Читать книгу Arlot - Jerónimo Moya - Страница 20

Оглавление

XIII

Los vecinos de la villa de Arlot festejaron el vuelo del águila como si de un suceso milagroso se tratara. El águila se dejaba ver muy de tanto en tanto, hasta tal punto que muchos de los más jóvenes apenas la conocían de oído. Se decía que anidaba en las montañas del Cielo, y las montañas del Cielo quedaban lejos. En realidad, casi nadie las había visto y se referían a ellas por lo que contaban los viajeros. Se decía que formaban un círculo a modo de muralla, inaccesibles los picos tallados a modo de torreones, y también que recordaba a un imponente puño elevándose hacia el cielo, quizá suplicando la compasión divina. También se decía que, en tiempos tan remotos que nadie conseguía dar fe de ellos con un mínimo rigor, esas montañas habían sido bendecidas por un obispo que murió en santidad tras recorrer la totalidad del perímetro trasladando un hisopo de considerables dimensiones. La ceremonia, en honor a Dios, le exigió caminar hasta la extenuación con tan pesada carga y, apenas concluida lo que se consideró una hazaña sin precedentes, se derrumbó colapsado por el esfuerzo. Al instante su alma, con casulla, mitra y báculo, se elevó hacia el paraíso ante la admiración de quienes le acompañaban. ¿Su nombre? Como el de tantos santos y mártires se consagró su memoria en el más humilde de los anonimatos. Ahora pocos pensaban en él o en su historia, pero el vuelo del águila paralizaba labores y mandaba levantar la vista dejando que la imaginación se desbocara, al menos hasta el punto que podían permitirse. A Arlot el paso del águila le cogió en la herrería trabajando junto a su padrastro. Fue este quien advirtió que el patio de armas se había convertido en una exposición de figuras inmóviles haciendo visera con la mano y observando el cielo.

—¿Qué ocurre? —preguntó Arlot advirtiendo aquella interrupción en el trabajo, lo que en su padrastro no resultaba normal.

—Veamos —fue la respuesta.

Dejó las pinzas en el interior del cubo con agua levantando una columna de humo entre chisporroteos y se dirigió hacia la entrada. Al llegar imitó a quienes continuaban atendiendo a lo que en lo alto sucediera con un silencio piadoso. Permaneció allí durante unos segundos y a continuación le hizo una indicación a su hijastro con la mano para que saliera. Una vez juntos señaló la figura oscura que planeaba a gran altura.

—El águila ha vuelto —empezó en voz baja, evitando quebrar la atmósfera que se había creado a su alrededor—. ¿La recuerdas? Hace años hubo una que estuvo rondando nuestro cielo durante días.

Sí, Arlot tenía una vaga idea de haberla visto con anterioridad, al poco de establecerse en la villa junto a su madre. Por entonces no le dieron demasiada importancia. En el lugar del que venían, la montañosa Aquilania, las águilas resultaban familiares, incluso alguna había llegado a posarse en los alrededores de la casa, tanto que sus padres le habían advertido que se anduviera con cuidado con ellas y que se mantuviera alejado de su pico. Son imprevisibles, le explicaban, y en ocasiones agresivas. Él se fijaba en el pico y en las garras, metálicas, y sobre todo en los ojos, fríos como el metal, y obedecía. Ahora una parte del comentario de su padrastro, lo de nuestro cielo, le resultaba curioso. ¿Nuestro cielo? Nunca se le hubiera ocurrido emplear tal expresión.

—Hay quien asegura que son muy especiales —continuó el herrero sin apartar la mirada del águila—. Que son más que simples pájaros, que poseen poderes antiguos, desconocidos para nosotros.

—Supercherías —replicó Arlot con aplomo—. Donde viví, en Aquilania, las había por decenas y de misteriosas no tenían nada. Mi padre llegó a cazar una con su honda. Le alcanzó en la cabeza y cayó fulminada. Por cierto, la desplumamos y nos la comimos. Repugnante.

El herrero asintió.

—Me lo imagino, pero para esta gente es un símbolo y como todos los símbolos se acoge a la interpretación oficial, aunque cada cual la adapte a su manera, según su carácter. Desde un presagio de tiempos de bonanza hasta convertirla en el clarín de la muerte. El propio rey lleva una en su escudo de armas. Una enorme águila negra con la cabeza roja y las garras doradas. El marqués ha colgado una de las banderas del reino en la sala de recepciones de la torre y por eso lo sé.

—No deja de resultar lógico que el rey haya escogido ese bicho como emblema.

¿Lógico? Mejor no preguntar el motivo de tal comentario, pensó el herrero. Al menos no hacerlo por el momento y próximos a tanta gente, incluyendo soldados y quienes siempre andan deseosos de ganarse algún favor delatando a quien se prestara por imprudente o por ingenuo. Sin embargo, su prudencia la quebró el propio Arlot concluyendo la idea.

—Me refiero a lo del color de la cabeza y de las garras. Sangre y oro. Además las águilas son aves depredadoras y crueles. ¿Y qué nos aportan? ¿Entretenimiento viendo como vuelan por encima de nuestras cabezas?

Por fortuna lo había dicho con un tono que apenas alcanzaba la categoría de susurro. Aun así, el herrero, tras comprobar que nadie había cambiado de postura para comprobar de quién habían sido esas palabras, que nadie les había prestado atención, respiró hondo, tomó del hombro a su hijastro y lo condujo de vuelta a la herrería. Una vez allí le reprendió sin aspereza, pero con gravedad.

—Debes cuidar lo que dices, Arlot. Tu juventud no te librará de los castigos, ya tienes experiencia de ello y no siempre podremos ayudarte quienes te queremos.

Dicho lo cual, con gesto de preocupación, tomó las pinzas del cubo y reemprendió el trabajo. También lo hizo Arlot, quien continuó rehaciendo la empuñadura de una daga, al tiempo que su pensamiento retornaba a lo sucedido en el valle Silencioso el día anterior a partir de la irrupción de Páter.

—Hay quien dice que es una de las águilas del rey —oyó decir a su padrastro entre martillazos—, algo así como una rapaz amaestrada. Lo normal son los halcones, claro, pero un rey es un rey. Vamos, que podría ser la misma del escudo, que de tanto en tanto recorre el país para informarle de lo que sucede. Eso dicen y eso creen por desatinado que te parezca. El espía volador del rey. Yo no lo creo, pero pasan tantas cosas sorprendentes que… En fin.

El hombre se rascó la barba mecánicamente, dándole vueltas a algún pensamiento o tratando de alejarlo. Finalmente balanceó la cabeza, grave, incluso abatido, y reemprendió los golpes. El peto nuevo del señor iba tomando forma. Pasan tantas cosas sorprendentes… Algo similar había pensado Arlot al advertir la presencia de Páter avanzando sobre la hierba aún húmeda con la sotana remangada y el manto de piel de oveja medio cayéndosele de los hombros. Y la sorpresa aumentó al oírle sus primeras palabras en medio de unas exageradas gesticulaciones con las manos que resultaban poco habituales en él, tan comedido en lo que hacía y decía en general. No, no, lo hacéis mal y hacer mal ciertos movimientos en situaciones comprometidas es peligroso. Con esas palabras empezó antes de tomar una rama del suelo, partirla hasta dejarla con la longitud de una espada media y, haciendo caso omiso de las atónitas miradas de sus discípulos, los redistribuyó en dos líneas ligeramente arqueadas contando cuatro pasos de distancia entre cada uno de ellos. Tú, gírate, le decía a Yúvol, así cubres a quien tengas al lado y de paso cubres más terreno con ese mazo, que tú sabrás de dónde has sacado, y aprovechas la ventaja de tener los brazos tan largos. Vento, deja de jugar y de brincar porque pierdes apoyo y concentración y en un combate la gente no va a aplaudir tus cabriolas. Tú, Marlo,… Entre divertidos y desconcertados obedecían. Supongamos que os doblan en número, dijo al cabo de unos minutos, y una vez que consideró que la posición y los movimientos resultaban al menos aceptables. Seguid con el círculo, pero girando sin perder las distancias. Si no conseguís evitarlo, corregirlo en cuanto os sea posible. Ahora, imaginad que… Durante una hora practicaron una serie de formaciones siguiendo sus indicaciones. En ocasiones ocupaba el lugar de uno de ellos y esgrimía la rama mostrando ejemplos de defensa y ataque en coordinación con el resto. Pronto el divertimento y el desconcierto mudó a concentración y reconocimiento. Despojado del manto, los faldones volando, sudoroso, la respiración pesada, aquel hombre manejaba el remedo de espada con una precisión y una velocidad que hizo añicos la imagen que de él tenían, la del buen, sabio y contemporizador sacerdote, y confirmó intuiciones. Sí, había sido un soldado y no del montón. Cuando la sesión acabó, sin dar pausa a su actividad, tomó de un brazo a Arlot y, el uno aún con la rama y el otro con la espada negra, le invitó a alejarse del grupo.

Arlot, se acabó la broma, dijo. Tenemos que hablar, ¿recuerdas? Pregunta retórica por lo que no dio tiempo a la respuesta. Por eso he venido, ¡Dios me perdone!, para hablarte como guía espiritual. Lo demás ha sido porque… No importa. Bien, sí importa. Me preocupáis. ¿Ha venido como guía espiritual o como instructor de combate?, le interrumpió Arlot con su esbozo de sonrisa. Seamos claros, insistió el sacerdote. Mi prioridad es la de ejercer de guía espiritual. Lo que os he enseñado es una muestra de amistad, por si algún día os encontráis en un problema. Lo que Dios quiera que no suceda. ¿Y en qué convento ha aprendido usted a combatir de esa forma?, le había preguntado Arlot sin abandonar una ironía que ya empezaba a resultar molesta, en especial porque no estaba dispuesto a dar mayores aclaraciones. A combatir y a dirigir un combate. Páter había cerrado los ojos, unido las manos como si se dispusiera a orar y respirado lenta y profundamente. Calma, se exigió. Cualquier hombre tiene un pasado a recordar o a olvidar, empezó con paciencia, en realidad ambas cosas, y con el tiempo recuerdos y olvidos se acumulan y para según quién constituyen una carga. El problema radica en que en ocasiones no se sabe o no se puede elegir si recordar u olvidar porque el pasado forma parte de nuestra alma y el alma sigue sus propias reglas. Había tomado aire de nuevo y abierto los ojos. Las manos continuaban unidas, ahora con los dedos enlazados. Sólo en Dios halla descanso mi alma, de él viene mi salvación. ¿Recuerdas? Salmos. Descanso mi alma, eso es.

Se había hecho el silencio. El sol entibiaba un aire frío que parecía llegar del bosque, cargado de fragancias a maderas y hierbas húmedas. Páter se había quedado inmóvil, la mirada fija en aquel cielo que mostraba un azul pálido deslumbrante. ¿Rezaba o pensaba? Arlot esperaba. Conocía a aquel hombre y lo que tuviera que decir se lo diría, a tiempo o a destiempo, bien o mal, con delicadeza o con aspereza, pero se lo diría. No tuvo que aguardar demasiado. Tras una intensa inspiración Páter se santiguó y clavó sus ojos pequeños y brillantes en los de Arlot. En los conventos se aprende a luchar en otro tipo de guerra, muchacho, dijo entornando los ojos, concentrado, y sabemos que no existe otro enemigo peor que el mal que propagan el demonio y sus huestes, que ni te imaginas lo numerosas que son ni el poder que tienen. En eso nos formamos y a ello nos aplicamos. Eso no responde mi pregunta, había insistido Arlot. Yo creo que sí. La violencia y la templanza, el odio y el amor, la virtud y el pecado… ¿Sigo? No, no hace falta, basta con hablar del mal y del bien. Eso lo resume todo, y posicionarnos sobre ellos nos define. Lo demás es palabrería. A Arlot se le había escapado una mueca recelosa. Totalmente de acuerdo, Páter, y me parece, una vez más, un planteamiento inteligente, como todos los suyos. Pero insisto, y perdone mi curiosidad, usted ha demostrado unos conocimientos en un tipo de lucha muy concreto, y no creo que se adquieran en un convento ni en un monasterio por mucha fama que tengan los que llaman monjes guerreros. Que por cierto no sé si son otra de las muchas leyendas que corren por ahí. Páter se rascaba la barbilla, pensativo, súbitamente jovial. Los monjes guerreros, la orden del… Un perfil curioso si bajamos al sentido exacto de las palabras, es decir, si tomamos lo de guerreros en un sentido literal. A mí, Dios me perdone si debería callarlo, al margen de sus hazañas, reales o falsas, siempre me han sonado a fanáticos. Como pasa con tantos. Si en realidad existieron, claro, porque hoy por hoy no queda ni uno. En fin, volvamos a nuestro asunto. Tras dar varios golpes con el índice sobre el pecho de Arlot, que continuaba sin ceder en su recelo, había continuado con sus intentos. Eres obstinado y tendrás problemas en la vida, te lo he dicho y lo repito, pero también inteligente y quizá, solo quizá, eso te ayude a solucionarlos cuando se te presenten. Dicho lo cual, yo he venido a apelar a tu inteligencia y a combatir tu obstinación, una de las muchas madres del pecado, y no a explicarte mi vida. En consecuencia dejaremos determinadas preguntas y respuestas para otro momento. ¿Y tan urgente consideraba esta conversación que nos ha seguido hasta aquí sabiendo lo que veníamos a hacer? Otras veces le hemos invitado y siempre nos respondía que no. ¿Qué ha cambiado? ¿Por qué no me ha pedido que fuera a la iglesia, el espacio de la bondad por excelencia, y no a un campo de armas? Eso ya lo hice, tienes muy mala memoria. El rostro de Páter mostraba un sincero enfado en ese momento.

Entonces les llegaron las risas del resto del grupo. Vento había estado avanzando cabeza abajo, a pequeños saltos aguantando el cuerpo sobre una sola mano. Las risas las había provocado su aparatosa caída al perder el equilibrio tratando de saltar sobre una roca de regular tamaño sin variar la postura. ¡Deberías saber hasta dónde te alcanzan las fuerzas!, gritaba Carlo. ¡No eres una rana por mucho que lo intentes! ¡Ni una de nuestras cabras!, había añadido Marlo. La respuesta de Vento fue la de quedarse sentado contemplando la roca con los brazos cruzados y cara de pocos amigos. Arlot y Páter observaban la escena mientras Yúvol ayudaba a incorporarse a su apesadumbrado amigo, tirando de él como si de un niño o un muñeco de paja se tratase. Hay que saber cuándo parar, Vento, le decía mientras le ayudaba a sacudirse tierra y briznas de hierba de la ropa. ¡Eso es!, gritó Páter súbitamente animado. Buen pensamiento. Todos deben saber cuándo parar, o por lo menos tomarse un tiempo para reflexionar. Arlot, ya ves qué sucede cuando uno no mide las propias fuerzas. Arlot trató de replicar, pero Páter alzó una mano solicitando su silencio, que lo escuchara. No, déjame hablar. Sabía que tienes eso, había dicho señalando la espada, y me imagino que eso, volvió a señalarla, es el primer tramo de un camino que no debes emprender porque será el que te lleve a la perdición, y quién sabe si a la muerte. Mira, el amor por un padre es un don divino, te honra, no lo empañes ni siquiera con el pensamiento. El amor combina mal con el odio. Ese duque al que llaman Diablo no solo es un ser maligno, maligno y peligroso, también es el sobrino del rey, un noble, y tú te has empeñado en matarlo. ¡Es un duque! ¿No lo comprendes? ¡Querer matarlo! ¡Quieres matar a un miembro de la nobleza! La voz se le estrangulaba en la garganta y los ojos brillaban. Matar es uno de los peores pecados, está escrito incluso en las Tablas de la Ley, en los Diez Mandamientos. No matarás. ¿Y por venganza? ¿Sabes que nos dice la Biblia sobre matar? Arlot decidió no responder, no encontraba el motivo. El que derrame sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada, porque a imagen de Dios hizo Él al hombre. Es del Génesis, nada menos que del Génesis. Diablo nada tiene que ver con la imagen de Dios, había protestado Arlot. Si acaso será la imagen de Lucifer. ¡No digas barbaridades! ¿Hasta cuestionar la palabra de Dios vas a llegar en tu soberbia? Se empezó a frotar el rostro, controlándose. Escúchame, escúchame. Y sin preguntas ni comentarios, por favor. Al menos hasta que yo acabe. Por los motivos que sean, y que no te interesan a día de hoy, el duque de Aquilania no me es un desconocido. Ni mucho menos. Se trata de un sobrino del rey, sobrino de sangre, hijo de uno de sus hermanos, del segundo en la línea de sucesión. Te aseguro que lo que tú pienses sobre él se queda corto, e incluso alguien tan poco dado a las blandenguerías como el propio rey seguramente lo suscribiría. Se asegura que está loco, que nació loco y que algún día alguien le dará su merecido y le enviará al infierno, de donde nunca debió salir. Se dicen tantas cosas que es difícil distinguir la verdad de la mentira. Por ejemplo, que su propio padre había decidido acabar con él antes de que fuese él, por entonces con trece años, quien le asesinara con el ánimo de heredar antes. Dudó y llegó tarde porque su hijo se le anticipó y le cortó el cuello mientras dormía. Si es cierto que lo asesinó él mismo o lo mandó hacer no se sabe ni se sabrá, pero lo de que amaneció degollado está comprobado, y ahora el anterior duque descansa en el panteón de la capilla del castillo. La pregunta es ¿por qué no intervino nuestro rey ante el asesinato de su hermano y prendió al asesino para castigarle? No dejaba de ser eso, su hermano, ¿verdad? Y lo que es más importante: se trataba de un duque, del señor de Aquilania. Peligroso precedente lo de dejar pasar algo tan grave sin castigo ejemplar. Te aseguro que sé de lo que hablo. Sí, ¿por qué no lo hizo? ¿Porque sabía que el criminal era otro noble y no había otro heredero? ¿Porque no quería dejar uno de sus señoríos huérfano? ¿Porque prefería un señor con mano dura capaz de someter a su pueblo aunque fuese con salvajismos? A saber.

Arlot, ante aquella cascada de aclaraciones adornadas con un aleteo de manos, había disimulado su interés, que se daba, tras un rostro impasible. Su rostro, su mirada, ya no transmitían ironía ni recelo. Habían mudado a una seriedad que reflejaba el ánimo con que escuchaba las palabras de su tutor. Este se tomó unos segundos para coger aire. Estaba tan concentrado en su discurso que ni siquiera había advertido la cercanía del resto del grupo, atraído por la escena y por un tono de voz que permitía a las palabras alcanzar mayores distancias de las que la prudencia hubiese aconsejado. Habían formado un semicírculo a su espalda y le escuchaban con atención. Páter decidió continuar moderando el tono. No, no lo hizo. No hizo nada. Esa es la realidad. Quizá no osó tomar decisiones que hubiesen sido obligatoriamente radicales puesto que se hubiera visto obligado a colgar al heredero del señorío, ¿y luego? Pues luego, problemas. Hizo creer que aceptaba el crimen como la obra de algún sicario contratado por quien fuese para ejecutar cualquier tipo de venganza. No, no lo hizo, pero muy pronto sí confinó a quien todos reconocían como el verdadero culpable en los límites de Aquilania, con sus bosques, su castillo, sus tres aldeas y sus granjas dispersas. E hizo más, pues selló en la práctica las fronteras. Pocos entran y menos salen sin su permiso. Primera consecuencia: la alimaña hace y deshace a su gusto en sus dominios y no hay otra ley que la de su crueldad. Entre los que han conseguido huir y los que ha asesinado él por puro placer, a día de hoy es posible que tenga más soldados que siervos, y está comprobado que compra campesinos y granjeros a otros señoríos, incluyendo los territorios del sur, para que cultiven la tierra y el ganado. Al fin y al cabo, hay que comer. En ese momento Yamen había decidido intervenir. Arlot y su madre escaparon de Aquilania. Y años atrás todos entraron en un carro tirado por un buey. Nadie se lo impidió. No estará tan sellado cuando una familia entra y sale cuando lo decide. Acabo de decir que hoy en día necesitan campesinos, había replicado Páter. Mantener cerradas las fronteras es muy costoso. Por ello el propio rey se ha mostrado comprensivo con las entradas, en especial si hay familias de por medio. Otro asunto son las salidas. Con la ley en la mano, huir comporta severos castigos, tan severos que pueden conducir de patas a la horca. Pero eso ahora no viene a cuento. Lo que quiero decirle a este cabezota es que ese lugar es una cárcel poblada por engendros infernales con una bestia carnicera al frente. Y es ahí donde se ha empeñado en ir para cumplir con unos deseos de venganza que no son ni cristianos. En eso se equivoca, Páter, había protestado Arlot con tono ausente, como si hablase consigo mismo. ¿También vas a cuestionar mi autoridad en el campo religioso? En absoluto, cuestiono que califique mi decisión de esa forma. Sé que trata de protegerme, que teme por mi vida, y se lo agradezco. Que actúa de buena fe y hasta le concedo que con sentido común. Eso en primer y preferente lugar. También es cierto que lo de no matarás me resulta menos convincente, y la verdad es que me suena a que me lo dice por obligación, casi por oficio. ¿Recuerda cuando defendí a la madre de Yamen? ¿Recuerda cuánto me riñó? ¿Te has vuelto loco?, me decía, y lo hacía con el mismo tono con el que ahora me pide que renuncie a lo que usted llama venganza y yo justicia. Y después añadía que no se podía agredir a un soldado, a la autoridad, y también lo hacía con el mismo tono con que ahora me ha dicho lo de lo poco cristianos que son mis afanes. Entonces también se preocupaba por mi seguridad, aunque estoy convencido de que, en el fondo, se cuestionaba si realmente yo había actuado incorrectamente. Porque, perdone, Páter, pero creo que en realidad está de acuerdo conmigo y que, aunque no sea capaz de decirlo, me apoya, y me apoya porque usted es cristiano y Cristo quiso un mundo más justo. En ocasiones he llegado a pensar que se dejó crucificar porque comprendió que sus anhelos nunca se cumplirían. Sé que no debería hablar así porque usted es un sacerdote. Pero, también, mi guía espiritual y es bueno que le exponga mis dudas. En aquel momento Páter se había encendido hasta las orejas y abierto la boca para replicar, después cerrado y abierto de nuevo. Los ímpetus le abandonaban, de pronto se sentía derrotado y, aun peor, convencido de que su falta de persuasión llevaría a aquel muchacho a una muerte segura. Nunca saldría vivo de aquellos bosques si insistía en su idea. Cristo no mataría, así que no le metas en esto. Y sobre la parrafada final, agradeciéndote la sinceridad, ya hablaremos con calma. No le había contestado Arlot. Tampoco nadie quiso retenerle al verle alejarse a grandes zancadas.

Apenas le vieron desaparecer entre los árboles, Arlot se había acercado al estuche y, tras limpiar la hoja de la espada con el manto, la había guardado. Luego, sin abandonar la sensación de ausencia mantenida a lo largo de la conversación, o del monólogo, dejó una mano sobre ella y la atención en el lugar por el que el sacerdote había desaparecido. En ocasiones, como en aquella, el rostro de Arlot se transformaba en una máscara sin expresión y debía buscarse con mucho cuidado, y no poca suerte, para intuir qué pasaba por su mente o por su ánimo. Te quiere, Arlot, oyó decir a su espalda a Carlo. Y está preocupado, muy preocupado, le siguió Marlo. Hubo una pausa, una pausa que a algunos se les hizo demasiado larga. En especial a Triste, incómodo con aquel tipo de situaciones. Y puestos de patas en la sinceridad, no esconderemos que también nosotros lo estamos, acabó diciendo. Tememos por ti, y perderte. La pregunta la admito como absurda sabiendo lo que sabemos, pero ¿te lo has pensado bien? Arlot continuaba arrodillado junto al estuche. Lo había cerrado con lentitud y permanecía con los puños apoyados sobre aquella pieza de cuero, tan impropia de pertenecer a alguien como un aprendiz de herrero, una pieza que, al igual que la espada, había conseguido gracias al cariño de un hombre que también le quería y al que él quería. Entonces sintió una mano en el hombro, una mano enorme que en aquel momento se manejaba con una delicadeza impropia del hombre al que pertenecía, la de Yúvol. Al menos deja que te ayudemos. Hemos hablado y estamos dispuestos a acompañarte. Somos amigos, ¿no? Arlot había palmoteado sobre aquella mano. ¿Qué diría su padrastro de aquel plan tan cuidadosamente madurado? Había sido un buen hombre y a su manera intentado y hasta conseguido de alguna forma ocupar el puesto del padre perdido. ¿Qué pensaría? Posiblemente nada. Se pondría serio, muy serio, y guardaría silencio. Pero ¿qué pensaría?, ¿qué sentiría? ¿Y la mujer que había luchado y sufrido tanto por conseguirle una vida mejor? Si como afirmaba Páter, aquello equivalía a un suicidio, ¿cómo le juzgarían? ¿Y sus amigos? Deja que te ayudemos, había dicho Yúvol, y lo hacía en nombre propio y de los demás. De su sinceridad estaba convencido. Tanto le querían, tanto valían, que estaban dispuestos a acompañarle en lo que todos, menos él, ¿en su obcecación?, consideraban una locura. Acarició la mano de Yúvol, se incorporó y se giró. Allí estaban los seis. Serios, incluso Vento, le miraban y aguardaban. Sus amigos. Eso es imposible, les había dicho. Yamen, brazos cruzados, mirada vidriosa, había movido la cabeza con fastidio. Por lo menos piénsalo con tranquilidad. En grupo es más difícil que puedan con nosotros. Cada vez peleamos mejor. Y negó, más por voluntad que por convicción. Gracias, pero después de lo que ha dicho Páter, de lo que yo le he dicho, poco queda que pensar y nada que decidir. Es posible que los dos tengamos razón o que los dos estemos equivocados. O que solamente acierte uno. Sea como sea, no me perdonaría complicaros tanto por una cuestión que, justa o injusta, razonable o insensata, es tan personal.

En ese punto se interrumpieron los recuerdos. La empuñadura estaba casi reparada y, tras apoyarse con ambas manos sobre la tabla, se quedó contemplándola, absorto.

Arlot

Подняться наверх