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LA BATALLA DE LOS MICROBIOS

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En sus placas de Petri mohosas, Fleming había descubierto que los microbios luchan entre sí y que es posible aprovechar esta antipatía natural para protegernos de la infección. Pero había un inconveniente. Cuando Fleming descubrió más cosas acerca de la batalla de los mohos contra las bacterias, resultó evidente que, si no se disponía de suficiente penicilina, o si se la retiraba demasiado pronto, las bacterias se hacían resistentes y ella ya no podía eliminarlas.

Tendemos a pensar que la resistencia bacteriana es un fenómeno reciente, pero ya se entendía bien a los pocos meses del descubrimiento de los propios antibióticos. Fleming se aseguró de divulgar este efecto colateral negativo, pero el poder curativo de los antibióticos hizo que la gente no lo tuviera en cuenta; comparado con la enormidad del problema que los antibióticos resolvían, la resistencia parecía un pequeño precio que pagar.

Resistencia o no, la penicilina era un arma fabulosa en la guerra contra la enfermedad. Su descubrimiento condujo a centenares de otros antibióticos. Es difícil sobrestimar su valor. Se han salvado millones de vidas y se ha abreviado incontable sufrimiento con el «zumo de moho» antibiótico de Fleming. La penicilina, junto con los cientos de otros antibióticos descubiertos con posterioridad, representa uno de los mayores logros de la historia de la medicina.

Pero la mayoría de los antibióticos son de amplio espectro y eliminan a una extensa variedad de microbios. Mientras se piense que todas las bacterias son malas, este tratamiento de tierra quemada parece muy bueno. Pero resulta que la mayoría de las bacterias no son malas. En realidad, nuestras bacterias buenas rivalizan con nuestro propio sistema inmune cuando se trata de eliminar patógenos. La administración indiscriminada puede dañar a los microbios amigables, y solo ahora nos estamos dando cuenta de lo grande que puede ser el daño.

La Salmonella, por ejemplo, tiene una mala fama justificada por enfermar a la gente. Pero cuando nuestras bacterias buenas hacen su tarea, podemos apañárnoslas bastante bien con ella. Sin embargo, después de tratamientos con antibióticos, podemos quedarnos indefensos frente a la Salmonella. La mayoría de las personas que sucumben a infecciones de Salmonella tienen una microbiota dañada, ya sea por su edad, por enfermedad o por los antibióticos. Con la Clostridium difficile, otra bacteria que induce enfermedad, ocurre lo mismo: nuestra flora normal la mantiene a raya. Solo después de que los antibióticos eliminen nuestros microbios buenos puede realmente proliferar la C. difficile. De modo parecido, la E. coli aparece en las noticias de manera regular como un desagradable patógeno transmitido con los alimentos, pero también se encuentra mezclada con microbios sanos. Así pues, si una bacteria se considera patógena, depende en gran medida de su ambiente. No obstante, cuando actúan realmente como patógenas, estas bacterias pueden causar ansiedad y depresión.

No son solo los patógenos bacterianos los que pueden sacar provecho de un tubo digestivo comprometido por los antibióticos. Las levaduras destacan por aparecer cuando las bacterias comensales son eliminadas. La Candida es una levadura a la que le gusta el ambiente intestinal. Emite zarcillos parecidos a raíces, que, como una mala hierba que florece en una grieta de la acera, puede forzar y separar los espacios entre las células intestinales y causar un daño sistémico. Asediado por la Candida, nuestro intestino puede quedar perforado por agujeros y empezar a filtrar fragmentos de comida hasta nuestro torrente sanguíneo. Entonces nuestro sistema inmune puede atacar a las partículas de alimento fuera de lugar, y en el proceso, establecer alergias alimentarias, que suelen estar relacionadas con la ansiedad y la depresión. No es raro que las alergias desaparezcan cuando se eliminan las infecciones por levaduras.

La revolución psicobiótica

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