 , la presencia de este primer paradigma de la argumentación retórica y, de hecho, muchos pasajes de nuestro libro conservan esta terminología, haciendo así patente la conservación del método ek topón en la arquitectura final de la obra: los caps. I 6-7 de la oratoria deliberativa, parte del I 9 que desarrolla el análisis íntegro de la oratoria epidíctica, y el breve I 14 (seguramente un resto de un antiguo análisis más amplio) de la oratoria forense.

Pero si, en este primer sentido, los lugares son nociones generales y funcionan como «lugares de las especies», en un segundo sentido, los lugares son también leyes de inferencia y funcionan como «lugares de la argumentación». El mecanismo es, en este segundo caso, en todo semejante al primero. Como ya hemos dicho, la finalidad de la selección de las písteis es que éstas puedan servir como término medio de razonamientos probables, los cuales garantizan (o, al contrario, excluyen) el lazo lógico por el que se pasa de enunciados ya conocidos a nuevas conclusiones convincentes. Pero el razonamiento mismo, al menos en el modelo de Tópicos , no se formula al margen del método de los lugares. Como lo señala Y. Pelletier 147 , una vez obtenidas las písteis , éstas pueden ser enunciadas a su vez conforme a las propiedades que introducen las leyes de inferencia (en cuanto instancias formales de relación), de modo que «a partir de ellas» (ex hôn , de nuevo) es ahora posible seleccionar y catalogar la nómina de los razonamientos válidos o sólo aparentes . Las leyes de inferencia son, pues, en este sentido, lugares del entimema . Y aun si es verdad que la primera versión de la Retórica debía ofrecer una sistematización de estos lugares distinta de la que leemos ahora en nuestros II 23-24 (sobre cuya fecha tardía no puede haber dudas 148 ), con todo, la propia disposición de estos capítulos, en cuanto que coronan con una lista de entimemas reales y aparentes la serie de las písteis ya obtenidas a partir de las nociones generales, no puede estar muy lejos de la presumible organización que había de tener la primera Retórica de Aristóteles.

Así, pues, hasta donde llegan nuestros datos, dicha primera Retórica parece que puede reconstruirse con no pequeña exactitud en el interior del texto que se nos ha transmitido. A las consideraciones que forman el cap I 1 y que definen el sentido del entimema y de las premisas probables desde el punto de vista unicamente del prâgma del discurso, debía seguir una primera parte destinada a la selección y enumeración de las písteis , una vez establecido para ello el marco estructural de los géneros oratorios (cap. I 3). Esta parte se corresponde, sin duda, con nuestros cap. I 4-14 149 , si bien de su originaria configuración no podemos hacernos una idea completa, puesto que tales capítulos, como después veremos, han sido indiscutiblemente objeto de amplias y profundas correcciones. Es seguro que a este bloque seguiría algún capítulo intermedio en el que el filósofo explicara la naturaleza de las pruebas retóricas, según el índice que antes hemos visto explicitarse en III 17 (o sea, entimema, ejemplo y amplificación como pruebas específicas, aunque de distinto rango epistemológico, para cada uno de los géneros oratorios), aunque por razones que se irán haciendo progresivamente más claras, dichos capítulos intermedios no pueden ser los que cumplen hoy esa misma función en la obra que conservamos (II 20-22), los cuales pertenecen sin duda a una época más reciente. Y la obra se cerraría, en fin, con el repertorio de los lugares de los entimemas o modelos de inferencia lógica, en una forma semejante —pero ya lo he dicho: con otra redacción— a la que ahora nos presentan nuestros caps. II 23-24.

Con el desarrollo del sistema que acabo de analizar, el programa de una retórica exclusivamente lógica —situada, a pesar de todo, en un orden de exigencias no muy lejano al del pensamiento platónico— quedaba, así pues, elaborado y cumplido. También en este punto las discrepancias entre nuestros caps. I 1 y I 2 (y sus pasajes concordantes) resultan perceptibles. Mientras que en I 2 los argumentos retóricos se dirigen a fundamentar las decisiones humanas , que pueden tener un resultado contrario al pretendido y que vinculan, por consiguiente, la actividad oratoria al universo de lo agible y de la deliberación 150 , en I 1 la retórica se ocupa, en cambio (y de nuevo conforme al modelo de Tópicos) , de las condiciones bajo las que cabe aplicar el juicio moral a materias ya preestablecidas , que no pueden ser objeto de consideración científica. Ahora bien, lo importante para Aristóteles es que con esto último se abría para la retórica la posibilidad de cumplir una específica función en el horizonte de la paideía filosófica de los académicos. Si, contra las pretensiones de la dialéctica platónica, aún suscritas en el Grilo , no es posible referir la verdad (en el sentido científico) a los problemas prácticomorales, al menos sí lo es justificar la mayor verosimilitud del bien y la virtud, puesto que «hablando en absoluto (haplôs) lo verdadero y lo mejor son más aptos para los silogismos y para las pruebas persuasivas» 151 y puesto que, de todos modos, «corresponde a la misma facultad reconocer lo verdadero y lo verosímil (alethès kaì tò hómoion tôi aletheî)» 152 . Además, añade el filósofo, esto es especialmente necesario, por cuanto el vulgo carece de la instrucción que se requiere para seguir las argumentaciones de la ciencia 153 : la retórica puede lograr, así, tanto la persuasión de lo bueno como el cambio de parecer respecto de lo malo, de manera que, desde este punto de vista, su cometido es esencial en la educación de la ciudadanía. Pero, sobre todo, la retórica es útil, porque hace aparecer la posibilidad de la comunicación entre los hombres: «si es vergonzoso —exclama Aristóteles— que uno mismo no pueda ayudarse con su propio cuerpo, sería absurdo que no lo fuera también en lo que se refiere a la palabra (lógos) , pues ésta es más específica de los hombres que el uso del cuerpo» 154 . Y al que objetare que se puede hacer gran daño con esta capacidad, habría que responderle que ello es común a todos los bienes, si es que se usan con injusticia, y al contrario, que nada hay de más provecho, si se pone al servicio de la virtud 155 .

Estas tres funciones que nuestro cap. I 1 reconoce en la retórica y en las que, de un modo harto sutil, se mezcla la crítica del legado platónico con la defensa de sus mismos ideales educativos, confirman la finalidad moralizadora que Aristóteles asignaba en esta época al estudio del arte retórico. Pero confirman, más aún, el desplazamiento que los propios problemas prácticomorales habían engendrado en el seno de la teoría aristotélica de la ciencia. El estudio de los razonamientos verosímiles no podía cerrarse sin un estudio paralelo de las competencias comunicativas del lenguaje. Pero, a su vez, la fundamentación de tales razonamientos sobre un concepto, de todos modos, designativo de la verdad permitía que dichas competencias pudiesen remontar resueltamente el plano de las discusiones erísticas, de manera que con su elaboración metódica, con su reducción a arte , quedaba abierto el camino de la paideía moral de la filosofía. La posibilidad práctica de la educación no resultaba ya, a partir de ahí, nada distinto de la posibilidad epistémica de la retórica. En realidad, como lo señala Aristóteles en el último párrafo de sus Ref. sofísticas , ambos niveles debían considerarse como partes de un único proceso, que si, por un lado, el filósofo declara con orgullo haber sido el primero en establecer, por otro lado, venía a consagrar definitivamente, en el interior de su sistema, el reconocimiento de la retórica como órganon fundamental de la educación 156 .

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