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1 CONOZCAMOS NUESTROS MICROBIOS

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Si los microbios controlan el cerebro, entonces los microbios lo controlan todo.

JOHN F. CRYAN

Los microbios nos rodean y nos bañan. Estamos en una grave desventaja numérica frente a ellos. Una única bacteria, si tuviera suficiente alimento, podría multiplicarse hasta que sus hermanas alcanzaran la masa de la Tierra al cabo de solo dos días. Esta es una buena prueba de sus superpoderes: son excelentes a la hora de reproducirse. También son unas libertinas cuando deben cruzarse entre ellas y no se detienen cuando se trata de intercambiar genes con quienquiera que se encuentre cerca. Son tan promiscuas que los biólogos ni siquiera pueden identificar positivamente a muchas de ellas. Su ADN está acribillado con genes que se han tomado prestados de otras especies, incluso de otros reinos de la vida. Si se les aplica antibióticos, quizá solo dependan de un virus que pase por allí para apropiarse de un útil gen de resistencia a estos. Pueden mutar cada veinte minutos, mientras que los humanos intentan contraatacar con puestas al día evolutivas y genéticas que se producen cada diez mil años, aproximadamente. Son dinamos genéticas que no paran de dar vueltas a nuestro alrededor.

Por suerte, la vida tiende a inclinarse hacia la cooperación y a formar alianzas gustosamente para promover una causa común. Presumiblemente, esta es la razón por la que nuestro planeta está revestido de materia viva. Y este es el motivo por el que, hace algunos millones de años, bacterias y animales sellaron un trato. A cambio de un lecho húmedo y un bufete cálido, bacterias beneficiosas se encargaron de la tarea de defendernos de los patógenos del mundo, que proliferaban alocadamente. Se necesita un germen para luchar contra un germen.

De manera que, en la actualidad, en nuestro tubo digestivo se hospedan billones de bacterias. Están en línea las veinticuatro horas, los siete días de la semana. Se las tienen con los microbios malignos e incluso nos ayudan desde el punto de vista nutricional al producir vitaminas y extraer las últimas calorías de cada mota de fibra. Cuando todo funciona perfectamente, no prestamos atención a nuestro tubo digestivo. Al igual que nuestro corazón y nuestro hígado, es mejor si estas cosas funcionan con piloto automático. Nuestra mente consciente está demasiado atareada intentando encontrar las llaves de casa (que siempre perdemos) como para confiar en que haga funcionar estos órganos fundamentales. La naturaleza nos ha construido un aparato gastrointestinal (GI) que puede operar con completa independencia de nuestro distraído cerebro. En realidad, nuestro tubo digestivo tiene un cerebro propio, para eximirnos de estos detalles gastronómicos domésticos…, al menos hasta que las cosas se tuercen.

La revolución psicobiótica

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