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INTRODUCCIÓN 1. LA «SITUACIÓN» DE LA RETÓRICA

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Desde hace algo más de medio siglo —en particular, desde el encuentro entre las obras de W. Jaeger y los métodos de análisis de la filosofia hermenéutica 1 — viene hablándose de la «escritura» como de un problema fundamental de la interpretación de Aristóteles. Para comprender este problema hay que partir de la base, según acaba de hacerlo E. Lledó, de que «las palabras aristotélicas se han incorporado frecuentemente al discurso de sus intérpretes y han formado con ellos una amalgama en la que adquirían inesperadas, anacrónicas y sorprendentes resonancias» 2 . El problema de la «escritura» se plantea, desde este punto de vista, como la necesidad de restablecer el lenguaje originario de Aristóteles mediante una restitución de «la historia real de la que, en todo momento, se alimentó ese lenguaje» 3 . Pero como lo que obstaculiza esa tarea es precisamente el discurso de los intérpretes, resulta entonces que la restitución de tal lenguaje originario está condicionada a la crítica de los otros lenguajes: al aislamiento de las tradiciones en que ellos nacen y de las adherencias que incorporan, todas las cuales ocultan la historia real del discurso aristotélico en la medida en que postulan, y reproducen, su propia historia.

El problema de la «escritura» se ofrece, pues, en principio, y acaso prioritariamente, como el problema de las «lecturas» de Aristóteles. Ahora bien, considerado así el asunto, tal vez ninguno de los que hoy conocemos como libros del filósofo ha conocido una suerte tan peculiar como la Retórica: ninguno, cuando menos, ha provocado a lo largo de la historia un conjunto de juicios —de lecturas — tan extrañamente variables. Aun si nos atenemos en exclusividad a la crítica contemporánea, es llamativo el que la diferencia de opiniones alcance no sólo a la interpretación particular del texto o a problemas concretos de la composición del libro (cosas ambas nada sorprendentes en Aristóteles), sino a zonas un tanto más insólitas, como, por ejemplo, a su posición en el Corpus , a su importancia y significado teóricos o, en fin, a la naturaleza misma del objeto —del saber— a que se refiere. En la banda más extrema de estas opiniones, Ross ve en la Retórica «una curiosa síntesis de crítica literaria y de lógica, de ética, de política y de jurisprudencia de segundo orden, mezcladas hábilmente por un hombre que conoce las debilidades del corazón humano y que sabe cómo jugar con ellas» 4 . Si se plantea así el análisis, no es difícil concluir que la obra «tiene menos vivacidad que la mayoría de las otras obras de Aristóteles» 5 . Pero también podría decirse que una tal opinión responde sólo al clima de ignorancia o de hostilidad hacia la retórica —«un arte olvidado y malquerido», por usar las palabras de B. Munteano 6 —, que ha dominado el lenguaje de la crítica durante el último siglo y medio. En la banda opuesta, en efecto, Perelman ha reivindicado a la retórica como el modelo propio de una «lógica de lo preferible» 7 , que debe decidir en materia de las opciones éticas y políticas y que ha de ser concebida, por lo tanto, con mayor extensión que la lógica de las ciencias. Basta este cambio de coordenadas y la óptica corrige estrictamente su sentido. El paradigma de tal «lógica», dice Perelman, es la Retórica de Aristóteles. Su importancia crece en el contexto del Corpus . Y la obra misma resulta ser ahora «una obra que se acerca extrañamente a nuestras preocupaciones actuales»… 8 .

En realidad, los movimientos favorables a una enérgica recuperación de la retórica en general y del análisis del modelo aristotélico en particular comienzan hoy a ser amplios y acreditados. Incluso limitándose a investigaciones comunes del ámbito filosófico (es decir, excluyendo parcelas más concretas, como las del análisis estético o de la historia y crítica literarias, en las que el fenómeno es semejante, si no más fértil 9 ), el panorama que se ofrece resulta significativo. La reivindicación de Perelman se ha visto en parte atendida por las reflexiones de teoría de la comunicación que, aplicando al programa aristotélico los análisis semiótico-pragmáticos de Morris, pretenden introducir una «nueva retórica científica», en el sentido, por ejemplo, en que la ha delimitado W. Schramm 10 . La propuesta de I. A. Richards 11 de superar «la superstición del significado propio» mediante un recurso a la retórica como «estudio de las malas interpretaciones del lenguaje», caminaba ya de hecho en esa misma dirección, si bien fijaba más su interés en el carácter refutativo (igualmente aristotélico) de los razonamientos retóricos. Y, por lo demás, ambas perspectivas han sido unificadas y sistematizadas en una serie de trabajos recientes, que parten de S. E. Toulmin 12 y que coinciden en considerar la retórica, de nuevo y sin exclusiones, en el contexto de los «usos de la argumentación» 13 .

Desde otro punto de vista, la recuperación de la retórica se ha hecho asimismo plausible. En Verdad y Método de Gadamer 14 , el análisis de la retórica aparecía como un problema esencial para la «historia de la recepción de las tradiciones». Y en La metáfora viva de P. Ricoeur, como uno de los dos vectores —juntamente con la poética— de la transformación del lenguaje natural en los lenguajes codificados de los distintos saberes 15 . Ahora bien, si con ello el papel de la retórica ha crecido (como se ve por Apel y Habermas 16 ) hasta el punto de convertirse en un nivel de análisis necesario para el diálogo de las tradiciones ideológicoculturales, por otra parte, el encuentro de la hermenéutica y el estructuralismo ha traído consecuencias que explícitamente incluyen la consideración del análisis retórico. La situación de «extrañamiento», a que se refiere R. Barthes 17 y sin la que no cabe concebir interpretaciones textuales solventes, ha resultado ser un principio de gran eficacia, tanto si se aplica a la semántica en el sentido de J. Greimas 18 , como si se refiere a la recepción social (y a su papel como fenómeno del «mensaje») de que tratan algunos trabajos de G. Genette, J. Durand y C. Bremond 19 . Que todos estos estudios no deben ser considerados como piezas aisladas o como fragmentos fortuitos, lo demuestra el que han sido transformados en una «disciplina» del programa estructuralista cuyo mejor ejemplo es ahora la Rhétorique générale del grupo μ 20 . Y, por otra parte, que las propuestas hermenéutico-estructuralistas no tienen por qué ser discrepantes o inconciliables con el punto de vista semiótico, se percibe con claridad a través de los análisis de D. Breuer 21 , en los que ambas perspectivas conviven y se exigen mutuamente. Con ello, en fin, aparecen justificadas las palabras de H. Schanze, según las cuales «se ha formado una nueva situación que sólo puede designarse como renacimiento de la retórica» 22 .

Por referencia a esta situación de la retórica —a sus múltiples enjuiciamientos sobre el fondo de su malquerencia y olvido—, se comprenden mejor las especiales condiciones en que se ha desarrollado la literatura específica sobre la Retórica de Aristóteles. Ciertamente, en el descrédito de este saber milenario, otrora tan prestigioso, una parte importante de responsabilidad hay que situarla en el predominio de una determinada «lectura» de esta obra aristotélica, de cuya constatación histórica evidente no pueden deducirse, sin embargo, conclusiones axiológicas efectivas. Tal «lectura» surgida en el interior mismo del Liceo y, por lo que sabemos, que se abrió paso con bastante rapidez, derivó hacia lo que podríamos llamar una «preceptiva del discurso», en la que, según comenta Barthes, «la retórica dejó de oponerse a la poética en favor de una noción trascendente que hoy designaríamos con el término Literatura» 23 .

Es lógico pensar, a tenor de este planteamiento, que las oposiciones entre filosofía, retórica y poética tenderían a reorganizarse, así, como A. Rostagni ha estudiado en detalle, en torno a la oposición más amplia entre el «filósofo» (philósophos) y el «literato» (philólogos) 24 . Y estas son ciertamente las noticias que tenemos de la historia del Liceo. Para describir los cambios que introdujo Licón a partir de su rectoría en el 268, Diógenes Laercio retrata su personalidad con esa misma palabra: «literato» 25 . Un eco semejante nos llega de la postura sostenida por Critolao a propósito de la retórica, durante la embajada extraordinaria que reunió a éste en Roma, en el 156, con el académico Carnéades y el estoico Diógenes de Babilonia 26 : Quintiliano remite «a los peripatéticos y a Critolao» la tesis de aquellos que han convertido la retórica en un usus dicendi (nam hoc τρίβη significat) 27 . El mismo resultado se desprende, además, de la reorganización del Corpus hecha por Andrónico, en la que la Retórica forma cuerpo con la Poética y queda excluida del Órganon . Y esta misma operación la vemos ejecutarse también en Dionisio de Halicarnaso —el gramático contemporáneo de Augusto que mejor conoce la obra de Aristóteles, de la que transcribe amplios pasajes—, para quien, de acuerdo con una herencia preceptista y clasificatoria , que parece ya codificada en la interpretación de la Retórica , el análisis del discurso no se funda en la lógica, sino en un valor autónomo del estilo , que el propio Dionisio fija ahora como derivado del orden y composición «de los argumentos y las palabras» 28 .

Que esta tradición hermenéutica ha decidido el destino de la retórica en general y de la interpretación de la Retórica de Aristóteles en particular, es cosa que ofrece pocas dudas. Desgajado de la lógica, el razonamiento retórico queda recluido en una trama de lugares comunes, paulatinamente cosificados por el uso, de los que el orador se sirve una y otra vez como materia de sus argumentaciones. El razonamiento se hace, así, un componente más del estilo y, desde este punto de vista, termina constituyendo no otra cosa que un repertorio de estereotipos, que excluyen, desde luego, toda innovación como una falta , pero de los que también toda innovación prescinde como una carga . Frente a este destino se impone decir, sin embargo, que ni comprende la única interpretación posible de la Retórica de Aristóteles ni es tampoco la única que de hecho se ha perpetrado en la historia; e incluso que podemos seguir, con bastante detalle, los sucesivos desgajamientos de la hermeneusis, cuyas pérdidas trazan las líneas de otras interpretaciones reales, igualmente perceptibles en la historia de la recepción.

En el caso de la lógica ello es claro, por lo pronto. La definición que Teofrasto ofrece del «lugar común» le lleva a identificarlo con la premisa del silogismo hipotético 29 , de suerte que, en este punto, toda la lógica de la retórica queda orientada en torno a la demostración anapodíctica. No es difícil imaginar que, a partir de ahí, el silogismo retórico tendería a sistematizarse dentro del marco del silogismo dialéctico —es decir, tendería a desgajarse de la Retórica para formar parte de los Tópicos —, lo que por cierto confirma Alejandro de Afrodisia 30 , que lo engloba en el comentario de esta última obra. Pero lo importante es que tal «desgajamiento», si hace posible, por una parte, la aparición de la retórica preceptista del Perípato, es también el origen, por otra parte, de la retórica lógica de los estoicos, en cuya génesis, como ha demostrado Plebe, la fuente principal es la Retórica de Aristóteles 31 . No es éste, claro está, el lugar ni la ocasión para llevar a cabo un análisis —por breve que fuera— de este nuevo episodio de la historia de las tradiciones. Baste con decir, a los efectos del debido contraste con las noticias del Liceo, que la interpretación de los rhetorikoi tópoi de Aristóteles, primero como hipótesis inductivas (en el sentido de Teofrasto) y después como tesis de la argumentación (según los razonará Hermágoras), aboca en la Estoa a una «lectura», en la que la retórica resulta ser, según constata un fragmento del Perì Semainónton de Cleantes 32 , una de las dos partes del Órganon , al lado de la dialéctica. Lo cual demuestra —y esto es lo único que ahora nos incumbe— que la Retórica de Aristóteles admitía también una hermeneusis sistematizadamente lógica (no sólo poéticopreceptista) y que tal hermeneusis ha acontecido de hecho en el marco del pensamiento antiguo.

Por lo demás, estos «desgajamientos» de que estoy hablando no son tampoco los únicos que pueden citarse, y testimonios como el que aporta el De Rhetorica del epicúreo Filodemo de Gádara 33 permiten entrever otras posibilidades hermenéuticas, igualmente excluidas del aristotelismo tradicional y, no obstante, reintroducidas en otras tradiciones filosóficas. La crítica que Filodemo hace de Aristóteles por haber combatido a Isócrates usando de sus mismos métodos retóricos, se dirige a señalar que, con ello, el Estagirita ha desertado de la filosofía y ha confundido la retórica con la política 34 . Es verdad que en la tradición epicúrea pervive sobre todo el recuerdo de las obras exotéricas juveniles de Aristóteles y que es por referencia a este marco como la crítica de Filodemo se ha transmitido a diferentes autores 35 . Pero que tal interpretación no constituye un testimonio aislado y que expresa un parecer que, de alguna manera, vincula a la configuración de la Retórica de Aristóteles, lo demuestra un pasaje de Quintiliano sobre Aristón, el predecesor de Critolao en el Perípato, según el cual él había definido la retórica como scientia videndi et agendi in quaestionibus civilibus per orationem popularis persuasionis 36 . Esta misma lectura de la Retórica como un tratado sobre la ciencia de la previsión y la acción políticas se desprende también del análisis de algunos argumentos desarrollados por Cicerón en el De Oratore , cuya dependencia de fuentes antiguas ha establecido G. A. Kennedy 37 . Y hasta una obra tan tardía como el Comentario de Gil de Roma a la Retórica —único en la Edad Media, según la investigación de J. Murphy— reproduce un punto de vista semejante, cuando tiene a la obra de Aristóteles por una «aliada de la ciencia política y de la ética» 38 . Lo cual quiere decir probablemente que el tránsito de la Edad Antigua a Media había aislado esta interpretación de la Retórica de Aristóteles (desgajándola, en consecuencia, de la retórica formal reorganizada en el Trivium) y, en todo caso, que tal interpretación existía y operaba de hecho como tradición hermenéutica en la historia de la recepción 39 .

Para el fenómeno del renacimiento actual de la retórica y, en su seno, para la recuperación de la «escritura» de Aristóteles, no se puede prescindir de la evidencia de estas tradiciones interpretativas, a cuyo mejor conocimiento se ha de conceder un papel de primer orden en la interpretación global de la Retórica . Por lo pronto, como ya he señalado, su propia pluralidad descarta que la lectura canónica, preceptista , constituya la única lectura posible de esta obra aristotélica. Pero aún es más significativo el que esa misma pluralidad sea reproducida ahora por la bibliografía contemporánea, en unos términos que, no por generales, resultan menos evidentes. Y, en efecto, prescindimos de los problemas derivados de las lecturas genéticas sobre la composición de la obra —problemas de los que nos ocuparemos más abajo—, los estudios de Solmsen y Gohlke 40 , aunque discrepantes entre sí, conciben a la Retórica como una parte de la lógica, abusivamente truncada por Andrónico del cuerpo del Órganon . También la interpretación de Russo 41 se inscribe en un contexto parecido, si bien desde fórmulas más cercanas a los modelos escolásticos. E igualmente los recientes estudios de W. H. Grimaldi y J. Sprute 42 , para quienes el interés de la Retórica se halla centrado en la doctrina de la «argumentación» desde un punto de vista que permite situar el libro de Aristóteles entre los méthodoi o escritos de lógica. Sin embargo, esta dirección de las investigaciones no es compartida en la actualidad por todos los estudiosos. De la mano del estructuralismo, R. Barthes y, más aún, P. Ricoeur 43 han iniciado una recuperación de la visión tradicional de la retórica y la poética, en la que, como ya he dicho, ambas aparecen como modos especializados de la codificación de los lenguajes naturales (al lado de y por oposición a las codificaciones científicas establecidas en el Órganon) . Pero tampoco este modelo de análisis —cuyos precedentes han de situarse en los trabajos de A. Rostagni y, más atrás, en ideas de Croce 44 — goza de un acuerdo pleno. Todavía en tercer lugar, y prolongando ahora las antiguas tesis de Thurot y Zeller 45 , para quienes la retórica llevaba a cabo la conexión entre la dialéctica y la ética y política, otros estudiosos, especialmente de círculos americanos, como Ch. L. Johnston y L. Arnhardt 46 , o italianos, como C. Viano y A. Pieretti 47 , acentúan, en fin, una interpretación de la Retórica , que ve en ella un instrumento racional de los discursos éticopolíticos y que debe ser analizada, por tanto, en relación con la problemática específica de la praxis .

Esta lista no pretende ser completa, ni siquiera aproximativa. Pero basta para percibir la cercanía entre las actuales líneas de investigación y las posibilidades abiertas en la historia de las tradiciones, unas y otras organizadas en torno a tres núcleos hermenéuticos de orden lógico, literario y ético-político. Sin duda, como señalé ya anteriormente, esto quiere decir que las lecturas antiguas no han carecido de justificación y que sobre la noción aristotélica de retórica pesa una oscuridad conceptual de la que hay que hacerse cargo ante todo. Pero, como con tanto acierto lo ha señalado H. Schanze 48 , esto quiere decir también que en el pensamiento del filósofo dicha noción opera con un carácter de ubicuidad sistemática , verificable en los varios contextos diferenciados en los que puede intervenir y cuyos usos y articulaciones es necesario examinar. Estos dos hechos sólo pueden comprenderse, ciertamente, por referencia a la situación de la retórica. Pero, por ello mismo, tal situación debe ser considerada como un punto de partida obligatorio, si se quiere restablecer la «escritura» de Aristóteles en este ámbito concreto de su reflexión.

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