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Primer año

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En ese primer año de 1968 ingresamos como trescientos: once divisiones de unos veinticinco a treinta alumnos cada una. Y de tarde. Primer y segundo año eran exclusivamente de tarde. En la división nuestra, Primero Novena, la que me tocó cuando pedí cambiarme para estar con Joaquín, había varones y mujeres; era una de las dos de primer año en las que había mujeres; en las demás, únicamente varones. Salvo los que venían de la Escuela Anexa, que habían ingresado sin examen y se conocían desde hacía años, éramos todos desconocidos. Y veníamos de toda la ciudad, había también alguno de Berisso y hasta dos que viajaban en tren diariamente desde Bavio. El agrupamiento natural se daba a partir del colectivo. Quienes tomábamos el mismo colectivo para ir a nuestras casas casi inevitablemente nos íbamos aglutinando.

Los que estaban más cerca de mi casa eran El Pato, El Gordo y Omar, que habían sido compañeros en la primaria, en la Escuela Dieciocho. Los tres se iban en el ocho, que para mi era muy embolante porque daba una vuelta larguísima desde el Nacional hasta el Cementerio, pasando por el Policlínico y por la cancha de Estudiantes. Pero me gustaba irme con ellos, aunque caminando un poco tuviera como alternativas tomar el seis en diagonal 80 o el sesenta y uno en calle7. Y así nos fuimos haciendo amigos. Además, sobre todo Omar y al Pato, también eran futboleros. Omar había jugado en Los Ángeles Azules, uno de los mejores equipos de baby-fútbol de La Plata. Para jugar ahí había que ser bueno en serio y eso le abría un crédito especial en mi consideración. El Pato no había jugado en ningún lado pero aseguraba ser un crack en el Parque Saavedra y la Plaza Sarmiento.

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