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Espíritu británico

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Gentleman cambrioleur.

Un pueblo es grande no sólo por sus virtudes, sino por sus defectos, y por sus bandidos tanto como por sus santos.

Así, cuando se admira a un pueblo, se le admira por todo. Yo soy un gran español, y no me enorgullezco menos de mi paisanaje con José María el Tempranillo que con don José Zorrilla, pongamos por caso.

Los dos son románticos, ardientes, generosos. Los dos representan la raza de la misma manera.

—¡José María, el Tempranillo! —me dice un admirador de espíritu sajón—.

¡Quite usted! En el fondo, ese pobre José María era un sentimental.

Y acto seguido me describe el tipo del gentleman cambrioleur, frío, elegante, correcto, sin calañés, ni bigote, ni polainas, afeitándose todas las mañanas y poniéndose el frac todas las noches.

Ha pasado la moda del bandido español y ha llegado la del bandido inglés. Antes se representaba Carmen en Inglaterra. Ahora se representa Raffles en Madrid. Como es natural Raffles no tiene música, porque los bandidos ingleses no la necesitan. Se ha empezado admirando a los filósofos ingleses, y se ha acabado por admirar los bandidos de Inglaterra, lo cual no es tan extraño como puede parecer a primera vista. En el fondo lo que se admira es el espíritu británico. Se admira a Inglaterra y se le admira por sus malas tanto como por sus buenas cualidades. Si se la odiara, se la odiaría en igual forma. En esto no hay razonamientos que valgan. La simpatía o la antipatía son más fuertes que uno.

Así, el amigo a quien he aludido antes, influido por la lectura de Carlyle, se ha hecho un partidario entusiasta del gentleman cambrioleur. Él quisiera que nuestros bandidos fuesen así, lo mismo que le gustaría ver a nuestros políticos gobernando a la inglesa, y a mí estas pretensiones me parecen absurdas. ¿A quién se le ocurre vestir de frac a los bandidos de Sierra Morena? Esto sería tan disparatado como vestir a Raffles con polainas y calañés, montarlo en un caballo y darle un fusil para que se echase a robar por Londres. Cada pueblo tiene los bandidos que necesita. En España un bandido inglés no sacaría dos reales. Ahí los bandidos deben ser vistosos, valientes, enamorados y generosos. Lo requiere el escenario, y también lo requiere el público, que lejos de denunciar, protege muchas veces a los bandidos que le son simpáticos. Al bandido inglés le falta corazón para tener éxito en España. Es demasiado frío y demasiado lógico. ¿Que no tiene remordimientos? No los tiene, porque carece de imaginación, y la falta de imaginación le perjudicaría mucho en esa tierra de improvisaciones. Por lo demás, ¡bueno se le iba a poner el frac en Sierra

Morena al gentleman cambrioleur en menos de un par de días!

Es inútil. Si acaso, admiremos a los bandidos ingleses en Inglaterra como una curiosidad del país; pero no intentemos trasladarlos a España. No nos convienen de ningún modo.

Julio Camba: Obras 1916-1923

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