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Cómo escribo los artículos

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—¿Cómo hace usted sus artículos? —pregunta un periódico.

Para hacer mi artículo yo me encierro por las tardes en un cuarto con un poco de papel, como para hacer otra cosa pudiera encerrarme en otro cuarto con otro poco de papel. Allí comienzo a hacer esfuerzos y el artículo sale. Unas veces sale fácil, fluido, abundante; otras sale duro, difícil y escaso, pero siempre sale.

Yo llevo ya diez o doce años haciendo artículos. He adquirido la facultad de convertir todas las cosas en artículos de periódicos. Ya pueden ustedes darme las cosas más absurdas: un gabán viejo, un par de gemelos de teatro, una máquina de afeitar, un pollo asado, una mujer bonita… De cada una de esas cosas yo les haré a ustedes una columna de prosa periodística, o, si ustedes lo prefieren, les haré la columna de todas esas cosas juntas. El articulista es algo así como el avestruz. El avestruz lo convierte todo en cosa de comer y lo digiere todo: el articulista lo reduce todo a un artículo de periódico.

Yo lo mismo hago un artículo con una noticia de tres líneas que leo en el Daily Telegraph, que con las obras completas de Voltaire. Yo me voy al mar, por ejemplo. No cabe duda que el mar es una cosa grande y hermosa. Pues para mí como si fuese un sombrero de paja. Toda su hermosura y toda su grandeza yo la reduzco rápidamente a una columna escasa de un periódico; mando las cuartillas a su destino, y ya se han acabado para mí los encantos del mar, las mujeres bonitas, y como las mujeres bonitas las obras maestras, y como las obras maestras las catedrales góticas, y los buques de guerra, y los campos sonrientes, y la primavera, y las fiestas movibles, y todo. El articulista no puede gozar de nada, porque todo, en su organismo, se vuelve literatura, así como esos enfermos que no gozan de ninguna comida porque todas ellas se les convierten en azúcar. Esos enfermos son fábricas de azúcar y nosotros somos fábricas de artículos.

¡Qué cosa monstruosa, ridícula y triste esta información espiritual del hombre que hace un artículo diario! Y menos mal cuando hay quien lea el artículo en cuestión, porque entonces uno puede consolarse pensando que el lector es todavía más desdichado que uno.

Luego esto de escribir artículos para periódicos es como trabajar en público. A mí me parece, cuando escribo, que escribo en un escaparate, como unas muchachas que escriben en unos escaparates de Londres para hacer la réclame de unas plumas estilográficas, y que todo el mundo me ve. Entonces me siento invadido de vergüenza.

—¿Cómo hace usted sus artículos? —pregunta el periódico inglés. Los escritores ingleses hacen tres o cuatro artículos mensuales. Así, uno de ellos ha podido permitirse el lujo de contestar:

—¿Mis artículos? Yo los hago bastante bien.

Julio Camba: Obras 1916-1923

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