Читать книгу Retórica - Aristoteles - Страница 6

4. LA PRIMERA RETÓRICA . PROBLEMAS DE COMPOSICIÓN

Оглавление

Hasta aquí, pues, las relaciones entre retórica y dialéctica según la argumentación de Tópicos . Ahora bien, al modo como esta obra formula el problema de los conocimiento probables y de su doble estatuto referencial —doble estatuto, como lo indica Apel, que «coincide casi exactamente con la distinción entre las dimensiones semántica y pragmática en el moderno análisis del lenguaje» 101 — se ajusta en nuestra Retórica un grupo bien definido de constructos sistemáticos, que sin duda pueden aislarse, tanto por sus características propias como por sus diferencias con otros constructos paralelos, en nuestros actuales libros I-II.

Ciertamente, la posibilidad de reconocer estratos de redacción cronológicamente diferenciados en la Retórica de Aristóteles no ha sido reconocida por la totalidad de los estudiosos y, a decir verdad, ha dado lugar a vivas disputas. La constatación de la existencia de tensiones, tratamientos dobles e incongruencias argumentativas había sido ya ampliamente señalada por la crítica del s. XIX 102 . Pero fue Kantelhardt el primero que propuso una interpretación diacrónica para este fenómeno, señalando que la Retórica ganaba unidad si se suponía que el cap. I 1 (en concreto desde 1354all, con exclusión de las líneas preliminares de 1354al-10) era anterior al resto de la obra, lo que el autor razonaba en la distinta elaboración que Aristóteles ofrece de las «clases de prueba», que, en efecto, se reducen en I 1 exclusivamente al ‘entimema’, mientras que se amplían a partir de I 2 al ‘ejemplo’ (parádeigma) y a la ‘prueba concluyente’ (tekmérion) 103 . Sobre la base de este análisis, pero por extensión ya de los métodos genéticos de Jaeger, Solmsen propuso que en la Retórica que hemos conservado existían dos modelos de argumentación —los cánones ek tópōn y ek protáseōn de los entimemas—, que procedían de dos distintas épocas de la investigación de Aristóteles: las de los períodos docentes de la Academia y del Liceo 104 . Y aunque desde posturas críticas, este mismo punto de vista se ha prolongado después en K. Barwick, para quien la Retórica es un «manuscrito escolar, a cuya redacción ha añadido posteriormente Aristóteles una serie de suplementos» 105 ; y en P. Gohlke, quien (en medio de un complejo análisis, que pone en el paso de la metodología tópica a la analítico-silogística el principio fundamental de la reconstrucción del Órganon) entiende que el texto transmitido de la Retórica se compone de una primera redacción, posterior a Tópicos , pero anterior a una versión inicial, hoy perdida, de los Analíticos y una segunda redacción, posterior a esos Analíticos perdidos, pero anterior a los que conservamos, cuya génesis podemos de este modo establecer 106 .

Naturalmente, no es mi intención discutir aquí sobre los problemas que plantean las lecturas genéticas de Aristóteles, con respecto a las cuales la bibliografía actual está situada, sin duda, en un nivel de franca superación 107 . Por una parte, sus conclusiones no han resultado mutuamente concordantes e incluso, como es el caso de I. Düring, han sido discutidas en sus mismas bases filológicas. Para este autor, en efecto, si se exceptúan los cap. II 23-24 (que, a su juicio, deberían identificarse con los Enthymemáton diairéseis , núm. 86 del catálogo de Diógenes, y fecharse unos veinte años después que el resto de la obra), los libros I-II de la Retórica componen un escrito globalmente unitario, concebido en las coordenadas de la disputa con Isócrates y todo él vinculado al período académico de Aristóteles; y en cuanto al libro III formaría, según esa hipótesis, un escrito aparte (el que figura, como ya dije, con el título Perì léxeos , núm. 87 de Diógenes), que sólo con posterioridad a la muerte del filósofo habría sido añadido por algún editor anónimo al cuerpo de la obra 108 . Esta reconstrucción de Düring veremos inmediatamente que es en realidad poco sólida. Sin embargo, al centrar su interés en la unidad de la escritura de Aristóteles, delimita con ello, por otra parte, lo que de todos modos es la objeción básica que puede ponerse a las interpretaciones genéticas. A saber, por decirlo con las palabras de P. Aubenque, que sustituyen «la comprensión horizontal, que multiplica las conexiones del sistema (…) por las diferentes etapas de un problema o de una noción» 109 . El resultado es un predominio de lo discontinuo y el fragmento, en donde la coherencia del filósofo es sacrificada a la metodología del intérprete o, dicho de otra manera, en donde la lectura sintética de las obras es preterida en favor de una lectura analítica de sus conflictos. Ahora bien, con esto no se gana nada respecto del estado de cosas resultante de los estudios del siglo xix: en ambos casos, ciertamente, y lo mismo si se utilizan perspectivas sincrónicas que diacrónicas, lo que cabe plantear es si resulta plausible que el filósofo haya pasado de una tesis a otra distinta, sin reparar en las consecuencias globales de su pensamiento, o si más bien las presuntas contradicciones pueden ser disueltas mediante exámenes o hipótesis de orden general que las justifiquen. Este último punto de vista, que, por lo que atañe a la Retórica , no hace más que seguir el criterio ya formulado a finales del siglo XIX por E. Cope 110 y razonado en los años 30 por H. Throm 111 , es seguido ahora por W. H. Grimaldi (que polemiza abiertamente con los métodos genéticos) y por J. Sprute (que tiene, en cambio, tales métodos por irrelevantes) 112 .

La superación de las lecturas genéticas configura el clima, así pues, de las actuales investigaciones sobre la Retórica . Sin embargo, si con esto resulta claro que la interpretación ha de situarse en las coordenadas de una explicación unitaria y suficientemente comprehensiva del pensamiento de Aristóteles, con todo, sería absurdo suponer que la práctica de tal principio hermenéutico suprime los problemas que plantea la composición de sus obras. En el caso que nos ocupa las evidencias sobre tensiones conceptuales, reajustes y desarrollos diacrónicos son demasiado fuertes como para no pensar que la Retórica ha tenido una gestación morosa y acumulativa, en un transcurso de tiempo que además hemos de suponer dilatado. Ahora bien, si con la información de que disponemos no se alcanza, por lo tanto, a suspender esta mayor verosimilitud de las hipótesis diacrónicas, lo que en estos márgenes quiere decir la superación de los métodos genéticos es que, por primera vez, el análisis de los diferentes niveles de composición de las obras del filósofo puede afrontar una interpretación razonada de conjunto, sin desatender por ello la historia real de su pensamiento. Nada impide que el filósofo, a medida que haya ido corrigiendo y aumentando el cuerpo de sus lecciones, se haya guiado en todo instante por un criterio de integración sistemática; pero, más aún, lo que la aplicación de un eje diacrónico permite establecer es eso precisamente: el esfuerzo de síntesis , tal como queda reflejado en la historia real de la «escritura». A partir de ahí, la tarea del investigador no es ya —o no de un modo predominante— la de preguntarse qué tensiones o estratos cronológicamente diferenciados se pueden reconocer en los escritos de Aristóteles, sino en virtud de qué criterios ha tenido él tales estratos y tensiones como conciliables sistemáticamente, hasta elaborar con ellos un único producto intelectual. Y este es el núcleo de la cuestión 113 .

A la luz de este planteamiento, los problemas que formula la composición de la Retórica pierden en gran medida su configuración polémica. Para tales problemas, en efecto, las virtualidades de los análisis sistemáticos, al modo de los que practica Grimaldi, son escasamente decisorios, ya que ponen como punto de partida lo que en realidad es el punto de llegada, o sea, la propia síntesis o unidad intelectual —sin duda querida por Aristóteles— que representa el libro. Y en lo que se refiere a los análisis filológicos practicados por Düring, he sugerido ya que resultan poco consistentes. Su afirmación de que los caps. II 23-24 constituyen un añadido al cuerpo de los libros I-II viene a mostrar que la obra ha experimentado rectificaciones respecto de su redacción original. Pero lo mismo cabe decir de la cita de Diopites (II 8, 1386al4), que Düring tiene por segura y que él mismo explica como «una revision particular (…) en medio de una abigarrada serie de ejemplos» 114 ; o de la anécdota de «uno que dio una estera en el Liceo» (II 7, 1385al8), que el filólogo, en cambio, calla y que no puede sino presuponer la segunda estancia ateniense de Aristóteles. Desde luego, si éste impartió docencia de retórica en el Liceo, es completamente inverosímil, considerando las nuevas conquistas realizadas por él, sobre todo en el terreno de la lógica, que hubiera podido servirse, sin grandes modificaciones, de un texto tan antiguo como un tratado académico sobre la argumentación retórica 114bis . Y a esto debe añadirse todavía que las razones sobre las que Düring justifica su punto de vista son muy poco convincentes. Su argumentación principal sobre que en la Retórica no se hallan alusiones a los discursos de Demóstenes —por lo que, como la carrera del afamado orador no comenzó hasta el 354, la composición de la obra debe ser en conjunto anterior a esa fecha 115 — constituye un razonamiento demasiado débil, si se atiende a la militancia política de Demóstenes y a la posición en que se encontraría Aristóteles como antiguo preceptor de Alejandro: elementales razones de prudencia puedan explicar el que Aristóteles evitase cualquier mención de Demóstenes, susceptible de acarrear disputas 116 , también en el caso de que algunas partes de los libros I-II de la Retórica hubiesen sido redactados tardíamente. Fuera de esta argumentación, Düring practica sobre las dificultades y desajustes de la obra un espeso silencio 117 . Y tampoco se pronuncia sobre el esencial problema del doble código metodológico de la Retórica: su afirmación de que Aristóteles había ya escrito en el período académico la casi totalidad de los Tópicos y algunas partes de los Analíticos 118 , como no se refiere en concreto a ninguno de los pasajes objeto de discusión, resulta tan general como indecidible.

Ahora bien, este último punto es el fundamental. En realidad, los motivos para una distinción diacrónica de constructos temáticos en el interior de la Retórica viene dado por la existencia de una doble organización de la «lógica de la argumentación retórica», que presupone, en cada caso, el modelo de Tópicos o de Analíticos y cuyos paradigmas se ofrecen, respectivamente, en nuestros actuales caps. I 1 y I 2. Bien es cierto que cabría explicar las heterogeneidades de estos dos capítulos a la manera que propone Throm (y que también sigue Dufour) 119 , según la cual Aristóteles podría estar hablando en I 1 de un modo meramente programático frente a la más detallada exposición de I 2. Pero esta tesis es poco sostenible, aparte de porque las diferencias se prolongan de un modo ampliamente contrastable a lo largo de la obra, por un dato más concreto que, hasta donde yo conozco, ha sido poco tenido en cuenta, a saber, porque incluso si admitimos que I 1 tiene el carácter de un programa aún sin precisar, el modelo lógico-retórico que formula I 2 contrasta igualmente con el mucho más desarrollado de III 17 (donde Aristóteles repite, en el contexto de la composición o taxis de los discursos, sus consideraciones sobre la argumentación retórica), cuya correspondencia con lo que se lee en I 1 es, en cambio, rigurosa 120 . La comprobación, pues, de este doble modelo lleva a pensar plausiblemente que —ya los interpretemos como auténticos estratos de redacción, ya como simples perspectivas analíticas que Aristóteles ha dejado intactas— de todas las maneras debemos reconocer en los análisis que se relacionan con Tópicos el fondo de un primer paradigma del pensamiento aristotélico sobre la lógica de la argumentación retórica, cuya cronología es con toda certidumbre temprana y cuya trabazón sistemática vamos a tratar ahora de desentrañar.

Retórica

Подняться наверх