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g) La «Ilíada» como fuente para la historia de Grecia

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Por otro lado, el contenido y, sobre todo, la propia lengua de la Ilíada ofrecen ciertos datos, sin duda fragmentarios y sujetos a interpretación, sobre el hombre homérico y sus creencias, y sobre la sociedad homérica y sus modelos de conducta. No hace falta insistir en que los datos proporcionados por la Ilíada no pueden ser atribuidos con seguridad a ninguna época concreta de la tradición épica, y en que sólo pueden ser llamados ‘homéricos’, entendiendo por tal nombre simplemente que son pertenecientes a un período indeterminado de la tradición. Aún más, no estamos en condiciones de saber con certeza en qué medida la representación homérica del hombre y de los valores de su sociedad es un puro resultado de la imaginación poética y del arcaísmo deliberado, y en qué medida reproduce la concepción dominante que existió en una época de la tradición épica. Hechas estas salvedades, hay que indicar ante todo que la sociedad y el hombre homéricos reflejan una mentalidad muy antigua.

Para empezar, el hombre homérico no parece tener una conciencia clara sobre su propia unidad individual, aunque la psykhé o principio que alienta la vida está próxima a designar tal unidad. No existe un término genérico para «cuerpo»; los términos homéricos cuyo significado está más próximo al de cuerpo designan distintos aspectos del mismo, como el contorno, las articulaciones, los músculos, la flexibilidad, la estatura, etc. Tampoco existe una concepción unitaria de la actividad anímica e intelectual del hombre, sino que los términos más próximos a tal contenido suelen designar órganos físicos y corporales en los que se asientan de manera disgregada e imprecisa los sentimientos, las percepciones, los impulsos y los afectos.

El hombre homérico busca la excelencia en la actividad bélica y en la palabra. La manifestación más evidente de esta excelencia es el éxito, con el reconocimiento público y la atribución de los honores personales que este reconocimiento comporta. En general, aunque no siempre, la supremacía va asociada a la nobleza de la estirpe. Se suele decir, en consecuencia, que los actos de los héroes no están guiados por consideraciones morales ni por la conciencia de que haya que rendir cuentas ante la sociedad, sino con vistas exclusivamente a lograr el éxito personal. Por supuesto, los dioses no aparecen necesariamente como garantes de la justicia, sino que se limitan a disfrutar de todo con facilidad en su existencia placentera y sin riesgos. Por otra parte, el héroe homérico toma sus decisiones bajo la influencia de un dios, que sugiere la idea, con la cual el héroe se manifiesta conforme y que en seguida pone en ejecución. No quiere esto decir que el héroe en la concepción homérica carezca de libre albedrío; al contrario, lo que la divinidad sugiere y la propia decisión personal del héroe nunca entran en conflicto, a diferencia de lo que sucederá en la tragedia. La exuberante vitalidad del héroe homérico se interrumpe siempre bruscamente por la muerte que Zeus y el destino le fijan; tras ella, la existencia del héroe es lóbrega y sombría en el reino de Hades.

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