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1. Ciudad y campo

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La ciudad medieval mantiene una estrecha simbiosis con el campo circundante: la ciudad vive del campo al menos en dos aspectos: el demográfico y el económico. En el aspecto demográfico, el aumento de población de la ciudad proviene del campo; en el económico, la ciudad se alimenta de los productos que le proporciona el campo, trabaja las materias primas que el campo le ofrece y paga a unos y otros con la venta de los productos urbanos al mundo rural (tanto a los señores como a los campesinos). Cuantos más excedentes pueda aportar la zona rural a la ciudad, mayor será la actividad artesana: los trabajadores urbanos podrán vender más y comprar más baratos los alimentos, y por lo tanto destinar más dinero a la adquisición de otros productos o bien generar ahorro o inversión. Además, una mayor producción lleva a la especialización y, con ella, a un aumento de la productividad. En estas condiciones, la ciudad crece al haber más gente que puede ganarse la vida en ella y se convierte en un dinamizador económico: la producción agraria, por el hecho de crear una demanda, permite un comienzo de especialización urbana que ofrece productos que los campesinos no pueden producir ellos mismos o solo pueden hacerlo a un coste muy elevado.

El tamaño de una ciudad tiene un límite en los excedentes de alimentos, de rentas y de materias primas que puede obtener del campo cercano: a medida que se acerca a este límite, los productos agrarios se encarecen y pueden llegar a faltar en momentos determinados, mientras que los productos artesanos resultan más caros y por lo tanto menos competitivos. La concentración urbana deja de crecer o decae.

El punto de encuentro entre la ciudad y el campo circundante es el mercado, espacio de intercambio regulado y protegido legalmente al que campesinos y ciudadanos llevan sus productos respectivos. En un principio semanal, el mercado pasa a ser diario en las ciudades más grandes y finalmente se divide en mercados especializados (plaza del trigo, del aceite...). Muchas ciudades surgen en el punto de contacto entre zonas económicas con distintas ventajas comparativas. De hecho, acuden sobre todo al mercado los campesinos y los pequeños comerciantes: los artesanos esperan a los clientes en sus obradores, en los que a menudo trabajan por encargo, aunque no por ello dejan de formar parte del mercado.

Los intercambios campo-ciudad son básicos para el mantenimiento de la ciudad, pero el crecimiento urbano depende sobre todo de la participación en el comercio a larga distancia, en especial de la aportación de productos propios al comercio de larga distancia. El crecimiento urbano estimulaba la especialización de la actividad manufacturera, tanto dentro de cada ciudad como dentro de algunas ciudades en el caso de algunos productos concretos, que conseguirían introducir en el comercio a larga distancia. Aunque hubo ciudades que crecieron como centros de intercambio comercial sin una aportación significativa de productos propios, a la larga solo la producción para los mercados lejanos conseguía asegurar la prosperidad de las ciudades.

Producción artesana y actividad comercial son los dos grandes aspectos de la economía urbana. Tal como hemos hecho al hablar de la agricultura, veremos su evolución a lo largo de la etapa preindustrial, empezando por el comercio, a pesar de que, como es obvio, producción y comercio se influyen mutuamente y de manera constante.

Introducción a la historia económica mundial (2ª ed.)

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