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NUESTRA MICROBIOTA
ОглавлениеLa comunidad de microbios que viven en nuestro tubo digestivo (lo que se conoce como microbiota) es como otro órgano de nuestro cuerpo. Es un alienígena inquieto que vive en nuestro interior, que fermenta nuestra comida y que nos protege celosamente contra los intrusos. Es un órgano completamente insólito se mire como se mire, pero lo es todavía más porque su composición cambia con cada comida.
Y no está hecha solo de bacterias. Nuestra microbiota es también el hogar de viejos seres vivos relacionados con los seres de intensos colores que tiñen los manantiales termales, los llamados arqueas. Incluye los reyes de la fermentación, las levaduras. Alberga protozoos, unicelulares y nadadores, siempre a la caza. También comprende un número incluso más descabellado de virus: unos diminutos parientes de las bacterias, como estas lo son de las células humanas. Nuestra microbiota intestinal es espectacularmente cosmopolita, por lo que su estudio es una tarea muy compleja.
Nuestra microbiota se comunica directamente con nuestro segundo cerebro. Es un concepto con el que Michael Gershon, ya en 1998, se refería a la red de nervios que rodean nuestro tubo digestivo. Un buen conjunto de microbios anima a este segundo cerebro a que el festín continúe. Para la buena salud, incluida la mental, la comida que ingerimos ha de ser buena para nosotros y para nuestra microbiota.
Nuestro tubo digestivo alberga una sorprendente variedad de seres vivos, entre los que hay protozoos, hongos, bacterias y virus (que aquí se muestran con un fragmento de fibra).
Este libro nos ayudará a elegir más adecuadamente, porque aprenderemos qué alimentos son mejores para nuestra microbiota, incluidos lo que ahora llamamos psicobióticos.
En 2013, definimos un psicobiótico como un organismo vivo que, cuando se ingiere en cantidades adecuadas, produce un beneficio para la salud en pacientes que padecen una enfermedad psiquiátrica. Como una clase de probióticos, dichas bacterias son capaces de producir y emitir sustancias neuroactivas tales como ácido gamma-aminobutírico y serotonina, que actúan sobre el eje cerebro-tubo digestivo. La evaluación preclínica en roedores sugiere que determinados psicobióticos poseen actividad antidepresiva o reductora de la ansiedad. Los efectos pueden ser mediados a través del nervio vago, la médula espinal o sistemas neuroendocrinos.1
Recientemente, hemos sugerido la ampliación del concepto de psicobiótico para incluir los prebióticos: la fibra que actúa como alimento para los psicobióticos.2
Nuestra microbiota no es una gran habladora, pero se hace oír. Puede hacer que nos sintamos mejor si la alimentamos con lo que quiere, y puede hacer que nos sintamos fatal si no lo hacemos. Una manera es mediante los antojos. Podemos notar que tenemos simplemente una predilección personal por determinados dulces, pero quizá no sea una cosa nuestra en absoluto. Puede ser simplemente un canto de sirena procedente de un órgano ajeno que vive en nuestro intestino. Una parte de nuestra microbiota pide turrón, y otra demanda chocolate. Ambas nos guían (utilizando técnicas que comentaremos en este libro) hasta una barrita de chocolate. Poco después de comerla, nuestra microbiota libera azúcares y ácidos grasos, lo que levanta considerablemente nuestro ánimo. Por lo que parece, nuestros antojos podrían pertenecer más al segundo cerebro (el de nuestro tubo digestivo) que al que hay en nuestra cabeza. ¿Quién dirige realmente el cotarro?
Asimismo, nuestra microbiota puede afectar a nuestro humor. Tomemos un caso evidente como una intoxicación alimentaria. Nuestra microbiota reconoce los intrusos patógenos y empieza a atacarlos. Procura que pasen hambre o bien intenta envenenarlos, y (muy importante) alerta a nuestro sistema inmune o inmunitario. A todo tren, ese segundo cerebro se prepara para purgar nuestro sistema. Nos envía una repentina advertencia para que encontremos un lavabo cuanto antes. Llegados a este punto, nuestro estado de ánimo es de una ansiedad aguda. Imagine ahora el lector que esto sucede un día tras otro. Es lo que ocurre cuando tenemos una inflamación crónica, causada a menudo por una brecha en nuestras defensas microbióticas. La ansiedad y la depresión pueden convertirse en un compañero constante.
La naturaleza nos ha programado para sentirnos decaídos cuando tenemos una infección. Se conoce como comportamiento de enfermedad. Ya conocemos la sensación: «Déjame tranquilo, pero tápame y tráeme un caldo». Tiene sentido, porque conserva nuestra energía para luchar contra el bicho. Sin embargo, desde un punto de vista evolutivo, también funciona para nuestros compañeros de piso, que se beneficiarán cuando nos retiremos a nuestro espacio propio y tranquilo, y dejemos de extender el contagio.
Si se soporta durante un periodo largo, el comportamiento de enfermedad se conoce como depresión. En función de los niveles de inflamación, podemos padecer periodos alternos de depresión y ansiedad. Podemos pensar que estas enfermedades son estrictamente un problema cerebral. Pero, en realidad, hay dos cerebros implicados, así como una o dos glándulas.
La enfermedad es una de las maneras nada sutiles en que nuestra microbiota es capaz de influir sobre nuestro estado de ánimo. Puede resultar un duro golpe para el ego, pero no estamos solos en nuestro cuerpo. Ahora mismo, nuestra microbiota está haciendo planes en relación con nuestro futuro. Mediante la manipulación de nuestros antojos y nuestro humor, controla nuestro comportamiento.
Este libro explora la sorprendente conexión tubo digestivo-cerebro y nos muestra cómo obtener ventajas de ella. Ahora mismo nuestro tubo digestivo puede estar al mando, pero nunca es demasiado tarde para reacondicionarlo. Recuerde el lector que nuestra microbiota se renueva cada hora, aproximadamente. La tasa de renovación es enorme, y podemos desviarla con algunos trucos asombrosamente sencillos.
Hemos dejado que nuestro tubo digestivo haga funcionar nuestra vida durante demasiado tiempo. Ya es hora de que intervengamos. Mostraremos al lector cómo volver al asiento del conductor.