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MICROBIOS MALOS

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Algunas bacterias son irremediablemente malas. La de la sífilis es una de ellas. La mayoría de la gente sabe que los europeos trajeron consigo muchas enfermedades cuando exploraron el Nuevo Mundo en los siglos XV y XVI. Muy pocas personas saben que algunas enfermedades hicieron el recorrido inverso. Aparentemente, la sífilis fue llevada a Europa precisamente por Cristóbal Colón. La bacteria responsable se denomina Treponema pallidum, y empezó siendo muchísimo más agresiva que en la actualidad. Aparecían pústulas sobre todo el cuerpo de las víctimas, y su carne empezaba a pudrirse. La muerte reclamaba a sus víctimas en cuestión de meses.

Las bacterias que matan a sus patrones rápidamente tienen una menor probabilidad de difundirse, de manera que las mutaciones que moderan su virulencia tienden a hacerse dominantes. A mediados del siglo XVI, la enfermedad había evolucionado en lo que en la actualidad reconocemos como sífilis. Si no se trata, puede causar trastornos mentales que incluyen irritabilidad, problemas de memoria y depresión. Así, la Treponema pallidum se convirtió en una de las primeras bacterias conocidas que influyen sobre la salud mental y el estado de ánimo. No sería hasta la fabricación exitosa de penicilina durante la Segunda Guerra Mundial cuando finalmente se pudo someter a la sífilis.

Hasta la fecha, se siguen descubriendo nuevos ejemplos de bacterias implicadas en la depresión. En mayo de 2000, el pueblo de Walkerton, Ontario, Canadá, se inundó después de unas fuertes lluvias. El suministro de agua del pueblo se contaminó con E. coli y Campylobacter jejuni procedentes de una granja cercana. Más de dos mil habitantes del pueblo enfermaron gravemente. Seis personas murieron. Básicamente, el pueblo cerró. Después se advirtió que cientos de estas personas, tras recuperarse de sus infecciones originales, enfermaron con SII. También se deprimieron.

Stephen Collins, un profesor de la Universidad McMaster en Hamilton, Ontario, viajó en coche durante dos horas hasta Walkerton para ver si había una manera de realizar una buena investigación de la desgracia. Collins y sus colegas hicieron el seguimiento de las personas infectadas y encontraron algunos cambios genéticos que parecían ser persistentes. Estas personas tenían intestinos permeables y anomalías en los genes que se supone que reconocen a los patógenos. Puesto que sus genes habían resultado afectados, Collins se dio cuenta de que podía estar tratando con una condición crónica: un tipo de cambio ambiental semipermanente en el ADN que se denomina epigenético.

Durante ocho años, los investigadores hicieron el seguimiento de este grupo de infortunados canadienses y encontraron que muchos continuaban teniendo SII intratables. Collins reconoció esta situación como una SII postinfecciosa, que se había observado por vez primera en soldados que habían enfermado de disentería durante la Segunda Guerra Mundial. Aproximadamente, la octava parte de casos de SII empiezan de esta manera. Irónicamente, aquellos que se tratan con antibióticos son a los que peor les va y más les dura. Collins también descubrió una asociación significativa entre el SII y las condiciones mentales de depresión y ansiedad.7

Resulta interesante que Collins encontrara que la depresión preexistente duplicaba el riesgo de contraer SII. Esta observación subrayaba la naturaleza dual del diálogo tubo digestivo-cerebro. En algunos aspectos, funciona como un bucle de retroalimentación positivo, un círculo vicioso que puede ser difícil de romper. La infección inicial provoca que el sistema inmune se mueva rápidamente para erradicar las bacterias transgresoras. Sin embargo, en algunas personas, la respuesta inmune no consigue relajarse después de eliminar a los patógenos, lo que lleva al SII. Comentaremos detalladamente la epidemia de Walkerton más adelante, porque demuestra de manera vívida cómo las bacterias pueden, a lo largo de un periodo de tiempo, inducir a la depresión.

A Collins se le unió en el proyecto de investigación Premysl Bercik, también de la Universidad McMaster. Bercik tomó materia fecal de pacientes de SII y la trasplantó a ratones. A continuación, estos desarrollaron ansiedad, cosa que demostraba que la microbiota intestinal puede afectar los estados mentales y que, enigmáticamente, dichos estados pueden transferirse de un animal a otro, incluso de una especie a otra.

Asimismo, Bercik intentó trasplantes fecales entre ratones con rasgos de comportamiento específicos. Halló que algunos de dichos rasgos se transmitían con las heces. Cuando tomaron heces de un ratón explorador y las transfirieron a un ratón tímido, el comportamiento explorador también se transmitió. Era otra indicación temprana de que comportamiento y estado de ánimo pueden verse afectados por la microbiota intestinal. La idea de que la ansiedad puede transmitirse a través de trasplantes fecales sorprendió a la mayoría de los científicos.

La revolución psicobiótica

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