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h) La elevación de las acciones de los personajes

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Se reconoce generalmente que es específicamente homérica la supresión de todos los actos de brutalidad y de magia existentes en la leyenda, como los oráculos relativos a ciertas condiciones que deben ser cumplidas para que Troya pueda ser saqueada (el regreso de Filoctetes con su arco, la participación de Neoptólemo, el robo del Paladio, etc.), excepto algún ejemplo en una situación notable (las palabras del caballo Janto en XIX 411-423), la omisión de ciertos aspectos de la sociedad, como la esclavitud, que sin duda conoce, y la ignorancia o la atribución del uso del arco como instrumento de combate a guerreros mediocres como Paris y Pándaro. También Homero niega de manera implícita o calla posibles menciones de amor homosexual entre Aquiles y Patroclo (cf. IX 633-8), y Zeus y Ganimedes (XX 234). Cuando la tradición impone algún acto de brutalidad, lo despacha del modo más rápido, como en IX 451 ss., a propósito de las tentativas de Fénix para matar a su padre. El sacrificio de los doce troyanos ante la pira de Patroclo (XXIII 175 s.) es el producto del deseo de venganza de Aquiles; las repetidas amenazas de ultrajar el cadáver de Héctor son desechadas por la actuación de Apolo (XXXIII 184 ss.).

Por el contrario, sería creación del autor de la Ilíada la importancia atribuida a la elevación espiritual y a la humanidad de los héroes. Personajes como Héctor, Fénix y Patroclo, que juegan un papel muy limitado en el resto de los poemas del Ciclo y que encarnan estos valores humanos, deben de ser invenciones o desarrollos del poeta de la Ilíada. En el extremo opuesto, el desprecio al que Tersites se hace acreedor se debe a su bajeza respecto al ideal heroico. Aunque existen muchos contrastes entre la conducta de los aqueos y la de los troyanos que muestran la inferioridad de éstos respecto de aquéllos (son más ruidosos y fanfarrones, van vestidos a veces de manera ostentosa y son menos disciplinados), los enemigos nunca aparecen como despreciables, y algunos muestran su excelencia heroica. El resultado de todo ello es que existe un contenido moralizante, aunque expuesto de manera implícita, en el comportamiento atribuido a los personajes humanos. Con esta valoración implícita de la conducta humana contrasta el capricho y la inexistencia de trabas morales en la conducta de los dioses.

De la misma manera, la concentración de la Ilíada en los hechos esenciales implica una estilización, ajena al puro realismo. Así, existe un profundo desinterés por el marco en el que la guerra se desarrolla, y no hay indicaciones ni acerca de la estación del año ni de la topografía ni del escenario geográfico en el que tienen lugar los combates. Los propios duelos son estilizados, y se evita toda herida o mutilación que no termine con la muerte. Mientras se relata un encuentro entre dos guerreros, el resto del campo de batalla parece desvanecerse, y sólo cobra nueva vida el movimiento colectivo de las tropas cuando una serie de encuentros o duelos ha terminado. No hay muertes accidentales ni traiciones ni armas mágicas, sino sólo duelos singulares que hacen abstracción de todo el entorno y que terminan con la exhuberante vitalidad de algún héroe. Con esta estilización en la narración heroica, ajena al realismo de la narración, contrastan profundamente los símiles que se diseminan por doquier y que incorporan el mundo real del poeta. El resultado final es que en unos aspectos el mundo de la Ilíada es plenamente realista, mientras que en otros no lo es. No obstante, se ha señalado con acierto (cf. J. Griffin, Homer on life and death, Oxford, 1980) que la impresión general de realismo que comunica la Ilíada radica en el hecho de que su autor describe con fidelidad la muerte, común a todos los seres humanos, especialmente en el combate.

Ilíada

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