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2.3.4 Formas de asociación y seguros

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La actividad comercial propició varias formas de asociación. La compañía (dos o más socios que actúan en común), a pesar de no ser desconocida, era poco utilizada por el principio de responsabilidad ilimitada, que obligaba a cada uno de los socios a responder con todos sus bienes de las pérdidas de la compañía. Más típica del comercio medieval era la comanda o sociedad en comandita, formada por un socio capitalista (comandante) y un socio gestor (comanditario). El primero aportaba el dinero o las mercancías, mientras que el segundo se encargaba de transportarlas a su punto de venta para volver con el dinero o con otras mercancías. Normalmente el capitalista se reservaba tres cuartas partes de la ganancia, pero las pérdidas, en caso de existir, iban a su cargo.

Otras formas de asociación que aparecen también ya en la Edad Media y que tienen como finalidad principal resolver los problemas de la distancia son la sucursal, una dependencia de la empresa instalada en otra ciudad y que no está dotada de iniciativa propia; la empresa filial, sociedad independiente pero participada mayoritariamente por la casa central y que se ocupa preferentemente de las relaciones con esta; y la corresponsalía, acuerdo entre empresas independientes y situadas en lugares diferentes, pero que mantienen unas relaciones privilegiadas que incluyen la transmisión de noticias, el crédito mutuo y a veces participación en negocios comunes.

Una forma especial de asociación, creada por la conveniencia de evitar el riesgo repartiendo las posibles pérdidas y que pronto se convirtió en entidad propia, es el seguro. El seguro adoptó dos modalidades principales: el préstamo marítimo o crédito al por mayor, por el cual se cedían mercancías o crédito para la compra de mercancías con la condición de que solo había que devolver el capital y los intereses pactados si las mercancías llegaban a buen puerto. La segunda es el seguro propiamente dicho, parecido al actual incluso en el vocabulario y por el que los aseguradores recibían por adelantado una prima, a cambio de la cual se comprometían a pagar el valor de las mercancías en caso de pérdida. Las sociedades de seguro se creaban para cada caso concreto y normalmente participaban en ellas muchos aseguradores con cantidades pequeñas: era menos peligroso que arriesgar una gran cantidad en un solo seguro.

La forma moderna más corriente de asociación, la sociedad de capitales o sociedad anónima, nació a principios del siglo XVII con las grandes compañías coloniales privilegiadas, de las que ya hemos hablado, aunque hasta muy entrado el siglo XIX quedó reducida a grandes empresas con apoyo estatal (compañías comerciales, construcción de obras públicas o colonización de territorios). De hecho, en muchos países la constitución de una sociedad anónima requería un decreto gubernamental o la aprobación del Parlamento hasta muy avanzado el siglo XIX.

Llegar a este grado de organización del crédito y de las sociedades presupone disponer de la contabilidad, cuya forma más avanzada, la partida doble, aparece en Italia en los siglos XIV-XV. De hecho, todavía hoy las prácticas bancarias, crediticias y contables son en gran parte herederas directas de las innovaciones introducidas por los banqueros y comerciantes medievales, especialmente los de las ciudades italianas (Génova, Florencia, Venecia).

Introducción a la historia económica mundial (2ª ed.)

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