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La cola de los teatros

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Los Tribunales han condenado la cola del Palladium. Yo no sé si tienen ustedes idea de lo que son estas colas que se forman en Londres a la puerta de los teatros. Un señor dice hoy muy serio en Daily News que «the querre» —la cola— representa la civilización inglesa. Representa desde luego el orden y la disciplina. El principio de la cola de un teatro —me refiero al principio moral— es éste: «First come, first sewed», en oposición al de «every man for himself». En la cola de un teatro inglés no vale ser fuerte, inteligente ni vivo. Lo único que vale es llegar temprano. Un tullido que tome puesto en la cola primero que un hércules, entra en el teatro antes que él. La cola inglesa no tiene comparación posible en España más que con los puestos por escalafón, donde no se recompensa al más bruto, como opinan algunos, sino al más antiguo. Para el buen orden de la cola inglesa se sacrifican todos los méritos individuales. Realmente, aquí no se reconoce más que un mérito individual, que es el de tener dinero. Se supone que el que tiene dinero compra una localidad cara, y todos los que no tienen dinero para tomar una localidad cara, pues todos son iguales en la cola.

Por estas razones, dice el comunicante de Daily News que la cola es la civilización inglesa. Si no es la civilización inglesa precisamente, es la cola de la civilización inglesa. Las gentes verdaderamente civilizadas tienen sus asientos reservados en los teatros y entran cuando quieren.

Por lo que respecta a la cola del Palladium, las autoridades no han hecho más que condenarla en beneficio del tránsito y atendiendo a quejas del comercio; pero sí que esta condena atañe en lo más mínimo a la filosofía de la cola en sí. Han condenado la cola del Palladium por circunstancias especiales; pero la cola de los teatros en general, la cola como representación de los principios morales ingleses, esa permanece sagrada. Porque la cola tiene un sentido filosófico y un aspecto pintoresco. Artistas callejeros, que no pueden trabajar para el público en los teatros, se ponen a trabajar para la cola. El público de la cola está más horas formando cola que viendo la función; así es que no le basta el espectáculo teatral, sino que necesita también un espectáculo como cola. Para subvenir a esta necesidad vienen los artistas ambulantes: un tío que toca el acordeón, una vieja que canta romanzas, un acróbata, un escocés con una gaita, un negro de hollín, medio desteñido por la lluvia, que baila el cake-walk; una adivinadora, un tenor italiano… Durante dos o tres horas se arma en la calle una algarabía terrible. Los comercios no pueden vender. Los artistas, de cuando en cuando hacen una colecta más o menos fructuosa. La cola goza lo indecible, hasta el punto de que yo creo que muchos no hacen cola para entrar en el teatro, sino simplemente por el placer de hacer cola, que es un placer muy dentro del gusto inglés.

Y aunque yo no esté conforme con la filosofía de la cola, yo adoro su aspecto pintoresco. Por eso siento la desaparición de la cola del Palladium, que era, tal vez, la más típica de todas.

Julio Camba: Obras 1916-1923

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