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Luz del sol en Londres

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Siempre acatarrado.

Desde la ventana de mi cuarto yo veo el Sol todas las mañanas. Está a dos pasos de mí, colgado en un cielo muy bajo. Yo lo miro fijamente, y con tanto desprecio, que, a veces, el Sol se achanta y se tapa la cara con una nube. El Sol inglés no tiene dignidad personal. ¿De cuándo acá nuestro Sol hubiera tolerado más de un segundo la mirada de nadie? Entre nosotros, sólo un gran poeta puede alzar su vista a la altura del Sol, y si le dirige la palabra, ha de ser en verso, de once sílabas por lo menos.

Yo no soy un gran poeta, sino un simple periodista, y, sin embargo, yo puedo ponerme a hablar mano a mano con el Sol desde la ventana de mi cuarto, al Noroeste de Londres. El otro día, despreciando sus rayos fementidos, encendí la chimenea en sus mismas narices y le dije:

—Acércate un poco y te calentarás.

El Sol español me hubiera abrasado ante una ofensa tamaña. El Sol inglés no tiene ya orgullo ninguno. Ha perdido toda su fuerza moral en el firmamento, de tal modo, que algunas estrellas salen muchas veces y se ponen a brillar a su lado, con una impertinencia insoportable. Yo creo que padece del reuma. Por lo menos, está siempre acatarrado. Cuando lo veo asomar tímidamente a mi ventana, con la nariz encarnada, cómo la mía, me dan ganas de ofrecerle un sorbito de whisky para hacerle entrar en reacción.

¿Cómo quieren ustedes que los ingleses no sean patosos y que las inglesas no sean frías si el Sol de Inglaterra está tan mal imitado? Este país nunca podrá dar gran cosa de sí. Aquí no habrá jamás revoluciones románticas ni crímenes pasionales, y, sobre todo, no habrá generosidad. Se es mucho más generoso en el verano que en el invierno, y en Madrid que en Londres. Los grandes móviles de la generosidad humana son el Sol y el vino de Jerez. El invierno es la época del egoísmo. El hombre se hace casero, es decir, conservador, y no se mueve de al lado de la chimenea. Atiza los tizones y se siente encantado de su propio bienestar al pensar que, en la calle, una infinidad de desgraciados se soplan los dedos para meterlos en calor.

¡Ah! ¡Sol inglés…! Tú no serás nunca el Sol de la libertad, como lo ha sido el Sol de Francia, ni el Sol de la alegría, ni el Sol del amor, ni el Sol de la fe. Hay quien dice que eres el Sol de la Justicia. Tal vez. En todo caso, la Justicia es una misión demasiado fría y demasiado metódica para una cosa tan magnífica, tan brillante, tan ardiente y tan generosa como debe ser un Sol.

Julio Camba: Obras 1916-1923

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