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De madrugada Ímogen volvió a despertar perturbada y sudosa a causa de la misma pesadilla. Parecía que el calmante que le había hecho tomar su madre había surtido efecto pues el tremendo dolor de cabeza había remitido satisfactoriamente. Se sentó al borde de la cama. Otra vez el mismo sueño.

Maldito Ricard.

Como sólo había cenado un triste vaso de leche ahora le rugía el estómago como un león salvaje. Bajó silenciosamente a la cocina y se hizo un sándwich de jamón dulce y mantequilla que acompañó con un vaso de zumo de naranja. Sentada a la mesa, bocadillo en mano y mirando el fondo del plato completamente absorta, vio algo más, una nueva perspectiva de la acción del sueño.

La nebulosa alrededor de Ricard y de la niña morena se había disipado y ahora podía ver el interior de la vivienda de su vecino. ¿Por qué intuía que era su casa? Ella no había estado nunca allí. ¿O sí? Qué confuso parecía todo… De hecho, podría ser un lugar imaginario dado que a fin de cuentas no era más que un sueño. Contempló el fondo del plato como si allí se hallaran todas las respuestas, como si la porcelana del mismo fuese un escenario donde se representaran los hechos de aquella pesadilla… y logró distinguir otros detalles.

Detrás de Ricard había una puerta blanca de madera medio abierta; aunque se percibía cierta iluminación en su interior, no alcanzaba a vislumbrar lo que había ni qué tipo de estancia era. A la izquierda de la imagen había una mesa de metal o de plástico, quizá una o dos sillas… A la derecha había una superficie de mármol, una fregadera… ¡Exacto! Estaban en la cocina.

No consiguió identificar nada más; se dio por vencida y una vez que acabó con el último bocado de su tentempié, se volvió a la cama donde, ahora con la barriga llena, cayó rendida en cuestión de minutos.

***

Era de esperar que a la mañana siguiente se despertara más tarde de lo habitual; apareció sobre las doce del mediodía en el salón y se sobresaltó al encontrarse allí a su madre sentada con un café con leche, pensativa.

—¡Dios mío! Casi me matas del susto… ¿Pero no trabajas? Hoy es lunes…

—Es mi primer día de vacaciones —le aclaró con una sonrisa—. Te recuerdo que estamos en verano, en agosto precisamente… no sólo vosotros tenéis descanso.

—Ah, sí, es cierto, algo mencionaste el otro día.

Laia no salía de su asombro, Ímogen nunca se levantaba tan tarde; realmente la insolación le había afectado. Se incorporó para palpar la frente de su hija pero la temperatura era normal.

—Me encuentro mucho mejor, mamá.

—Pero hoy te quedarás en casa ¿de acuerdo? Me lo prometiste…

—Sí, tranquila. Tampoco me apetece salir —replicó la niña, caminando hacia la cocina para comer algo.

Cada vez estaba más convencida de que Bernal tenía razón. ¿Qué adolescente prefiere quedarse en casa estando de vacaciones, con la vida llamándola a gritos desde el exterior? O eso, o no se encontraba tan bien como decía. Siguió a su hija con la intención de hablar un poco más con ella. Sus movimientos al prepararse el desayuno eran lentos como los de un oso perezoso, el cuerpo parecía pesarle doscientos kilos de más. Extrañada, Laia preguntó:

—¿Estás cansada? Has dormido muchísimas horas ¿no?

—No sé… —respondió, encogiéndose de hombros.

—¿Pero has dormido bien o no?

—Sí, sólo es que me desperté de madrugada con una pesadilla.

—Vaya… ¿Qué soñaste?

Los pocos segundos de silencio que Ímogen guardó antes de responder le pusieron los pelos de punta.

—No lo recuerdo —se excusó sin mirarle a la cara—. Era todo muy borroso.

—Ya…

Su madre la observaba desde la silla y, cuando la niña se sentó frente a ella con el cuenco de leche y copos de avena, pudo apreciar las ojeras que ésta presentaba.

—Cariño, no haces buena cara —expresó preocupada—. No lo entiendo. Te dejé en la cama a las diez y son las doce, pero no pareces descansada.

—Ya te digo, tuve una pesadilla —respondió la hija con aspereza entre cucharadas colmadas de cereales.

—Pero, vamos, ¿tanto rato te mantuvo despierta?

—Bueno, pues, bajé a comer algo, fui al baño, no sé… entre unas cosas y otras, me despejé un poco, la verdad —confesó la niña.

—¿Tan terrorífico era el sueño?

Ímogen apoyó la frente en la mano, mirando el desayuno y comiendo. Suspiró antes de contestar.

—Te estoy diciendo que no recuerdo nada —replicó de mal grado.

Laia dio un sorbo al café con leche. No había nada que rascar, nada en absoluto. Si persistía en el intento, sólo conseguiría recibir una salida de tono por parte de Ímogen pues era obvio que se estaba hartando del interrogatorio. Se sentía impotente al pensar que, por el motivo que fuera, su hija no confiaba en ella como para mostrarle sus temores, si es que los tenía. Ni sus alegrías, dado que tampoco le había explicado lo del novio. Intentó cambiar de tema tirando por ese derrotero.

—Por cierto, enhorabuena. —Hizo un tremendo esfuerzo para añadir una sonrisa a sus palabras y dejar de lado sus propios miedos: miedo a que su hija sufriera, a que le hicieran daño, a que se quedara preñada…

—¿Por? —preguntó la niña arqueando las cejas.

—Tu padre me ha contado lo de… Marc… —De repente Laia se arrepintió de haber iniciado la conversación y pensó que era un error dirigirse así a su hija, pues ella lo tomaría como una intromisión en su vida privada. Tenía sólo catorce años pero a veces parecía pensar como una adulta… Sin embargo, ahí también se confundió, y la reacción de Ímogen fue distinta a la esperada.

—Ah, sí… —la miró risueña—. No es nada serio… nos gustamos y estamos… saliendo.

Ciertamente no tenía la suficiente cercanía con Laia como para contarle según qué cosas; la veía demasiado estricta, siempre preocupada por lo que no era importante, como por ejemplo las notas de los exámenes. Confiscándole la agenda cada vez que le venía en gana sólo conseguía que la niña viera su privacidad absolutamente truncada a manos de su madre. De todas formas, no deseaba hacer nada a escondidas y le había hablado de Marc a su padre con la total certeza de que éste lo relataría todo a Laia, ahorrándose ella tal acción.

—Me alegro, cariño. ¿Es buen chico?

—Si te refieres a si fuma o se droga, entonces es buen chico porque no lo hace. Pero vamos, mamá, que no creo que me case con él —profetizó irónicamente.

—No, claro que no, eres muy joven y todavía tienes que conocer un montón de gente. Me basta con saber que no tiene malos vicios. —Pensó a la velocidad de la luz qué podría ser esencial para su hija, en un intento de aproximarse a ella—. ¿Es divertido?

—Sí, la verdad es que a menudo me hace reír; él y el payaso de su amigo, Gerard, que ahora está con Clara. Solemos salir los cuatro juntos.

—Sí, me lo ha dicho tu padre. Muy bien. El verano se te hará más… entretenido.

No tenía ni idea de cómo afrontar el posible riesgo de embarazo si es que su hija decidía llegar hasta ese punto de intimidad con el muchacho. ¿Cómo lo hacía con las chicas del gabinete? Allí era todo mucho más fácil; con ella tenía la sensación de que caminaba sobre arenas movedizas, de que iba a patinar y a hundirse de un momento a otro. Cruzando los dedos mentalmente, decidió dejar correr el asunto, al menos por ahora, y únicamente añadió—: Si crees que en algún momento te puedo ayudar o deseas consultarme alguna cuestión, aquí me tienes, ¿de acuerdo? Para lo que quieras.

—Gracias, mamá, lo recordaré —le prometió la niña, regalando a su madre una mirada sincera.

La niña más bonita de Alella

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