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La mentira sobre el tabaco
ОглавлениеLos smoking-rooms.
Cuando vengan ustedes a Londres y vean en algún departamento de cualquier restaurant un letrero que dice Smoking-room, no hagan ustedes lo que un amigo mío que, como estaba de americana, no se atrevió a entrar. Smoke significa humo, y Smoking, humeando, y Smoking-room habitación humeante. Por supuesto que este humo es humo de tabaco. Todas las habitaciones de Londres están llenas en esta época de humo de carbón, y, sin embargo, no todas son Smoking-rooms. Si ustedes añaden en alguna de ellas una bocanada de humo de tabaco al humo de la chimenea, tendrán que pagar cuarenta chelines de multa.
Acabo de leer un artículo muy curioso sobre la prohibición de fumar en los ferrocarriles ingleses. Resulta que sólo un dos y medio por ciento del promedio de viajeros pertenece a la categoría de no fumadores. Sin embargo, en trenes de cincuenta vagones no suele haber más de dos departamentos smoking. Estos dos departamentos se llenan inmediatamente, y la mayoría de los fumadores tienen que sacrificarse en aras de unos no fumadores hiperbólicos.
¡Con lo largos, con lo aburridos que son los viajes en ferrocarril! ¡Cuando hasta el mayor enemigo del tabaco le pediría un pitillo al vecino de enfrente para matar el tiempo! Es absurdo, pero es así. Al hacer el reglamento de ferrocarriles, los ingleses han supuesto una mayoría de no fumadores. Esta mayoría no existe, pero debiera existir.
Ya que no tenga existencia real, se le ha dado una existencia legal, y, como los ingleses son tan respetuosos de la ley, se echan al coleto viajes de quince horas sin encender un pitillo, para no molestar a un no fumador inexistente. ¡Civismo admirable que sólo se ve en Inglaterra!
En España y en Francia, un departamento es de fumadores o de no fumadores, según esté o no ocupado por personas que fumen.
Yo hice un viaje de París a Dieppe, bajo la etiqueta de no fumadores, y, sin embargo, encendí un pitillo. Ningún francés protestó; pero un inglés que estaba enfrente de mí, me llamó la atención. Yo no tuve más remedio que arrojar el pitillo por la ventanilla. El inglés, muy contento, se arrellenó y se puso a dormitar. A la media hora roncaba. ¡Con qué satisfacción le di una palmadita en el hombro!
—Perdone usted. Está usted roncando.
—Es que tengo un perfecto derecho a dormir.
—Tiene usted derecho a dormir, pero no lo tiene usted a roncar. Váyase usted a un departamento de roncadores.
—Yo no molesto a nadie.
—Molesta usted a todo el mundo.
Los franceses se pusieron de mi parte. El inglés dijo que no roncaría, pero que dormiría. Cinco minutos después roncaba como un elefante.
—Espece d’artiste —le dije—. Acaba usted de soltar un do de pecho.
El inglés se moría de sueño, pero no pudo dormir. Seguramente, el acto de roncar le producía a él un placer mucho más intenso del que me hubiera producido a mí el acto de fumar. Sin embargo, dejó de roncar para que yo no fumase. Llegamos a Dieppe y nos embarcamos. Yo instalé mis bártulos en un camarote y subí a cubierta. El inglés, despejado con los aires del mar, estaba allí fumando una pipa. El humo del tabaco no le molestaba absolutamente nada. Si había protestado de mi pitillo no había sido por él, sino por el no fumador hipotético. Ante todo, la observancia de las leyes.
El autor del artículo a que he aludido antes protesta contra la prohibición de fumar que existe para los viajeros no sólo en los coches, sino en las salas de espera, en las cantinas de las estaciones y en todas partes. A mí un inglés que protesta me parece siempre muy original. ¡Poor lady Nicotine! —dice el articulista—. Y el caso es que el tabaco es un gran estimulante del idealismo, y que en este sentido convendría mucho protegerlo aquí.
Lady Nicotina, como otras muchas ladys, no menos voluptuosas, tiene infinidad de adoradores en Inglaterra; pero legalmente se supone que no. Con que no se fume de un modo oficial, para los ingleses es como si no se fumara. Y así sucesivamente.