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6.1. El curso académico

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Lo que sabemos del referido curso académico procede de dos series independientes de noticias que, pese a las vacilaciones de algunos estudiosos, se complementan con bastante facilidad 157 . La primera de estas series parte del testimonio —ya encontrado antes por nosotros— del epicúreo Filodemo de Gádara, según el cual, Aristóteles dio clases de retórica en Atenas contra Isócrates 158 . El texto de Filodemo parece mezclar dos épocas muy alejadas de la vida de Aristóteles; pero como Isócrates murió en el año 338 a. C., antes de la segunda estancia ateniense del estagirita, tales clases sólo pudieron tener lugar en el período académico del filósofo, lo que por cierto confirma Estrabón, quien asegura que Hermias escuchó en la Academia lecciones de Platón y Aristóteles 159 . El testimonio de Filodemo reaparece en Diógenes Laercio, si bien alterando definitivamente la cronología y equivocando el nombre de Isócrates con el de Jenócrates 160 ; es también la fuente del De Oratore de Cicerón (quien, no obstante, transforma la crítica de Filodemo en un elogio de Aristóteles 161 ), y, a través de él, de Quintiliano 162 ; y asimismo se reconoce en Siriano, el neoplatónico tardío del s. v d. C., sobre quien, de todos modos, la influencia de los esquemas estoicos parece haber sido igualmente profunda 163 . En cuanto a lo que señala Filodemo, lo hemos dicho ya en parte. El autor reprocha a Aristóteles el que, por locura juvenil o por afán de gloria, hubiese variado su pensamiento, dedicándose a la enseñanza de la retórica, a fin de rivalizar con Isócrates, y haciendo a la política parte de la filosofía. De este modo, concluye Filodemo, «Aristóteles abandonó la filosofía y la exhortación de los jóvenes y se expuso a la violenta venganza de los isocráticos y de algunos sofistas» 164 .

El testimonio de Filodemo atestigua, así pues, la existencia del curso académico y, al mismo tiempo, nos revela que su contenido prolongaba la disputa, ya iniciada en el Grilo , contra Isócrates. Pero lo verdaderamente importante es que a esto añade el que Aristóteles, en el intervalo de los pocos años transcurridos desde la redacción de aquella obra, había cambiado de pensamiento. Este punto aparece igualmente subrayado en la versión ciceroniana de la anécdota, lo que indica que constituía un punto informativo central para esta tradición: Aristoteles… mutavit repente totam formam prope disciplinae suae 165 . Ahora bien, para medir la naturaleza de este cambio (que en modo alguno podemos suponer tan enérgico como lo refiere Cicerón), las palabras de Filodemo resultan escasamente relevantes. El Grilo muestra que el interés de Aristóteles por la retórica constituyó el principio de su actividad intelectual. Y, por otro lado, el que la política forme parte de la filosofía encaja perfectamente, como ya vimos, en las coordenadas del Fedro y de otros varios diálogos de la vejez de Platón. Tampoco los esfuerzos de Bignone 166 por obtener datos pertinentes para este problema a partir del perdido Político ha dado frutos reseñables, por cuanto el único fragmento que se conserva de esta obra —«la idea de Bien es la más exacta medida de todas las cosas» 167 — se sitúa en un horizonte por completo platónico. Un horizonte, en rigor, que es el que resulta también del propio Filodemo, puesto que relaciona las nuevas enseñanzas de Aristóteles con «la venganza de algunos sofistas». Para juzgar, pues, este presunto cambio del pensamiento aristotélico debemos acudir a otras informaciones. Y, en particular, a las que nos proporciona la segunda serie de testimonios que pueden ponerse en conexión con el curso académico de retórica.

Esta segunda serie parte de una noticia de la Vita Isocratis de Dionisio de Halicarnaso, según la cual Cefisodoro, el discípulo más importante de Isócrates, redactó un Contra Aristóteles , en cuatro libros, a fin de defender a su maestro de la acusación de haber escrito «discursos de encargo» que le había dirigido Aristóteles 168 . La tradición referida a esta obra polémica se prolonga después en varios autores. Aristocles trasmite el dato, seguramente incierto, de que Cefisodoro tildaba al Estagirita de «amigo del lujo, glotón y otras cosas de esta índole» 169 . Pero por Ateneo, cuyo testimonio es más seguro, sabemos también que Cefisodoro se dolía en su obra de que Aristóteles hubiese juzgado inmoral la retórica profesada por Isócrates 170 °; a lo que había replicado él —en una clara alusión a la aristotélica Colección de proverbios (Paroimíai I , D. L. 138), que por ello mismo se fecha en estos años—, menospreciando las opiniones de un mero coleccionista de refranes 171 .

Este testimonio de Ateneo es importante, no sólo porque asegura la cronología temprana de la polémica entre Cefisodoro y Aristóteles 172 , sino, sobre todo, porque dibuja con mucha exactitud el marco en que tal polémica hubo de producirse. Nosotros sabemos, en efecto, que la acusación de inmoralidad de la retórica constituía uno de los argumentos centrales del Grilo , de modo que la cita de Ateneo confirma lo que dijimos antes, tanto sobre que el Grilo estaba dirigido contra Isócrates, como también sobre que el diálogo fue el origen de las reacciones antiaristotélicas de los isocráticos. Sin embargo, en los márgenes de esta prolongada disputa, hay un punto que señala —contrariamente a la opinión de Solmsen y Berti 173 — que el Contra Aristóteles no debió de ser sólo una réplica al Grilo , y que más bien fue ante la persistencia del Estagirita en sus ataques a Isócrates —es decir, sin duda, ante sus enseñanzas en el curso académico— ante lo que Cefisodoro emprendió la redacción de su obra.

Nuestro más importante dato en este sentido nos lo brinda un pasaje de Numenio sobre el Contra Aristóteles , que nos transmite Eusebio y al que Düring ha devuelto la credibilidad que merece 174 . En síntesis, Numenio dice que Cefisodoro, «ignorante e inexperto del proceder de Aristóteles», pero sabiéndolo discípulo de Platón, dirigió sus críticas a la doctrina de las ideas, que el estagirita no defendía, de modo que, «sin combatir a aquél con quien polemizaba, combatía a aquél con el que no era su intención polemizar». Este dato, referido, como corresponde, al período académico de Aristóteles, no podría situarse con anterioridad al Protréptico (en el que la identificación del filósofo con su maestro es todavía completa), ni tampoco con posterioridad al De ideis (en el que la ruptura con la doctrina de las ideas se hizo ya patente), sino que tiene que colocarse en una etapa intermedia entre estas dos obras, en la que Aristóteles, habiendo cortado ya sus amarras respecto de tal doctrina, no lo había hecho aún público en ningún escrito, razón por la cual lo ignoraba Cefisodoro 175 . Esta tesis es confirmada de un modo inapelable por la fuente, que no se declara desconocedor del «pensamiento» o la «filosofía», sino del mismo Aristóteles: autoû mèn Aristotélous ên amathès kai ápeiros . Es claro, por lo tanto, que esta situación no corresponde al Grilo y que sólo puede referirse al curso académico de retórica, en el que, por constituir una actividad prolongada en el tiempo, nos cabe fácilmente suponer que irían fraguando las nuevas ideas de Aristóteles. Lo cual sitúa, en fin, la cronología del curso en el 353-349, años respectivamente en que redactó el filósofo, con mucha verosimilitud, el Protréptico y el De ideis 176 .

Ahora bien, con esto estamos ya en condiciones de hacernos una idea bastante cabal del cambio de pensamiento a que se refería Filodemo y que el pasaje de Numenio igualmente testimonia. En la forma que adoptan las críticas aristotélicas del De ideis (que conocemos bastante bien, como se sabe, por los comentarios de Alejandro de Afrodisias a Metafísica I 9 177 ), tales críticas se dirigen a refutar la posibilidad de que las Ideas, según el uso que de ellas hace Platón, constituyan un plano adecuado de referencia ontológica a los discursos científicos. Los dos más célebres argumentos razonados por Aristóteles —el que se ocupa de las ideas de entidades relativas, como, por ejemplo, la idea de lo igual, y el famosísimo de «el tercer hombre»— abocan a un mismo resultado: al convertir las ideas de relación en un en-si , los platónicos tienen necesidad de postular una nueva idea que ejecute a su vez la relación entre la primera idea y la realidad mencionada por ella; pero tal idea necesita de otra y ésta de otra más hasta el infinito. Es evidente que lo que Aristóteles denuncia con estos argumentos es el que los platónicos han confundido los planos lógico y ontológico de la referencia y se han deslizado así en una metábasis eis állo génos . Pero lo importante para nosotros es que con ello se arruina también la pretensión de la dialéctica de convertirse en un instrumento de verificación científica, al que se han de reducir todos los lenguajes, incluidos los éticopolíticos. Privada la dialéctica de referir la verdad de las proposiciones, en el universo de la praxis, a un orden objetivo y jerárquico de Ideas transcendentes, la validez de los razonamientos queda constreñida a la necesidad inmanente de sus inferencias lógicas. Desde este punto de vista, sólo son enunciados científicos los que resultan de un silogismo demostrativo (es decir, cuyas premisas son necesarias); y de este modo, en fin, las materias de que trata la dialéctica, una vez puestos aparte tales enunciados necesarios, únicamente pueden verificarse sobre el plano de las opiniones y las probabilidades.

Que ésta es ya la situación del problema de la que, según hemos visto, parten las argumentaciones de Tópicos y de nuestra Retórica , parece que no puede dudarse. Con la mengua del alcance epistemológico de la dialéctica se rompen simultáneamente los fundamentos de la subordinación de la retórica que Platón había razonado en el Fedro (y que constituía también un tema central del Grilo) , de modo que ambos saberes tienden a colocarse en un plano de igualdad epistémica —antistrófica— , recíprocamente organizada por relación a sus respectivos fines, pero de una naturaleza y valor lógicos comunes; y la misma impresión se desprende del único fragmento conservado del Sofista —que Aristóteles redactó con toda seguridad en este misma época—, puesto que la fórmula que nos transmite Diógenes («Zenón fue el inventor de la dialéctica y Empédocles de la retórica» 178 ) no parece que pueda interpretarse sino, de nuevo, como el resultado de una equiparación de estos dos saberes, que sin duda sonaría chocante a los oídos platónicos 179 .

Este punto asegura, pues, que la reconstrucción de la Retórica que hemos realizado más arriba siguiendo el modelo de Tópicos , responde adecuadamente a la evolución de la filosofía aristotélica en el período que estamos considerando. Ahora bien, que tal reconstrucción de la Retórica coincide asimismo con la postura que Aristóteles había adoptado en el curso académico, lo confirma, a su vez, el testimonio ya antes aludido de Siriano, cuya contaminación de doctrinas estoicas no puede empañar, en las coordenadas que ahora se dibujan, la procedencia aristotélica de al menos lo esencial de su información. Siriano dice que, en sus clases de tarde, Aristóteles enseñaba que existen dos artes de persuadir por medio del discurso: la retórica y la dialéctica; que «la una consistía en hablar extensamente y la otra en dialogar»; y que a continuación invitaba a sus discípulos a ejercitarse en las técnicas de la retórica, comenzando siempre con el prefacio: «es indigno dejar hablar a Isócrates» 180 .

Todos los elementos reseñables del curso académico se hallan compendiados en esta breve noticia. Pero, sobre todo, el que más nos interesa ahora: el de la correspondencia de la retórica y la dialéctica, como dos artes paralelos y de alcance general, en riguroso paralelismo con el fundamento sobre el que igualmente aparece construida la presunta primera versión que antes hemos aislado en el texto de nuestra Retórica .

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