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El Clavo

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Si la Chona era una institución en el barrio, Ricardito, el hijo, no lo era menos. Pero Ricardito era Ricardito nada más que para ella, para ella y los de la casa: para don Ricardo, el padre; para Osvaldo, el hermano, y para don Gilberto, el tío. Para los muchachos del barrio, Ricardito era el “Clavo ´e techo”. Rubio, alto y flaco, tanto que cuando le tocó la colimba lo pusieron como granadero, era la contracara del hermano. A Osvaldito, más bien petiso y morrudo, le decían “Tachuela”, era el prototipo del muchacho al que los vecinos tomaban de ejemplo: serio y responsable, tenía una gran vocación por la mecánica y por el trabajo, aunque poco apego a las disquisiciones intelectuales. El Clavo, en cambio, era el prototipo del tiro al aire. En el barrio, todos lo tomábamos para la joda. Porque él mismo vivía de joda. A duras penas había cursado el secundario y le tenía alergia al trabajo. Cascarrabia y escandaloso, cuando jugaba al fútbol armaba unos kilombos bárbaros reclamando fules y penales que existían sólo en su imaginación. Si no, estaba inventando alguna joda en la esquina o desarrollando teorías filosóficas descabelladas sobre los temas más variados. Pero el Clavo era inteligente y tenía una visión del mundo mucho más profunda que la mayoría, por eso a veces no le creían lo que decía y por eso también lo tomaban para la joda. Aunque la volvía loca a la madre con su vagancia, tanto que desde nuestra casa se escuchaban los gritos que le pegaba cuando se mandaba alguna cagada, había heredado de ella por lo menos dos cosas: la generosidad y la pasión por la política. La Chona era peronista fanática y tenía un hermano que había sido anarquista y perseguido. El Clavo, sin embargo, era (y lo sigue siendo) un antiperonista acérrimo.

Cuando formamos la agrupación en el barrio, intentamos incorporarlo, charlamos varias veces y tuvimos una larga reunión en Plaza Moreno. Pero se mantuvo en una posición irreductible “Perón es un demoliberal burgués” era su sentencia inapelable; por eso siguió inclinado hacia el trotzkismo, aunque en una organización muy chica pero bastante coherente, porque al menos tenía unos cuantos trabajadores, no como otras que se proclamaban partidos obreros y no habían visto una fábrica ni en las fotos. Si hasta el Clavo mismo terminó convirtiéndose en un trabajador, mucho mejor que yo, por ejemplo. Y mucho más coherente, sobre todo, que muchos de quienes se reían de él.

El Clavo sigue siendo el Clavo y eso es lo maravilloso: no ha cambiado en lo sustancial, en alguna esquina del centro siempre me lo encuentro haciendo su trabajo, rezongando y riendo como en la esquina del barrio. Y con una altura más imponente de la que tenía; su consecuencia hizo que a la estatura del cariño, uno le agregara la de la admiración.

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