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EL SUEÑO DE UN MUNDO LIBRE DE GÉRMENES

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En 1928, Alexander Fleming descubrió la penicilina, uno de los primeros antibióticos. Fleming era un científico maravilloso, pero la pulcritud no era lo suyo. No era insólito que tomara un montón de placas de Petri, llenas de cultivos bacterianos, y las dejara en un rincón. Un día se dio cuenta de que en una placa antigua había crecido moho. También vio que todas las bacterias que se hallaban alrededor de la mancha de moho estaban muertas. Había un claro foso que rodeaba el hongo. La gente cree que el momento de un descubrimiento viene señalado por gritos de «¡Eureka!», pero con mucha frecuencia corresponde más a lo que dijo realmente Fleming: «Qué curioso…».

Fleming reconoció que el moho era Penicillium, y denominó «zumo de moho» a la sustancia que creó el foso. Ese nombre le sonaba agradablemente humilde. Meses después, tras más pruebas, Fleming le dio el nombre de «penicilina», que parecía más científico. Resultó poder eliminar una amplia gama de bacterias. El mundo comenzó a pensar: ¿podrían eliminarse completamente los gérmenes? La idea de vivir en un mundo esterilizado (un mundo libre de enfermedades) era seductora. La gente fantaseaba sobre un futuro en el que los niños pudieran criarse como superchicos y superchicas, liberados por su ambiente libre de gérmenes. Sin bacterias, nunca enfermarían y podrían vivir durante cientos de años. Era una visión de pureza, una brillante utopía biológica.

La importancia de animales libres de gérmenes iba más allá de demostrar simplemente que Pasteur estaba equivocado. Se pensaba que también podrían ser útiles para la investigación. Ratones y ratas son los animales preferidos en el laboratorio, pero los experimentos sobre su microbiota eran cada vez más difíciles de replicar. Aunque las cepas de ratones se especificaban cuidadosamente, laboratorios diferentes obtenían resultados distintos. El problema era que cada proveedor de ratones les daba comida diferente, y así sus ratones tenían bacterias diferentes. Un ratón libre de gérmenes podría resolver el problema.

En la década de 1940 se crearon finalmente ratones libres de gérmenes, extrayéndolos de la madre mediante cesárea en condiciones estériles y criándolos en un ambiente estéril. A partir de este inicio tan poco refinado, se gestó todo un mundo de biología inesperada. Investigadores dirigidos por Russell Schaedler fueron de los primeros en usar ratones libres de gérmenes.4 Era difícil trabajar con estos ratones, porque el contacto directo con humanos o incluso una ráfaga de aire descontrolada pueden contaminarlos, pero su consistencia hacía que usarlos valiera la pena.

El éxito con los ratones hizo que los investigadores se atrevieran a probar técnicas libres de gérmenes con otros animales. Pronto hubo (por difícil que sea imaginarlo) granjas libres de gérmenes en las que se criaban cerdos. Sin embargo, dichas granjas no acabaron de funcionar y, en último término, no tuvieron éxito. Es imposible eliminar los microbios de algo que tenga remotamente el tamaño de una granja. Sin embargo, de estos ensayos se obtuvieron nuevas maneras de excluir al menos unos cuantos patógenos, lo cual condujo a un crecimiento más rápido de los animales. Con el tiempo, incluso esto se demostró difícil de mantener. Cuando los antibióticos fueron mucho más accesibles, se dejaron de lado estos experimentos.

En 1971 se creó el animal libre de gérmenes definitivo: un humano. David Vetter nació con una inmunodeficiencia combinada grave (IDCG), y sus médicos estaban preparados. De hecho, habían anticipado su condición, porque sus padres tenían una probabilidad de 50-50 de transmitir el defecto genético. En un acto de notable arrogancia, convencieron a los padres para que lo concibieran, argumentando que un trasplante de médula ósea donada por su hermana podría curar cualquier IDCG. Sin embargo, cuando el niño nació, resultó que su hermana no era compatible: David tendría que pasar el resto de su vida dentro de una burbuja de plástico. David fue el famoso «chico burbuja».

Los médicos albergaban la esperanza de descubrir qué ocurre con humanos libres de gérmenes, pero la disposición no era la apropiada para ningún hallazgo razonable. David no tardó mucho en darse cuenta de que estaba condenado a estar aislado del mundo, por lo que empezó a cuestionarse su vida. Estaba deprimido. No obstante, es discutible si ello se debía a estar libre de gérmenes o simplemente porque vivía en una burbuja de plástico sin ningún tipo de contacto humano. Cuando cumplió los doce años, la medicina había avanzado lo suficiente para intentar un trasplante de médula ósea de su hermana, aunque la compatibilidad no fuera perfecta. Lamentablemente, la hermana tenía un virus que no se había detectado. A las pocas semanas del trasplante, David murió. Poco antes de fallecer, su madre pudo tocar la piel de David por primera vez.

Este experimento humano que había acabado tan mal cogió por sorpresa al público. Fue como si, de golpe, hubiéramos despertado del sueño de un mundo libre de gérmenes. David, que no tenía gérmenes, no era un superchico. Al parecer, los microbios habían conseguido una prórroga.

Gran parte de lo que sabemos acerca de la microbiota y de su efecto sobre la mente procede de los ratones libres de gérmenes (denominados LG) con los que trabajaron Schaedler y otros. Los ratones LG se han convertido en un patrón oro, pero presentan problemas, algunos de los cuales ya se habían previsto. Se sabía que los animales dependen de bacterias para crear determinadas vitaminas, de modo que los ratones LG necesitaban suplementos. Sin embargo, otros problemas eran imprevistos: su intestino ciego, una pequeña bolsa que surge del colon y que normalmente contiene miles de millones de bacterias, se hinchaba. El fenómeno podía resultar letal, y hacía difícil criarlos. Su revestimiento intestinal era permeable. Además, debido a que las bacterias normales no suponían un reto, sus sistemas inmunitarios estaban atrofiados.

En el aspecto positivo, eran delgados, incluso cuando se les suministraban dietas grasas o azucaradas. Esto indicaba lo importante que eran las bacterias del tubo digestivo para su metabolismo. Sin microbios que ayudaran a digerir su alimento, sencillamente no podían absorber tantas calorías como un ratón normal. Para compensar, los ratones LG necesitaban pienso extra.

Sin embargo, antes de que el lector intente un plan dietético libre de gérmenes, tenga en cuenta que, sin una microbiota que los proteja, los ratones LG viven pendiendo de un peligroso hilo. Mientras que puede hacer falta un millón de bacterias de Salmonella para afectar a un ratón normal, un ratón LG puede ser abatido por una única bacteria. Incluso comensales normales pueden matar a un ratón LG, porque no hay una comunidad de microbios que equilibre la población.

Schaedler se dio cuenta de que sus ratones LG eran demasiado problemáticos para la mayoría de los investigadores. Eran difíciles de criar y de enviar. No eran representativos de ratones ordinarios. Pero había una compensación: con ratones libres de gérmenes se puede introducir un microbio cada vez, o cualquier proporción dada de múltiples microbios.

Schaedler desarrolló una mezcla de bacterias que permitía que los ratones crearan un sistema inmune que podía defenderlos mejor frente a infecciones arbitrarias. La mezcla ha cambiado a lo largo de los años, a medida que los científicos mejoraban el cultivo de bacterias, pero la idea básica es la misma: estos ratones poseen una microbiota conocida y, por lo tanto, son mejores a la hora de usarlos en experimentos. En la actualidad existen catálogos de ratones alimentados con mezclas bacterianas específicas para objetivos de investigación, lo que hace mucho más fácil la comparación de resultados de muchos estudios diferentes. A estos ratones se los denomina gnotobióticos («de vida conocida»). Al poseer aproximadamente solo una docena de microbios, no son mucho más normales que los ratones LG. Sin embargo, comparados con un ratón de laboratorio ordinario con miles de especies intestinales desconocidas, son agradablemente simples.

La revolución psicobiótica

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