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Ruben, con acento en la u

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Uuuy, mirá, el hijo del capitán Di Paola dio mal... y el de Corbelli tampoco entró. Ruben también dio el examen de ingreso. Toda esta parte tuve que escribirla de nuevo. Se me perdió al romperse el disco duro de mi vieja computadora y me da rabia no poder encontrar en la mente la forma en que había llegado a contar el orgullo del padre de Ruben y me está costando encontrar las palabras. Porque para don Eusebio Álvarez el hecho de que su hijo hubiese dado bien el examen era mucho más que una satisfacción, era como una revancha de toda la vida.

Él, que había tenido que soportar que los oficiales lo miraran desde arriba siempre, por tener unas jinetas más, ahora tenía la íntima satisfacción de saber que su hijo había demostrado ser más capaz. Allí, donde no valían los grados jerárquicos de los padres, ni la posición social, ni el color de la piel, ni nada más que la pura y descarnada verdad, ahí su hijo había triunfado. Aunque los otros padres fueran oficiales y el suyo suboficial, aunque los otros vivieran en el centro y él en un barrio, aunque los otros fueran blancos y él fuera negro. El listado era implacable, los militares estaban en el gobierno y lo controlaban casi todo, pero la inteligencia se les insubordinaba siempre. Seguía siendo democrática y caprichosa; en el país todavía quedaba bastante y a Ruben, su hijo, le tocó una parte más grande que a los hijos de los oficiales.

Ruben era de mi barrio, pero hasta entonces nuestro único contacto había sido a través del fútbol, que lo era casi todo. Él iba a un colegio de curas, el San José, y yo a la Cuarenta y dos, estatal. Estaba un poquito mejor económicamente que muchos de nosotros, pero tampoco tanto; aun así, eso establecía cierta diferencia con los demás. Siempre andaba vestido de manera impecable, aunque eso a nadie le importaba, pero no prestaba la pelota y eso si que no se lo perdonábamos. Decía que era porque el padre no lo dejaba, el padre era suboficial de la Marina y era muy exigente con él, lo tenía recagando; pero la verdad es que él no llevaba su número cinco flamante, de gajos blancos y negros, porque no quería que se le rayara.

Verdadero malabarista, hacía jueguito hasta con las mandarinas, pero en la cancha era muy frío y por eso se ligaba nuestras puteadas y las de los ocasionales espectadores. Como en el campeonato del Fortín de Zona Sur, cuando se turnaron para martirizarlo entre el padre y el resto de la hinchada: la hinchada le pedía que corriera, que bajara a ayudar en defensa, y el padre le decía que se metiera en el área. Lo enloquecieron tanto pobre que terminó perdido. Le decíamos así, Ruben, con acento en la u y no en la e final, y a partir de que ingresamos al Nacional, aunque estábamos en divisiones diferentes, fuimos compartiendo cada vez más cosas, hasta convertirnos casi en hermanos.

Por algo habrá sido

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