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2. EL «GRILO» Y LA HERENCIA PLATÓNICA
ОглавлениеHe señalado al principio de estas páginas que la recuperación del pensamiento retórico de Aristóteles depende de una recuperación previa del horizonte de problemas reales —históricos—, a que dicho pensamiento debe su génesis. Ahora bien, aunque sólo relativamente, tal horizonte de problemas podemos representárnoslo a través de las noticias que nos quedan del Grilo , un lógos ekdedoménos o escrito público, dedicado al análisis de la retórica, que hace el núm. 5 del catálogo de Diógenes y que, según todas las fuentes, constituye la primera obra del Estagirita 49 . En realidad, no son muchos los datos de que disponemos acerca de esta obra. Hay general acuerdo en que tenía forma de diálogo y en que su modelo debió ser el Gorgias de Platón 50 . Y también hay acuerdo, a partir de un pasaje del mismo Diógenes 51 , en que Aristóteles escribió la obra como reacción a la multitud de elogios que se dedicaron a Grilo, hijo de Jenofonte, con ocasión de su temprana muerte durante las primeras escaramuzas de la batalla de Mantinea, lo que sitúa la cronología del diálogo en torno a la fecha —o muy poco después— de esa batalla, en el 362 a. C.
De las intenciones críticas de Aristóteles estamos bien informados. Por lo que se deduce de la cita de Diógenes, el filósofo interpretaba los elogios del joven Grilo, no tanto como un medio de ensalzar al muchacho, cuanto de «congraciarse» (charizómenoi) con su poderoso padre, cuya influencia como amigo de Esparta había crecido considerablemente en las precarias circunstancias de la coalición espartano-ateniense. Este uso del verbo charízesthai , con que en el vocabulario académico se describía el servilismo de los sofistas 52 , presupone que el filósofo desarrollaba en el diálogo la misma tesis del Gorgias sobre que la esencia de la retórica se cumple en la «adulación» política. Pero, a su vez, la aplicación de esta tesis a un tema de actualidad sugiere igualmente que la obra se servía de la crítica a los elogios fúnebres de Grilo como medio de intervenir en la polémica ideológica, en ese instante dominada por las consecuencias y expectativas panhelenistas del Congreso de Esparta (371 a. C.). Se sabe que este asunto era el centro de atención de los isocráticos 53 . Además, el párrafo de Diógenes que sigue a su cita de Aristóteles asegura que también Isócrates había compuesto un elogio al hijo caído de Jenofonte 54 , elogio que sólo puede comprenderse, como en seguida veremos, en el marco de la paideía retórica defendida por el célebre orador. Y si a esto se añaden, en fin, los testimonios —algo posteriores, pero que deben arrancar del diálogo aristotélico— acerca de la disputa entre Aristóteles y el isocrático Cefisodoro 55 , el cuadro que se nos ofrece confirma entonces lo que acabo de decir sobre que el Grilo significaba una toma de posición ante los debates político-ideológicos del momento y, en esa hipótesis, que el blanco principal de sus críticas y argumentaciones no era otro que Isócrates.
Ciertamente, a pesar de numerosos cambios en los destinatarios, la doctrina de Isócrates había permanecido en lo fundamental estable 56 . Los grandes discursos chipriotas de 370-62, pero también los inmediatamente anteriores de la década de 380-70, y otros más antiguos, como Busiris (390) y Helena (389), adoptan la forma de un nuevo género literario, el «elogio oratorio», que toma su originalidad de la unión entre el encomio tradicional y la meditación sobre los sucesos actuales, encarnados en la acción virtuosa de sus respectivos protagonistas 57 . Es evidente que sobre esta correlación entre elogio, virtud y actualidad política apoyaba Isócrates el derecho de la retórica a constituirse como elemento rector de la paideía , igualmente distanciado del inmoralismo sofista y de las abstracciones de la dialéctica platónica 58 . Por una parte, mediante la alabanza de la areté , el «elogio oratorio» era susceptible de proporcionar un modelo para la acción pública, que podía ser fácilmente comprendido y seguido por las masas. El que tal modelo se atuviese al criterio de obediencia a la ley y a las constituciones buenas —de conformidad con las enseñanzas socráticas, que Isócrates razona en Contra sofistas 59 — permite comprender los motivos por los que este último designaba su actividad con el término «filosofía». Pero, por otra parte, la filosofía era para él, como se desprende de los análisis de Antídosis 60 , no otra cosa que aquella «cultura general» que hace a los hombres capaces de un juicio sereno y que se resuelve técnicamente —en cuanto arte o paradigma de saber— en la posesión de los medios adecuados para persuadir sobre la mayor conveniencia de cada decisión. Al centrarse en un modelo de paideía basado en el aprendizaje de tales medios, Isócrates postulaba, así, una identificación entre filosofía y retórica que organizaba sus objetivos en torno al ideal de un nuevo hombre: el hombre político , el hombre suficientemente cultivado, que no cree tanto en la existencia de la «ciencia de la virtud», cuanto en la sensatez (phrónesis) y en el cálculo racional (logismós) para convencer al pueblo de lo que es más provechoso en el marco de una práctica razonable y compartida de virtudes 61 . Pero es patente que tal punto de vista, con su concepto utilitario de la areté 62 y con su recurso a la persuasión como instrumento de la acción política, no podía ser sentido en el interior de la Academia sino como los antípodas de la búsqueda de la verdad y del programa de mejoramiento ético de los hombres en que los platónicos hacían consistir los altos ideales de la filosofía.
Es, pues, en el marco de estos debates donde el joven Aristóteles iba a alzar por primera vez su voz y donde radican las motivaciones teóricas del Grilo . Sabemos ya que el diálogo reproducía la tesis del Gorgias acerca del carácter meramente adulador de la retórica. El análisis de Aristóteles no podía ser en este punto muy distinto del que leemos en el diálogo platónico. Sin el fundamento de un saber más general, por el que pudiera pronunciarse sobre la justicia, la retórica se reduce a una simple praxis, semejante a la mañas culinarias: ella consiste, en resumen, en una forma de adulación, que, en su afán de obtener el beneplácito del auditorio, sustituye por las apariencias de un fácil triunfo el conocimiento de la verdad y la práctica del bien 63 . De esta tesis y de su complementaria sobre que la retórica se dirige a las pasiones, Aristóteles habría obtenido la consecuencia —según razona convincentemente Solmsen 64 — de que el ejercicio retórico se sustrae a las reglas morales. Y todavía otra noticia, transmitida esta vez por Quintiliano 65 , añade que Aristóteles negaba a la retórica la condición de arte, lo que parece que argumentaba el filósofo en la capacidad de esta última para persuadir sobre tesis antitéticas.
De todos modos, si todas estas afirmaciones muestran una filiación estricta respecto de las correspondientes del Gorgias , no por ello debe suponerse que los razonamientos del Grilo se subordinasen por entero a los de este diálogo platónico. Quintiliano se refiere además a que tales razonamientos estaban presentados «conforme a una cierta sutileza propia» (quaedam subtilitatis suae) , lo que indica que a la obra no le faltaba originalidad. Y, por otra parte, algunas de las tesis que Quintiliano expone a continuación— y que sólo son plausibles, dado su carácter platonizante, si también están tomadas del Grilo — se aproximan de un modo notorio a los análisis del Fedro 66 , sobre cuya fecha anterior al diálogo del Estagirita (hacia el 370/69) existen ya pocas dudas 67 . Cabe concluir, así, que el Grilo contenía una síntesis de las principales opiniones de Platón a propósito de la retórica —no sólo de las críticas negativas del Gorgias , sino también de los análisis positivos del Fedro — y que, por tanto, a través de la censura de Isócrates, el interés de Aristóteles se dirigía, en realidad, a la reafirmación de los valores del platonismo y a la propaganda de la paideía filosófica practicada en la Academia.
Esta caracterización del Grilo , como una obra de síntesis de las posiciones platónicas en el marco del debate ideológico sobre el significado de la paideía , es esencial para clarificar el trasfondo teórico del diálogo y con ello la índole de los problemas a que a partir de ahora tendría que enfrentarse Aristóteles. Ciertamente, ante el modo como Isócrates había razonado la naturaleza de la retórica, el núcleo de la cuestión no podía ya reducirse a la crítica del inmoralismo sofista (denunciado por Platón en el Gorgias , pero no menos por el propio Isócrates en Contra sofistas) , sino que radicaba ahora en que la retórica al uso (la de los sofistas, pero, en este caso, también la de Isócrates) carecía de criterios veritativos por los que pudiera reconocer los bienes en sí y regular, conforme a ellos, las conductas de los hombres. Frente a esta situación de la retórica, las exigencias enunciadas por Platón en el Fedro consistían en señalar, ante todo, que sólo son verdaderos discursos los discursos que son verdaderos; y, después, que tal requisito se cumple únicamente cuando los discursos remiten a un adecuado plano de referencia ontológica , es decir, no a las opiniones o a las realidades sensibles, sino a las Ideas o Formas 68 . Para ello era preciso, a juicio de Platón, que todos los discursos dependiesen de un órganon o «discurso de los discursos», que pudiese establecer la conexión del lógos con el objeto esencial comprendido en él. Y tal órganon era la dialéctica, en cuanto que, mediante divisiones y composiciones de conceptos, permitía garantizar la validez de las definiciones y la necesidad de los procesos deductivos, relacionando así legítimamente los enunciados del lenguaje con los objetos mencionados en ellos.
De aquí se desprendían dos consecuencias sin duda fundamentales para la interpretación de la retórica. La primera, que los discursos verdaderos son exclusivamente los discursos científicos , pues sólo ellos, por el cumplimiento de las exigencias de la dialéctica, reproducen de un modo adecuado (orthôs) el orden real, esencial, de las Ideas 69 . Y la segunda, que la retórica no puede ser entonces nada distinto de la dialéctica misma 70 , ya que, no siendo la retórica una ciencia particular, un saber que se refiera a un género o clase de objetos de la realidad —es decir, pretendiendo ser ella también un órganon o «discurso de los discursos»— ha de cumplir las exigencias todas de la dialéctica y en nada puede diferenciarse de ella. Sobre la base de estas conclusiones, Platón justificaba, en sus análisis del Fedro , la subordinación de la retórica a la dialéctica: a la retórica, en efecto, no podía caberle ninguna función propia y debía reducirse a ser una forma subsidiaria, más relajada y psicagógica 71 , de presentar los razonamientos de las ciencias, al modo de lo que hace la poesía dramática 72 . Pero es palmario que toda esta argumentación se sostenía exclusivamente sobre aquella tesis de principio, suscrita sin disputa en el punto de partida, según la cual sólo hay verdad cuando hay denotación de objetos (esenciales), de suerte que sólo son discursos verdaderos los que remiten a entes y nexos objetivos de la realidad. De acuerdo con esta tesis —de la que apenas es necesario decir que iba a resultar decisiva para el destino del saber y de la cultura en Grecia 73 — la verdad debía situarse, así pues, íntegramente en el plano de la referencia , no en el de la comunicación . Y ello pone en claro entonces que la reducción platónica de la retórica a la dialéctica no significaba otra cosa, como tan agudamente lo ha señalado Apel 74 , que la subordinación de las competencias comunicativas del lenguaje a su función de designación .
Estas consideraciones permiten, en fin, hacerse una idea bastante cabal de los probables contenidos filosóficos del Grilo , pero, sobre todo, de las motivaciones y problemas reales que están en la génesis de la Retórica de Aristóteles. Sin duda, lo que este último propondría en el diálogo es que la persuasión resultante del acuerdo de opiniones según el juicio retórico de la sensatez debe ceder el sitio a la persuasión resultante de los discursos verdaderos según los dictados de la dialéctica. O dicho con otras palabras: lo que Aristóteles propondría es la subordinación del hombre cultivado de Isócrates al hombre científico de Platón; del entendimiento de la filosofía como cultura general , a su concepción rigurosa como dialéctica . Con esto se hace patente la significación del Grilo en el conjunto de las obras académicas de Aristóteles, con algunas de las cuales se relaciona estrechamente. En particular, con el Eudemo , cuya proximidad a las tesis platónicas de la inmortalidad del alma, elaboradas en el Fedón , hace suponer que el grado de semejanza en el entendimiento cientifista de la ética no debía ser menor 75 . Y con el Protréptico , cuya caracterización de la phrónesis como un saber riguroso, identificado con la epistéme y aplicable a los dominios tanto de la teoría como de la práctica (una vez más en polémica o, cuando menos, en contraste con el concepto de phrónesis de Isócrates) coincide sensu stricto con el ideal platónico de sabio y con su concepción de la retórica como un instrumento auxiliar —político— al servicio de la filosofía 76 .
Ahora bien, si de este modo se constata la magnitud del legado platónico en la génesis de las ideas retóricas de Aristóteles, lo importante es que, con ello, se perfila asimismo la naturaleza última del problema a que debían responder tales ideas. La retórica basada en la ciencia, que Platón había formulado y defendía el Grilo , implicaba, ciertamente, la posibilidad de aplicar la noción platónica de verdad al orden humano de la praxis y al orden de la ética y de la política. Sin embargo, ¿admiten las cuestiones referidas a este orden tal noción de verdad? ¿Con el mismo grado de validez que las cuestiones teóricas? Y, sobre todo, ¿desde el fundamento de la dialéctica elaborada por Platón? Estas preguntas, en las que en definitiva se resumen los más perentorios perfiles del debate sobre la paideía , son también las que iban a producir en Aristóteles un progresivo distanciamiento de su maestro y, en última instancia, una rectificación profunda de su comprensión de la retórica.