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UNA SOCIEDAD FRAGMENTADA

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A diferencia de lo que ocurría en el Imperio romano, los pueblos o naciones germánicos estaban divididos en clanes. El clan era una especie de «familia» en sentido lato, un subgrupo social cuyos integrantes estaban unidos por lazos de parentesco más o menos lejanos. Estaban dirigidos por un jefe que por ese motivo era uno de los «notables» de su nación. De hecho, aunque los reyes germánicos eran en teoría elegidos por todo el pueblo, la elección la decidían en realidad los jefes de los clanes. Un poco como actualmente ocurre con los partidos políticos, estructuras piramidales jerárquicas creadas para conquistar y ejercer el poder, en las que el que se mueve o rompe la disciplina de partido no sale en la foto. En las «naciones» germánicas pasaba lo mismo. El rey lo era porque pertenecía a uno de los clanes dominantes, que por haber accedido a la realeza, se convertía en «dinastía». Un concepto que no se limita a los entornos de las familias regias sino que puede extenderse a las estirpes de familias poderosas, como la que recoge la clásica serie norteamericana «Dinastía» que entre 1981 y 1989 arrasó en las televisiones de todo el mundo y de la que se inició en 2017 un remake. Ahora mismo, dentro de la misma estela, aunque con la amoralidad y el cinismo propios de nuestra época, podemos ver «Succession», otro clan familiar de armas tomar.

Acabar con la estructura de clanes es una premisa básica para que surja un gran imperio. Un conocido ejemplo es el de China, territorio que se convierte en un gran imperio con los Han (206 a. de C a 220 d. C.), precisamente gracias a la unificación llevada a cabo a finales del siglo III a. de C por el emperador Qin, que acabó de modo implacable con los jefes de los clanes rivales. Este emperador os sonará porque su tumba, descubierta en 1974 en Xian, alberga miles de guerreros de terracota de tamaño natural y constituye uno de los testimonios más fascinantes de la civilización china. Como curiosidad debéis saber que el nombre «China» que alude al país del emperador «Qin» –la «Q» en chino equivale a nuestro «Ch»–, es el que usamos los occidentales, pero no era el utilizado tradicionalmente por los propios chinos. Ellos hablaban de «Zhongguó», término que significa «Reino –o tierra– del centro». Y es que en la cosmología china el imperio de los Han era el centro terrestre del universo.


Imagen 14. Mausoleo de Qin Shi Huang, el primer emperador chino. Xian. Siglo III a. C (Foto del autor).

La estructura de clanes pervivió durante siglos, entre otros lugares en Escocia, lo que dejó a los escoceses a merced de un reino de Inglaterra mucho más estructurado socialmente en torno a una monarquía fuerte desde la invasión normanda de 1066. El funcionamiento de los clanes está bien recogido en la película “Braveheart” dirigida por Mel Gibson en 1995, muy entretenida y bien documentada. Nos cuenta la historia de William Wallace, el indómito líder que se rebela contra la ocupación tiránica de Escocia por Eduardo I de Inglaterra (1272-1307). Este último, el malo malísimo de la película, fue, sin embargo, un excelente rey que tuvo la inteligencia de aprovechar las divisiones de la sociedad escocesa de clanes para dominarlos. Como os imaginaréis, los escoceses discrepan y siguen reivindicando su nacionalismo y su particular idiosincrasia como lo prueba el fallido referéndum por la Independencia escocesa de 2014. Aunque tras la materialización del Brexit, la independencia podría estar a la vuelta de la esquina, dado que una consistente mayoría de escoceses –y de Norirlandeses– votó a favor del «Bremain». Una pieza más en este infernal rompecabezas. Al final podría ser que los escoceses vengasen a Wallace.

El caso de Escocia es, sin duda, el paradigma de la inestabilidad de la sociedad de clanes, sin embargo, no es ni mucho menos el único. Esta inestabilidad era algo generalizado en los reinos germánicos ya que el sistema electivo de los reyes propiciaba frecuentes luchas por el poder. Recordad que el carisma era una condición indispensable –junto a la pertenencia al clan real– para ser elegido. Y es que un rey sin carisma duraba en el trono menos que un caramelo en la puerta de una escuela porque, más tarde o más temprano, los jefes de los demás clanes tenían la tentación de sustituirlo. Es conocida, por ejemplo, la fastidiosa tendencia de los visigodos a acabar con sus reyes de forma violenta, que llevó al historiador del siglo VI Gregorio de Tours a denominar esta molesta epidemia política como «morbo gótico». De hecho, en su lucha por el poder, los jefes de clanes visigodos tampoco dudaban en aliarse con el enemigo, lo que tuvo ominosas consecuencias para el Reino visigodo de Toledo. No solo provocó la cesión –temporal– de parte de la España visigoda a las tropas de Justiniano, sino que fue una de las causas decisivas del hundimiento del reino visigodo hispánico en el año 711. Y es que en la batalla decisiva de Guadalete contra la invasión musulmana toda un ala del ejército del rey Rodrigo, dirigida por el líder del clan rival de los partidarios de Vitiza, se retiró del combate y se pasó al enemigo. Fue pues una guerra de clanes la que acabó con el reino fundado por Leovigildo en el 573 y favoreció la ocupación islámica de España durante casi 800 años.

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