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La indiferencia inglesa

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A veces está uno en un restaurant, y llega un inglés y se le sienta a uno en la mesa sin saludar, sin pedir permiso y sin mirarle a uno. Es el inglés despectivo. Su ideal, mientras permanece a nuestra mesa, es demostrar que no está enterado de nuestra existencia. Para realizarlo, el inglés se obstina en no mirarle a uno, y esto le cuesta un trabajo terrible. Frecuentemente desdobla un periódico y se pone a leer; con el periódico interpuesto entre él y nosotros, el inglés puede abstenerse de mirar a los lados y evitarse una tortícolis; pero este ardid resulta cómico. ¿Qué lee el inglés?

¿Una noticia acerca de Caruso? ¿Un telegrama sobre los patagones? ¡Mire usted que enterarse de las vicisitudes de los patagones, que están tan lejos, sólo por no transigir con uno y reconocer, mediante una palabra o con un simple gesto, la realidad indudable de nuestra existencia!

Nosotros ya sabemos que no le hemos sido presentados al inglés; pero ¿es que alguien le ha presentado a las personas de que habla el periódico?

Yo gozo mucho con estos ingleses. Les dejo hacerse la ilusión de que no existo, y cuando el inglés despectivo está casi penetrado de esta ilusión, entonces voy y le piso un callo. No lo hago por venganza, sino para demostrar mi existencia de un modo experimental.

I am sorry —digo.

A veces el inglés hace un ademán vago como diciendo:

—Usted se figura que me ha pisado; pero yo no puedo creer en el pisotón de usted, porque, como yo no le conozco a usted oficialmente, usted no existe para mí.

Esto puede decir el ademán del inglés, o bien esto otro:

—Si usted existiera para mí, si yo pudiera tomarle a usted en cuenta como un ser viviente, ¡de qué modo tan admirable yo le boxearía a usted!

Otras veces el pisotón no le deja al inglés lugar a dudas. Tiene que rendirse a la evidencia de nuestros pies, y cuando se cree que uno tiene pies, pues se cree que uno existe y que uno es susceptible de escribir artículos de periódicos.

Lo más divertido es ver a dos ingleses despectivos juntos. Cada uno se esfuerza en demostrar una indiferencia absoluta del otro. Si el uno tuerce el pescuezo hacia la derecha, el otro lo tuerce hacia la izquierda.

Así permanecen dos, tres, cinco minutos. Luego cambian. Se les ve pendientes constantemente al uno del otro para dirigirse un desdén recíproco. Ambos miran a las otras mesas; ambos leen sus periódicos, se interesan por todo lo que pasa en uno y otro hemisferio; pero ninguno se digna tomar en consideración a su vecino inmediato, al que comparte la mesa con él. Cada uno de ellos parece decirle a la Humanidad:

—Yo no sé que haya nadie sentado a mi mesa. ¿Ven ustedes este señor que está sentado a mi mesa? Pues yo no tengo la menor noticia de él. Fíjense ustedes bien.

¿Verdad que no se nota que yo le haya visto? Ustedes no saben la indiferencia que me inspira este señor. Si ahora se muere de repente, pues me quedaré tan fresco, y seguiré fumando mi pitillo. Este señor no tiene realidad ninguna de mí. Lo más insignificante que hay para mí en el mundo es este señor que tengo enfrente. No. No crean ustedes que me molesta. Ni me molesta ni me agrada. No existe. Por lo menos yo no me doy cuenta de que existe. ¿Es que no se nota bien claro que yo no me doy cuenta de que existe?

Julio Camba: Obras 1916-1923

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