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Restrepo el infatigable

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El último modernista.

Estaba yo leyendo un periódico de Madrid, donde se pedía el premio Nobel para Galdós, cuando me anunciaron la visita de mister Restrepo. Este Restrepo ha sido un personaje extraordinario en la vida literaria madrileña. Sus aventuras le valieron el sobrenombre de Infatigable, con el que ha pasado a la Historia.

Un día, Restrepo desapareció de Madrid. «Probablemente —decía un cronista recordándolo—, Restrepo estará ahora en un pequeño pueblo de provincias, almorzará todos los días y llevará las botas perfectamente remendadas». Cuando se publicó este artículo, Restrepo se encontraba en París, y su indignación fue espantosa.

—¡Ese imbécil! —me decía, hablando de su biógrafo—. ¡Que yo llevo las botas remendadas! ¡Que yo almuerzo todos los días…!

Y en su ira, Restrepo, que había puesto los pies sobre una silla, accionaba con ambos dedos gordos.

—¡Que yo estoy en un pueblo de provincias…! Le he puesto una cartita que le va a escocer. ¡Una cartita fechada en París! ¡¡En París!!

Me vine a Londres, y un día, en una librería española que hay aquí, unos hombres con muchos bigotes hablaban de Marcos Zapata. Yo entraba en el momento preciso en que Restrepo decía:

—¡Ese Zapata es un majadero!

—¡Hombre! ¡Restrepo! ¿Usted por aquí?

—¡Psch! Para que diga aquel imbécil que yo estoy en un pueblo de provincias…

—¿Y dónde vive usted?

Con cierto rubor, Restrepo me confesó que vivía en casa de una señora malagueña que tiene un boarding house en Brunswick Square. Allí Restrepo decía todas las noches:

—Yo les aseguro a ustedes que ese Canalejas…

Y éste es el personaje cuya visita me anunció la criada de mi casa cuando yo leía en un periódico de Madrid lo del premio Nobel para Galdós.

—Acabo de tener una discusión terrible —me dijo Restrepo.

—¿Pues…?

—Figúrese usted que un alemán que hay en mi casa se puso a decir que en España teníamos una gran figura literaria. Yo le pregunté cuál era, y él me dijo que era Echegaray. Me eché a reír: «Echegaray es un idiota», le contesté. Me quisieron comer. ¿Usted no se acuerda de un tratante en granos que viene conmigo, un tío muy pequeño, con una barba partida? ¡Pues habrá usted de haberlo visto! Que parecía mentira. Que yo era un mal español y un renegado. Que tenían que venir los alemanes a descubrir nuestras glorias y que todavía nosotros protestábamos. Ese tratante — añadió Restrepo con un gesto definitivo— es el español prehistórico. Yo salí de mis casillas y les hablé de Villaespesa. Villaespesa sí que es un poeta —les dije—, y no esa porquería de Echegaray. ¿Sabe usted lo que hicieron entonces? Mirar en un diccionario enciclopédico a ver si encontraban a Villaespesa. En fin, que si no me voy de allí, me lío a golpes con todos. He tomado un berrenchín terrible. Claro que la culpa me la tengo yo por meterme a hablar de literatura con esos bárbaros. No lo volveré a hacer en mi vida.

—Sí, Restrepo. Lo volverá usted a hacer. Usted es el Infatigable.

Restrepo estaba fuera de sí. Restrepo es, tal vez, la única persona en quien subsisten aún las ideas literarias de la antigua tertulia de Candelas, cuando Rubén Darío acababa de llegar a Madrid y Orts Ramos hablaba del desdoblamiento, y otro catalán, que se llamaba Cuenca, decía que había que vivir la vida vivida. Todas aquellas ideas han evolucionado en todos aquellos hombres, menos en Restrepo. Restrepo salió de Madrid, y hoy, en Londres, sigue hablando contra «esos congrios que lo ocupan todo». Esos congrios son Sellés, que no ocupa nada, y Ossorio y Bernard, que se ha muerto, y Troyano, que está retirado, etc. Otras veces habla del público rutinario que no entiende a Benavente, porque Restrepo no se ha enterado de que Benavente llena hoy todos los teatros de Madrid.

Restrepo es el Infatigable. Dentro de treinta años, cuando eso del modernismo sea una de las antiguallas mayores de España, Restrepo seguirá declarándose modernista y diciendo:

—Nosotros los de la novísima generación…

No sólo Galdós, el mismo Benavente habrá recibido el premio Nobel, y Restrepo seguirá combatiendo en contra de «esos viejos que lo acaparan todo y no le hacen plaza a un muchacho del talento de Benavente».

—¡El gran Restrepo! ¡Restrepo el Infatigable!

Julio Camba: Obras 1916-1923

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