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2, 19b-20

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`tAf)[]l; lyDIÞg>hi yKiî Atên"x]c; ‘l[;t;’w> Avªa.b' hl'ä['w>

19b Yo os envío pan, mosto y aceite, y seréis saciados de ellos; y nunca más os pondré en oprobio entre las naciones. 20 Haré alejar de vosotros la (langosta) del norte, y la echaré en tierra seca y desierta: su faz hacia el mar oriental, y su final hacia al mar occidental. Exhalará su hedor y subirá su pudrición, porque hizo grandes cosas.

2, 19b. Así empieza el cumplimiento de las promesas. El Señor promete ante todo una compensación por el daño causado a los judíos a través de la devastación, asegurando ante todo la devastación de la devastación (=del devastador), de manera que no pueda dañar más. En esa línea, Jl 2, 19 está relacionado con 1, 11.

x;leÛvo, de shâlach, enviar. Así se dice que el pan es enviado, en vez de dado (Os 2, 10), porque Dios envía la lluvia, que hace que crezca el trigo. Israel no recibirá nunca más el reproche de las naciones, “como si fuera un pobre pueblo, cuyo Dios es incapaz de asistirle o que por eso le ha olvidado” (Rosenmüller). Marck y Schmieder han observado ya que esta promesa está relacionada con la oración en la que se decía que Dios no dejaría que su nación fuera objeto de reproche o burla entre los paganos (Jl 2, 17, cf. comentario a ese verso).

הצּפוני, lo del norte, es un epíteto que se aplica a los enjambres de langostas, lo que exige que la plaga de langostas no pueda interpretarse de un modo puramente alegórico. Ciertamente, en general, las langostas vienen a Palestina desde el sur o desde el desierto de Arabia, y en esa línea Jerónimo afirma que, en general, las langostas vienen con el viento sur.

Pero hay muchas excepciones. Así dice Oedmann, ii. p. 97: “Las langostas vienen con todos los vientos”. Niebuhr (Beschreib. p. 169) afirma que en Arabia las langostas llegan con los vientos de todas las direcciones (norte, sur, este y oeste). Su origen no es solo el desierto de Arabia, pues ellas se encuentran en todos los desiertos de arena, que se extienden en las fronteras de los países que fueron (y que en algún sentido siguen siendo), sede de las civilizaciones.

Ellas vienen del Sahara, del desierto líbico, de Arabia y de Iraq (Credner, p. 285). Por su parte, Niebuhr (l.c.) vio un largo trecho de tierra, en el camino de Mosul a Nísibe, completamente cubierto con jóvenes langostas. Las langostas aparecen también en el desierto de Siria, de donde sus enjambres podían dirigirse con facilidad a Palestina, por medio del viento del nordeste, sin necesidad de cruzar las montañas del Líbano.

2, 20. Un enjambre de ese tipo puede llamarse ynIùApC.h;, tsephōnī, es decir, del safón o del norte, aunque estrictamente hablando no viniera en línea recta del norte. Filológicamente no se puede probar que tsephōnī solo puede significar algo que viene directamente del norte, sino que puede provenir del norte dando rodeos. Otras explicaciones por las que ese adjetivo ynIùApC.h;, en el sentido tifónico, bárbaro o de otro tipo, que aparecen en Ewald y Meier, y que se obtienen por alteraciones del texto o por etimologías rebuscadas han de ser rechazadas sin más. Lógicamente, aquello que viene del norte ha de ser expulsado también por el viento norte, es decir, por la gran masa de aire que desemboca y que se expande en tres dirección: la parte derecha se dirige a la tierra seca y desolada del desierto de Arabia; la parte delantera acaba perdiéndose y hundiéndose en el mar oriental, es decir, en el mar Muerto (cf. Ez 47, 18; Zac 14, 8); finalmente, la parte trasera del gran enjambre terminará perdiéndose en el mar occidental, que es el Mediterráneo (cf. Dt 11, 24).

Evidentemente, esto no ha de entenderse como si la dispersión se diera al mismo tiempo en las tres direcciones a la vez, lo que implicaría que debían soplar los tres vientos al mismo tiempo. Estas palabras ofrecen más bien una visión retórica de la rápida y total destrucción de las langostas, que puede fundarse en la idea de que el viento empieza soplando del nordeste, después se vuelve hacia el norte y después hacia el nordeste de nuevo, en un tipo de gran remolino, de manera que una parte de la masa inmensa de langostas se pierde en el mar del este (mar Muerto), otra sigue hacia el sur y se pierde en el desierto arábigo, y otra al final se dirige hacia el mar del oeste, que es el Mediterráneo.

La explicación dada por Hitzig y por otros, según la cual pânīm (cf. wyn"©P') significa la parte oriental y sōph (cf. Apßsow>) la parte occidental del inmenso enjambre no se puede sostener, pues Joel habla más bien de la parte delantera y trasera del gran enjambre, de manera que ambas partes acaban hundiéndose en el mar oriental y el occidental (y en el desierto), de manera que los cuerpos muertos, arrastrados por las olas a la orilla, se van pudriendo, llenando el aire de olor de descomposición. En esa línea, son muchos los autores que hablan de la muerte de las langostas en mares y lagos donde acaban perdiéndose36.

Para Avªa.b' hl'ä['w> cf. Is 34, 3 y Am 4, 10. צחנה es ἁπ. λεγ.; pero debe mantenerse su significado de corrupción, en parte por el paralelismo y en parte por el verbo siríaco correspondiente que significa suciedad. El ejército de las langostas ha merecido la destrucción porque ha hecho “grandes” cosas.

הגדּיל לעשׂות, hacer grandes cosas se aplica a hombres y a otras creaturas con el sentido subordinado de destrucción, de manera que no solo significa haber hecho grandes cosas buenas, sino de haber realizado grandes obras de destrucción, con el significado que tiene la palabra alemana Grosstun, en el sentido de estar orgulloso de la propia fuerza.

De esto no se sigue, sin embargo, que las langostas son simplemente realidades figurativas, y que no significan otra cosa que las naciones enemigas, porque el pecado y el castigo implican responsabilidad (Hengstenberg, Havernick), por lo que decir que Dios castiga a las langostas carece de sentido. Por eso, algunos afirman que todo este tema de las langostas es puramente ideal.

Pues bien, en contra de eso, resulta incorrecto decir que, según la Biblia no se puede hablar de un castigo de Dios que se cumple sobre los animales. La misma Ley mosaica enseña lo contrario, es decir, que Dios castigará todo acto de violencia hecho por bestias en contra de los hombres (Gen 9, 5), y que en esa línea manda que el toro que mata a un hombre sea apedreado (Ex 21, 28-32).

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