Читать книгу Retórica - Aristoteles - Страница 14
9. LA REVISIÓN ANALÍTICA DE LA RETÓRICA
ОглавлениеLa organización de las písteis en el triple ámbito que acabamos de delimitar constituye la posición última de Aristóteles sobre este punto y así aparece, en efecto, en el programa y definiciones preliminares de I 2 298 . Sin embargo, esta estructuración de los materiales retóricos no se reduce a proponer una ampliación del horizonte de las písteis; en realidad, presupone y coimplica una nueva técnica de seleccionar enunciados que no sólo desborda la retórica de los lugares comunes, sino que, sobre todo, cifra y pondera la. auténtica medida de la evolución de Aristóteles.
Como sabemos, el único método reconocido por la primera Retórica para la selección de las proposiciones plausibles era el de los lugares o tópoi , de los que se obtenían enunciados generales, comunes a todas las materias y no propios de ninguna ciencia determinada. Precisamente porque los enunciados propios darían lugar a conclusiones particulares de aquella ciencia o disciplina a la que perteneciesen, es por lo que tales enunciados debían quedar excluidos de la consideración retórica. Ahora bien, sin apartarse —lo que es muy significativo— de este mismo diagnóstico, el cap. I 2 señala, en cambio, que los argumentos retóricos pueden también valerse de estos enunciados o ‘especies’ propias y, más aún, que «la mayoría de los entimemas se toman de estas especies particulares y propias, mientras que son muy pocos los que se toman de los lugares comunes» 299 ”.
Este planteamiento introduce, desde luego, una profunda modificación respecto del método ek tópōn de la selección de enunciados. No obstante —y esto es fundamental, porque cuestiona una de las bases de las lecturas genéticas—, tal modificación no da lugar a dos puntos de vista contradictorios. En el cap. I 4, con el que se inicia el estudio de la oratoria deliberativa, la búsqueda de las proposiciones plausibles es confiada a dos métodos paralelos: el que ya conocemos de los lugares comunes, «a partir de los cuales» (ex hôn) se obtienen premisas para los razonamientos de probabilidad; y otro distinto, al que ya me referí en el anterior epígrafe, que fija su atención en las materias «a proposito de las cuales» (perì hôn) puede conseguir sus enunciados el retórico 300 . En relación con este último método, Aristóteles indica otra vez —como en I 2— que los argumentos se toman de las mismas especies de que también hacen uso las ciencias particulares; pero aclara ahora que ello es así, no en consideración a su verdad (alétheia) , sino a su capacidad (dynamis) de ser usadas como písteis o clases de enunciados plausibles 301 . Las especies propias no modifican, desde esta perspectiva, la naturaleza de los enunciados retóricos: como en el caso de los lugares que son fuentes de enunciados comunes en tanto que písteis , también las especies propias se toman por su valor común como especies de písteis y no como enunciados específicos de las ciencias.
Lo que caracteriza al uso retórico de las especies propias es, por consiguiente, el que ellas se asimilan a tópicos; es decir, el que, sin dejar de ser propias , funcionan al mismo tiempo como comunes , por cuanto representan opiniones que todos (o los más) admiten y que sirven, por ello mismo, como criterio de verosimilitud para todos los casos que le son semejantes. Nuestra Retórica adopta una terminología muy característica para expresar esta conversión formal de las especies llamándolas, si se trata de atender a su función tópica, lugares propios (ídioi tópoi , o simplemente tópoi , pero no koinoì tópoi); y si se trata de atender al carácter general de las proposiciones resultantes, enunciados o premisas comunes (koinai protáseis) 302 . Al abrirse, en suma, a la técnica de seleccionar enunciados según tales especies, Aristóteles no cree contradecir —ni ciertamente lo hace— la retórica de los lugares comunes, sino que más bien concibe su nuevo punto de vista como un desarrollo de esta misma. Y, de hecho, como con razón se ha argumentado contra Solmsen, el cap II 22, 1396b3-18 vuelve a referirse a ambas técnicas, presentándolas (aunque con otros referentes) como distintas, pero complementarias.
Como se ve, pues, el paso del método de los lugares al de las especies viene marcado por una profunda unidad funcional: en uno y otro, el criterio clave es el del uso tópico de los enunciados persuasivos; y, para los dos también, el fin es proporcionar listas de premisas plausibles que puedan servir de término medio en los razonamientos retóricos. Sin embargo, y aunque esto es sin duda así, la verdad es que las especies no se dejan absorber, de todos modos, en la noción de lugar común y, más todavía, que exigen un orden de consideraciones, para el que Aristóteles reclama un contexto epistemológico distinto. Tal contexto, según declara I 4, 1359-10 (justamente al hilo de la introducción de las especies y de la perspectiva perì hôn de análisis), es la ‘ciencia analítica’ 303 . Y sobre esta base se cierra el ciclo de la revisión de la Retórica , dando con ello lugar a una segunda y ya definitiva téchnē rhētoriké .
El proceso que desemboca en este estado de cosas puede reconstruirse, en principio, con apreciable certidumbre. Que la génesis de la retórica de las especies se halla vinculada, según he sugerido ya, a las tesis del Perì léxeos , parece seguro. Y, en efecto, lo que Aristóteles ha comprendido en su análisis sobre la léxis es que no hay que esperar a obtener enunciados persuasivos por la vía de los lugares comunes, es decir, por la comprobación del uso común de las proposiciones conforme a la propiedad de ciertos conceptos lógicos generales. En realidad, este método requiere usarse muy pocas veces, por cuanto el examen de la ‘expresión adecuada’ demuestra que existen proposiciones de cierta clase que implican —o contienen— tópicos particulares y que pueden funcionar, en consecuencia, como lugares comunes. Junto a la propiedad que acompaña a ciertas nociones generales, desde las que se seleccionan enunciados persuasivos, es posible referirse, así pues, a la propiedad que poseen ciertas especies de proposiciones , que forman igualmente, pero ahora en sí mismas, enunciados persuasivos.
Desde este punto de vista se comprende bien por qué Aristóteles dice que la mayoría de los entimemas se toman de las especies propias y no de los lugares. Las especies dotadas de aquella propiedad son, efectivamente, mucho más numerosas y pueden fijarse con mucha sencillez, sea por experiencia, sea por la praxis de la tradición oratoria. Si el caso de que se trata se ajusta al uso de algunas de estas especies, al orador experto le bastará con acudir a ellas, sin tener que realizar las operaciones lógicas correspondientes a la técnica de los lugares comunes 304 . Pero es palmario que, con esto, se pasa de una retórica general , que pone lo convincente en las propiedades del uso lógico-dialéctico de determinadas nociones formales, a una retórica especializada , que cifra lo convincente en las propiedades características de ciertos ámbitos y clases de enunciados que forman el universo de lo persuasivo. Es a esta retórica especializada —a esta demarcación del universo persuasivo— a la que se ajusta la perspectiva de análisis según las materias «sobre las que» (perì hôn) se dicen los argumentos retóricos. Y, por su parte, es a la determinación de tales materias, o ámbitos de enunciados, a lo que responde la reorganización de la retórica según las tres clases de písteis .
En el marco de esta retórica especializada, Aristóteles analiza la ‘propiedad’ persuasiva de las especies en unos términos que reproducen ya la doctrina de los Analíticos . En el cap. II 22 (1396a3 ss.), al tratar de las premisas que sirven de término medio en los entimemas, el filósofo las define señalando que han de contar con los elementos que son ‘pertinentes’ (hypárchonta , es decir, que le pertenecen o que le están ligados como caracteres suyos) 305 al asunto de que se trata. Esta noción está tomada de Anal. Pr . I 30, 46a3ss., donde, en efecto, la sustancia de todos los razonamientos se sitúa en el hallazgo de estos hypárchonta: «la vía a seguir en todos los silogismos es la misma, así en filosofía como en cualquier arte o ciencia. Es preciso buscar para uno y otro término (i. e ., para el sujeto y el predicado de las premisas) los atributos que le pertenecen y las materias a las que se pueden aplicar esos atributos (…). Por lo tanto, desde el momento en que comprendemos qué elementos son pertinentes (hypárchonta) a una materia determinada , inmediatamente nos es posible hacer sus demostraciones».
Vista a esta luz, la estructura del razonamiento retórico, como determinación de la relación de probabilidad que une a dos proposiciones dadas a través de una tercera que sirve de término medio, no se modifica en absoluto; pero la búsqueda de ese término medio se hace depender ahora de la determinación de aquellas materias que suministran —o, si se prefiere al contrario, que contienen— los ‘elementos pertinentes’ de la persuasión. Tales materias son, de suyo, las que delimitan las tres clases de písteis , en las que, por las razones que lentamente ha ido descubriendo Aristóteles, se hallan los elementos pertinentes conformadores de la propiedad persuasiva de las especies. Ahora bien, con esto, la retórica pierde la indeterminación propia de los lugares comunes, adscribiéndose a un campo temático concreto que la constituye como un saber, como una téchne particular. La retórica puramente formal se convierte en un arte específico , en un dominio de conocimientos materiales . Y de este modo, en fin, de una concepción de la retórica como antístrofa de la dialéctica, cuyos silogismos se construyen a partir de cualesquiera premisas «tomadas de tantos modos cuantos se toma la proposición», se pasa —según la gráfica fórmula de I 2, 1356a25-26— a una concepción de la retórica como un «esqueje» (paraphyés) , como una rama autónoma de la dialéctica, que sólo puede ejercitarla «quien tiene la capacidad de razonar mediante silogismos y posee un conocimiento teórico (theorêsai) de los caracteres, las virtudes y las pasiones» 306 .
Esta reinterpretación analítica, en los márgenes de una retórica especializada, supone el mayor esfuerzo que ha realizado Aristóteles por precisar y acreditar científicamente a la Téchne rhetoriké . Mediante una extensión del punto de vista de los hypárchonta , el filósofo ha intentado, en efecto, sistematizar toda la doctrina de las proposiciones retóricas, interpretando los lugares como ‘elementos pertinentes’ de los enunciados persuasivos. Esta sistematización es el núcleo del cap. I 2 y muestra que Aristóteles ha rectificado definitivamente el marco epistemológico de Tópicos (que nosotros analizamos, supra , en el epígrafe 3) en favor de una doctrina general de la probabilidad en términos analíticos.
La definición de retórica, con que se inicia dicho cap. I 2, parte ya de su relación con el sistema y los principios lógicos de la epistéme , presentándola como la facultad de teorizar, de establecer especulativamente (theorêai) , cuanto en cada caso o materia es adecuado para persuadir 307 . Ahora bien, en este contexto, lo mismo si los enunciados proceden de lugares comunes que si comportan especies, todos ellos se analizan ahora como ‘probabilidades’ (eikós) o ‘signos’ (semeîa) . Las ‘probabilidades’ se definen, siguiendo a Anal. Pr . I 8, 29b13 y I 13, 32a5, como lo que sucede «la mayoría de las veces» (hôs epì tò poly) , lo que, aun calificando el caso meramente como posible, lo sitúa, no obstante, en un orden regular de frecuencia, que presupone una implicación de lo general a lo particular. En cuanto a los ‘signos’, y otra vez conforme a Anal. Pr . II 27, 70a7-9, constituyen una relación entre dos hechos, que puede adoptar la forma de una implicación de lo general a lo particular o de lo particular a lo general 308 . Cabe que esta relación sea necesaria, con lo que el signo —que entonces recibe el nombre de «argumento concluyeme» (tekmérion) — resulta irrefutable y proporciona demostraciones apodícticas a la retórica 309 ; pero más a menudo se trata de una relación sólo probable, lo que reduce también al signo a un orden de frecuencia según lo que sucede «la mayoría de las veces» 310 . En las notas 58, 59 y 60 del libro I he analizado más en detalle estas nociones. Pero lo que importa es que, con esta interpretación y regularización de los enunciados retóricos, la doctrina de Tópicos , que encara lo probable siempre en el marco social de las opiniones comunes —es decir, que entiende lo ‘probable’ como lo ‘plausible’—, halla ahora una fundamentación lógico-ontológica en modos objetivos de la probabilidad real.
Esta presentación del problema es ciertamente decisiva y permite comprender el modo como el cap. I 2 reorganiza el conjunto íntegro de la Retórica en la forma en que la conocemos hoy. Aristóteles comienza por distinguir entre písteis éntechnoi , suceptibles de arte, y písteis átechnoi , ya fijadas de antemano y sobre las que, por ende, nada tiene que descubrir el orador 311 . Estas písteis no-técnicas (el contenido de las leyes, la prueba testifical, los contratos, las confesiones bajo tortura y los juramentos) sólo tienen sentido con referencia al prâgma de los discursos —y casi únicamente de los discursos forenses—, razón por la cual el filósofo coloca su estudio al término de su análisis sobre los géneros oratorios, en el cap. I 15, final del libro I. De esta división por el carácter técnico o no-técnico de las pruebas no se infiere, así pues, nada sobre el despliegue general de los materiales retóricos y, en realidad, la verdadera organización de los enunciados es la que introducen las tres clases de písteis , que son las que conforman el universo de lo persuasivo 312 .
Aristóteles ordena ese universo en dos grandes secciones: la de los enunciados objetivos , que recoge —con los grandes cambios que hemos analizado antes— la retórica de los géneros oratorios y que trata, efectivamente, del asunto o prâgma de los discursos (caps. I 3-15); y la de los enunciados subjetivos , toda ella, como sabemos, de nueva planta y que fija el uso, asimismo en los discursos, de los factores emocionales de la persuasión (caps. II 1-17). Es todo este universo el que queda ahora interpretado como conjunto de ‘probabilidades’ y ‘signos’ y al que corresponde, por consiguiente, el fundamento lógico-ontológico a que se refiere la concepción analítica de la probabilidad. Por su parte, dicho fundamento adopta la forma de una tópica —una Topica maior , según la terminología de A. Russo 313 , que nosotros hemos adoptado también—, que determina las regiones ontológicas en que se verifican los modos de la probabilidad real. Y tales regiones son lo posible y lo imposible, los hechos y la cantidad o magnitud.
Aristóteles coloca esta Topica maior en su lugar más lógico, o sea, en el cap. II 19, al término de su estudio de los enunciados retóricos y tras la breve transición del cap. II 18. Sin embargo, el referido II 19 se mantiene en todo momento en la óptica de los géneros oratorios 314 y no alude a la concepción de los enunciados como ‘probabilidades’ y ‘signos’. La relación de la Tópica maior con estos últimos se halla justificada, no obstante, en el párrafo de 1359a6-29, con que se cierra I 3, y que es, sin duda, una interpolación del filósofo, puesta aquí para homogeneizar este capítulo con las conclusiones de I 2. Esto demuestra que Aristóteles ha mantenido durante mucho tiempo una vacilación fundamental en torno a los enunciados emocionales (subjetivos), sólo resuelta, según hemos visto, cuando ha hallado para ellos un modo de descripción objetiva; esto es, cuando ha incorporado el modelo de la «causalidad psicológica» como un instrumento technikós de la retórica. Probablemente por esto, el cap. II 19 pertenezca a esta etapa intermedia (a la que, como sabemos, pertenece también, en parte, el cap. II 18), en la que los factores psicológicos, ya admitidos como instancias de análisis del prâgma , no han sido introducidos todavía como auténticos enunciados retóricos. Al producirse la sistematización analítica de la Retórica , Aristóteles no ha hecho, por tanto, sino interpretar la Tópica maior en el sentido de una Tópica del fundamento , extendiendo su campo de aplicación a todas las probabilidades y signos 315 . Y eso es justamente lo que se lee en el citado párrafo final del cap. I 3. De lo que se trata, según este importante pasaje, es de disponer de un instrumento de control que determine los límites de la persuasión —de lo plausible— con referencia a la cuota de verdad —a la probabilidad objetiva— de las proposiciones retóricas 316 . El orden metafísico sobre el que se asienta el fenómeno de lo retórico se traduce, así, por medio de la Tópica maior , en un sistema estructurado de lugares lógicos, que establecen «condiciones que son absolutamente comunes» 317 a todos los enunciados persuasivos: todos, en efecto, o bien han de referir a algo posible, o bien han de poder reducirse a hechos, o bien han de determinar la cantidad (la magnitud) que corresponde a un atributo en relación con otro. Ningún argumento puede, ciertamente, traspasar estas condiciones; pero también, a la inversa, todos los argumentos pueden disponerse como derivados de ellas, puesto que de ellas reciben su objetividad las probabilidades y los signos.
Con el desarrollo de esta Tópica del fundamento , en cuanto que corona el universo de las písteis interpretadas como probabilidades y signos, concluye la retórica de los enunciados. A Aristóteles no le queda ya más que establecer el canon de la prueba lógica, que es lo que ocupa los caps. 20-26, finales del libro II. Si se compara con el modelo de la primera Retórica , las novedades que ofrecen estos capítulos —los más recientes, sin duda, junto con I 2— son considerables. Frente a la división en tres clases de razonamientos, cada uno referido a un género oratorio particular —el entimema, a la oratoria judicial; el ejemplo, a la deliberativa; la amplificación, a la epidíctica—, el programa de I 2 ofrece un cuadro mucho más simple. La amplificación ha desaparecido ya como prueba lógica, reinterpretada como lugar de la magnitud dentro de la Tópica maior , o reducida, en cuanto razonamiento, al entimema 318 . Y en lo que se refiere a este último y al ejemplo, asimismo desligados de su relación a géneros oratorios particulares, aparecen ahora respectivamente como deducción e inducción retóricas, en estricto paralelismo con An. Pr . II 23, 68bl3 ss., y An. Post . I 18, 31a40, para quienes estos dos modos de razonamiento son los únicos existentes 319 .
Al especializar el arte retórico, aplicándolo, como una téchnē particular a un ámbito específico de materias, Aristóteles ha tendido a distinguir los razonamientos dialécticos de los retóricos. El ‘ejemplo’ (parádeigma) —del que se ocupa I 2, 1357b25-36 y, de un modo sistemático II 20— se presenta, así, como paralelo a la inducción dialéctica, pero su definición sigue más las de An. Pr . II 23, 66bl5 ss., y II 24, 68b38 ss., que la de Tóp . I 12, 105al3-19, en el sentido de que trata más de establecer un nexo persuasivo mediante una relación de semejanza (de la parte con la parte) que no un enunciado general a partir de enunciados particulares. Desde este punto de vista (y como señalo en la n. 63 al libro I), el ejemplo constituye una regla general plausible y se diferencia de la inducción por lo que razona An. Pr . II 24, es decir, porque, mientras que la inducción «no enlaza la conclusión con el término menor…, el ejemplo sí los enlaza» 320 . Por su parte, entre el ejemplo y el entimema, Aristóteles sitúa —en el cap. II 22— un estudio sobre las ‘máximas’ (gnômai); pero las reduce, en cuanto que prueba lógica, a entimemas abreviados 321 . Y en lo que atañe al ‘entimema’ mismo (enthymema) —al que se refiere, en particular, I 2, 1358al-9, y el cap. II 22—, el filósofo lo distingue claramente del silogismo dialéctico, vinculándolo a un modelo singularizado del silogismo, cuyas figuras son las que analiza An. Pr . II 27, 70al0-b30 322 .
La evolución de la doctrina del entimema es particularmente importante y cumple el papel más destacado en la conversión analítica de la Retórica . Como ya sabemos, la especialización del arte retórico presupone la fijación de un material temático que comporta los ‘elementos pertinentes’ —los elementos que le pertenecen de suyo— al universo de las proposiciones persuasivas. El párrafo de II 23, 1396b32-35, insiste una vez más en que los lugares relativos a los géneros oratorios, a las pasiones y a los caracteres son los ‘pertinentes’ (hypárchonta) a aquellos enunciados que han de servir de premisas en los razonamientos retóricos. Ahora bien, por contraste con la primera Retórica , para la que las inferencias propias de los entimemas, en virtud de su valor antistrófico , no podrían distinguirse de las inferencias dialécticas en general, Aristóteles piensa ahora que a aquella especialización de los enunciados debe corresponder una especialización paralela de la clase de inferencias que son específicamente retóricas. Esto permite fijar con bastante claridad cuál es, al término de su recorrido histórico, el punto de vista de Aristóteles.
El entimema no es, ciertamente, un «silogismo truncado», es decir, con falta de alguna premisa o de la conclusión: tal doctrina tradicional (sistemáticamente sostenida por la retórica peripatética y romana 323 , pero que en la Retórica aparece sólo en el sentido de que el entimema puede presentarse bajo diferentes formas de (léxis) no es, en realidad, aristotélica y no se halla acreditada en el moroso análisis de An. Pr . II 27. El entimema es, al contrario, un verdadero silogismo dialéctico, un silogismo —por usar una vez más la fórmula analítica— de ‘probabilidades’ y ‘signos’, cuyas conclusiones son sólo probables y muy pocas veces necesarias. Lo que distingue, pues, a los silogismos dialécticos de los retóricos es que estos últimos seleccionan, de entre el indefinido número de inferencias probables, aquellas que comportan, además, específicamente la persuasión . Sus conclusiones, como sus enunciados, tienen el mismo grado de generalidad que las conclusiones y enunciados dialécticos, de modo que, en este sentido, retórica y dialéctica son «semejantes»; pero el aislamiento de las inferencias que corresponden en particular al campo de las písteis , hace de la retórica, como ya sabemos, una «parte» autónoma de la dialéctica, a la que ha de exigirse la determinación de los tipos de relaciones formales que configuran el «sistema lógico de lo convincente». Y esta posición, que es la que fija I 2, 1356b31, es también, en efecto, la que Aristóteles desarrolla en los caps. II 23-24.
La estructura de estos capítulos es, sin duda, peculiar en el conjunto de la obra. Por las razones que señalo en la n. 302 al libro II, parece que constituyen un tratado independiente —a mi juicio, los Enthymémata rhetoriká (D. L. 84), más bien que los Enthymemátón diairéseis (D. L. 86)—, que vendría a sustituir en este punto al primitivo o primitivos capítulos en que Aristóteles habría analizado las inferencias retóricas en la óptica del modelo ek tópōn . En cualquier caso, la sustancia de estos capítulos no puede diferir mucho de aquellos otros de la primera Retórica que vienen a sustituir. Sabemos ya, efectivamente, que los lugares comunes funcionan, no sólo como un método de seleccionar enunciados, sino también como un método de fijar clases de inferencias y de discriminar las válidas de las aparentes. Ahora bien, la nueva Retórica no modifica este punto de vista, sino que se remite de un modo explícito a los «lugares comunes de los entimemas» en el marco de una «tópica» 324 . El motivo de la incorporación de estos capítulos (y del presunto desplazamiento de los originales) no puede haber sido otro, en consecuencia, que el deseo de Aristóteles de dar entrada a sus nuevas investigaciones lógicas, sistematizando, conforme a los modelos analíticos, las clases de inferencias que son propias de los entimemas demostrativos (en el marco de la probabilidad) y las que corresponden a los entimemas aparentes 325 . Esta sistematización, que es paralela a la que conocen los libros más tardíos de Tópicos (y a Refutaciones sofísticas , en lo que se refiere a los entimemas aparentes), se corona con un estudio particular sobre los diversos medios de refutación, que sigue, en su esquema general, el análisis de An. Pr . II 26. Y de este modo, en fin, la Retórica analítica concluye estructurando un universo formal, al que corresponden, ciertamente, verdades sólo probables, pero también instrumentos para descubrir y evitar las falsedades y falacias que pueblan el mundo de la persuasión.