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APRENDIENDO A VIVIR CON NUESTROS MICROBIOS

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No es posible exagerar lo importantes que son los microbios amigos para nuestra salud. Cubren cada centímetro de nuestra piel y son particularmente numerosos en nuestro colon. Estamos hablando de centenares de gramos de bacterias, de decenas de billones de los minúsculos organismos, pero esto es lo que se necesita para protegernos de los microbios que, en número todavía mayor, nos rodean.

Al igual que el chico burbuja, podríamos eliminar todas nuestras bacterias y, aun así, sobrevivir. Sin embargo, no nos gustaría mucho estar fuera de nuestra burbuja. Estas bacterias ausentes son nuestra primera línea de defensa contra los patógenos; sin su protección, estaríamos constantemente enfermos. No estaríamos libres de gérmenes por mucho tiempo. Sin una microbiota equilibrada, dichos gérmenes serían sobre todo patógenos. Aunque restregáramos hasta el último microbio de nuestra piel y expulsáramos todos los microbios de nuestro tubo digestivo, todavía estaríamos impregnados de bacterias, porque estas también pueden vivir dentro de nuestras células. No es fácil penetrar en una célula, pero una vez instalado allí, la vida puede ser muy buena para un microbio. Sin una burbuja dentro de la que vivir, sería improbable que viviéramos más allá de nuestra infancia. Se trata de guerra de gérmenes, y necesitamos una microbiota equilibrada simplemente para tener una oportunidad.

Hay otra manera, muy importante, en la que podemos coexistir con las bacterias. Debido a que nuestros microbios buenos luchan contra los microbios malos, es necesario que le digamos a nuestro sistema inmune que deje en paz a nuestros chicos buenos. Esto ocurre al principio de la vida, antes de cumplir los dos años, cuando nuestra microbiota prepara a nuestro sistema inmune y les dice a células llamadas células T reguladoras (o T. regs) que acepten a un grupo básico de microbios como parte de nuestra población intestinal. Estos comensales se introducen íntimamente en nuestro sistema inmune. Algunos de ellos, por ejemplo, producen butirato, un ácido graso que es el alimento preferido de las células que revisten nuestro colon, que hace que nuestro sistema inmune se calme. Hemos realizado cientos de arreglos beneficiosos como este con nuestra microbiota a lo largo de millones de años de asociación. Ha sido una empresa enormemente exitosa, pero no sin unos pocos fallos aquí y allá.

Así pues, la educación de nuestro sistema inmune es una de las primeras tareas de una microbiota sana. Sin esta tutoría, nuestro sistema inmune destruiría todas nuestras bacterias, no solo las patógenas. Desde el momento en que nacemos, nuestras bacterias consiguen a regañadientes la aceptación de nuestro sistema inmune, que aprende a no ponerse en alerta máxima cuando ve a unas pocas E. coli aisladas. Este adiestramiento dura hasta que nos destetamos: entonces nuestro sistema inmune parece hallarse ya perfectamente fijado.

Para invasores que nunca ha visto antes, nuestro sistema adaptativo está preparado con células cazadoras y asesinas constantemente en guardia. Las células T reguladoras mantienen a raya a estas células inmunes hiperactivas y ejercen sobre ellas un efecto calmante. En las circunstancias adecuadas, una célula T reguladora expuesta a una bacteria comensal puede aprender a aceptarla. Es una lección perdurable. Estas células T reguladoras protegerán a nuestras bacterias buenas de por vida. Una célula T reguladora educada le dice a nuestro sistema inmune que, en lo que a nuestros comensales respecta, estas no son las bacterias que está buscando.8

Algunas bacterias son específicas del anfitrión, y no todos los comensales humanos educan de forma adecuada al sistema inmune del ratón.9 No obstante, todavía existen más cosas en común que diferencias en las relaciones entre animal y bacteria, y varios estudios han demostrado que la mayoría de los microbios humanos funcionan como se espera cuando son transferidos a ratones.10

En nuestro laboratorio, recogimos muestras fecales de treinta y cuatro pacientes humanos deprimidos y de treinta y tres controles sanos. Vimos que la microbiota de los pacientes con depresión era menos diversa que la de los controles. Después transferimos estas muestras a ratas. Las ratas que recibieron materia fecal de pacientes deprimidos mostraron síntomas de depresión y ansiedad, mientras que las de los controles no lo hicieron. Esto nos sugería que la microbiota puede desempeñar un papel causal en el desarrollo de la depresión, y podría presentar un objetivo para el tratamiento y la prevención de este trastorno.11

Estudios en animales como estos indican una asociación significativa entre la microbiota y el estado de ánimo, ya seamos un roedor o un humano. Si no educamos de manera adecuada a nuestro sistema inmune, podríamos estar pulsando la alarma continuamente y atacar a nuestros comensales normales. Este parece ser un factor importante en los trastornos gastrointestinales como la EII.12 Puede ocurrir debido a un adiestramiento temprano defectuoso o, como les ocurrió a las personas de Walkerton, debido a una infección importante que de alguna manera interfiere con la memoria inmune. Si nuestro sistema inmune se halla constantemente en alerta, desarrollaremos una inflamación crónica, que puede conllevar depresión y ansiedad.

Las bacterias no se encuentran únicamente en nuestra piel y en nuestro tubo digestivo: están incrustadas en nuestra misma carne. Algunas de ellas se hallan allí para aprovecharse de una célula cálida. Otras están allí para matarnos. Y, aun así, sin algunas de ellas podríamos morir. Es probable que ahora mismo tengamos un millar de especies diferentes de bacterias viviendo en y sobre nosotros. Algunas de ellas son la primera línea de defensa contra los patógenos, las bacterias realmente desagradables. Las bacterias producen toxinas, principalmente para eliminar a microbios competidores. A veces somos víctimas inocentes de este fuego cruzado, y el resultado puede ir de la inconveniencia a la incontinencia. La cantidad y la gravedad de la toxina son unos de los marcadores que distinguen a las bacterias comensales amigables de los patógenos.

En este libro leeremos acerca de muchas especies de bacterias, pero hay dos géneros principales que serán el centro de atención: Bifidobacterium y Lactobacillus. Ya hemos apodado Bifido al primer género, y aquí llamaremos Lacto al segundo. A menudo abreviaremos todavía más el nombre hasta la primera letra cuando hablemos de especies diferentes, como B. breve por Bifidobacterium breve, o L. acidophilus por Lactobacillus acidophilus. (Si estos nombres le suenan familiares al lector, se debe a que son populares en muchos alimentos fermentados, en especial en el yogur).

Cuando nacemos, predominan las especies Bifido, pero con el tiempo las especies Lacto empiezan a dominar. Por lo general, se considera que estos dos géneros son probióticos, y las investigaciones demuestran que también tienen propiedades psicobióticas. Con el tiempo, los humanos han dado la bienvenida a estas y a otras bacterias beneficiosas. Nos sirven bien (nos ayudan a producir vitaminas importantes, como la B12 y la K), pero, al depender de ellas, a menudo nos hemos hecho vulnerables a sus caprichos. Si no preparamos el alojamiento adecuado para los microbios buenos, podemos sufrir las consecuencias, no solo problemas gastrointestinales, sino también depresión, ansiedad, psicosis y demencia. Sin embargo, por mucho que parezca que los microbios tengan el control, todavía estamos nominalmente al mando. La dieta que elijamos, como veremos, es muy importante para determinar con qué bacterias terminaremos viviendo.


Las bacterias del género Bifidobacterium, en forma de Y (izquierda), y las del yogur, entre ellas las del género Lactobacillus, en forma de bastón (derecha), son probióticos demostrados y algunas de las primeras bacterias que consume un bebé.

La revolución psicobiótica

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