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El juego del ajedrez
ОглавлениеEl vencedor de Chess Club.
Si yo me hubiera puesto hace dos días a escribir acerca del ajedrez, yo hubiera dicho que el ajedrez es el juego inglés por excelencia. Como de costumbre, hubiera hablado del clima, y hubiera dicho que el ajedrez no puede desarrollarse en los países cálidos ni en aquellos en que los cambios de temperatura son violentos e irritantes. Hubiera demostrado que el ajedrez, juego de paciencia, necesita un ambiente apacible, donde los nervios del jugador estén perfectamente tranquilos. Hubiera hablado del at home inglés, de la serenidad, de la ecuanimidad inglesas, del aburrimiento de Londres y de todo lo demás. Hubiera aprovechado la ocasión para hacer un poco de psicología del espíritu británico y del espíritu español. «Los españoles —hubiera dicho— podrán triunfar de los ingleses en un juego de improvisación y de audacia, pero no en juego de cálculo y de reflexión». Luego hubiera intentado darle al artículo cierto interés político y hubiera añadido, no sin un poco de malicia, que en cuantas partidas de ajedrez emprendamos con Inglaterra llevaremos, desgraciadamente, todas las de perder.
Esto hubiera escrito yo hace un par de días si se me hubiese ocurrido la idea de hablar acerca del ajedrez. Pero he aquí que llega a Londres don José de Capablanca, que se va a Chess Club, donde se reúnen los más terribles ajedrecistas de Inglaterra, que se pone a jugar con ellos y que los maja. El Evening News de ayer publica, con todos los honores, el retrato del vencedor. Muchos otros periódicos insertan su biografía.
Don José de Capablanca no es un español precisamente, sino algo mucho más tropical todavía. Es un cubano. Hace algún tiempo luchó en San Sebastián con catorce grandes ajedrecistas y sólo sufrió una derrota. No es un hombre viejo, reflexivo y lleno de experiencia, sino un joven lampiño que está estudiando la ingeniería de minas. Si abandona su carrera para dedicarse al ajedrez, ganará el dinero a espuertas.
A mí este vencedor del Chess Club me parece un compatriota, tanto por su origen como por su Capablanca, y su victoria no ha dejado de producirme cierta satisfacción. Hay que advertir que don José de Capablanca no juega a la inglesa, sino a la española o a la cubana. Confía más en el golpe de vista, que en la reflexión. En sus jugadas es rápido y atrevido. Es lo que podría llamarse un improvisador del ajedrez. El Evening News, que le dedica una larga información, está maravillado.
¿Quién ha dicho que se ha acabado la época de nuestras conquistas? ¿Quién ha osado afirmar que la impetuosidad, la audacia y el espíritu improvisador de la raza no pueden obtener ya triunfos ningunos en el mundo? Lean los pesimistas la reciente hazaña de don José de Capablanca y recobren la fe perdida: esa fe tan necesaria en el ajedrez como en todo.