Читать книгу La niña más bonita de Alella - Lovelance - Страница 6
Оглавление2010
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La niña llevaba largo rato devanándose los sesos con las ecuaciones, calculando y borrando, pensando y anotando, sentada frente a un escritorio repleto de libros de texto, libretas de diversos colores, apuntes con tachones y demás papelotes escolares. Parecía muy atareada…
«¡Qué hartura de deberes! —se dijo asqueada con la frente apoyada en la mano y mirando el cuaderno con una mueca de agobio—. Esto no es vida, hombre, cada tarde el mismo rollo...». Con el fin de distraerse unos segundos, cogió el teléfono móvil de la mochila para ojear los mensajes de texto de sus amigas. En un momento, le cambió el semblante gracias a las frivolidades allí escritas.
A pesar de la primera impresión que pueda causar, Ímogen Valeiro, esta preadolescente de trece años, era una alumna de una inteligencia notable. De hecho, si el curso anterior repitió sexto de primaria no fue por tonta, ¡qué va!, fue por no prestar atención al profesor. Bueno, no exactamente; al profesor sí que le prestaba atención, que si se recogía el pelo en una coleta, que si llevaba camisetas sin mangas para lucir músculos, etc. Tonterías varias de la edad. Lo que no escuchaba como debía eran sus explicaciones sobre las materias. Por si eso fuera poco, dos de los tres trimestres escolares la colocaron al lado de una ventana.
¿Que qué importancia tiene este último detalle?
Pues que eso era una de sus aficiones favoritas; ahí tenía el despiste asegurado.
Se evadía durante horas mirando a través de un cristal, oteando el paisaje y todo lo que se movía en él, no sólo las vistas en la lejanía sino también los cercanos detalles a su alrededor. La muchacha contaba con una exacerbada facultad de observación que le permitía, por un lado, deleitarse con la naturaleza y, por otro, “leer” a las personas, dotada de una imaginación increíblemente volátil y vivaz en lo primero y de una habilidad inaudita para captar el más sutil detalle en lo segundo. Sin pretender ser chafardera, adivinaba sagazmente el lenguaje corporal de sus compañeros, advertía las idas y venidas de los vecinos, desvelaba sin esfuerzo cualquier tensión entre sus padres… Así, vislumbraba sentimientos escondidos, palabras no mencionadas y deseos reprimidos.
Aunque en casa del herrero, cuchillo de palo.
Tanta intuición para descubrir el interior de los demás y era incapaz de ver un recuerdo que habitaba en su propia mente.
Ímogen prometía belleza mediterránea a diestro y siniestro. Bastante alta, metro sesenta y cinco, esbelta pero con redondeces en las caderas y en el pecho, cabello castaño muy oscuro, casi negro, liso y largo hasta más de media espalda, ojos azabache, pómulos marcados, labios voluminosos… y aún no se había desarrollado del todo. Se vestía con el habitual “uniforme” de moda en el instituto: tejanos ceñidos y desgarrados por varias partes, una camiseta dos tallas más pequeña en verano, una sudadera dos tallas más grande en invierno y bambas de marca. Era el secreto objeto de deseo de varios de los enclenques compañeros de clase. El hecho de que fuera un año mayor que ellos aún la hacía más atractiva a los famélicos ojos de los muchachos.
Sin embargo, no por ello dedicaba el tiempo a menesteres que pudieran ser considerados precoces para su edad, como intimar en demasía con el sexo opuesto o consumir sustancias nocivas. Nada más lejos de la realidad. Era una niña seria, formal y, aunque le gustaba divertirse, actuaba siempre con sensatez. Tampoco era de las que se dejaban los pulgares pegados a la pantalla del móvil; mientras sus amigas, en su opinión, «perdían el tiempo» con el teléfono, ella disfrutaba asomada a la ventana aunque, según su madre, lo que hacía era eso mismo, «perder el tiempo» embobándose en lugar de estudiar.
Cursaba primero de la ESO en el Instituto Riera Fosca de Alella, donde se le antojaba que exigían el triple de deberes que en cualquier otro centro. Ahí estaba, hora y cuarto peleándose con los ejercicios de matemáticas... Y cuando terminara o se rindiera con los números, la emprendería con la redacción de inglés sobre su animal preferido. «Fácil: el pájaro —se le fue la vista involuntariamente hacia la ventana—, cualquier especie…», pensó. En ocasiones fantaseaba con ser un ave de grandes alas y volar por el cielo azul, oler la sal del mar desde el aire mientras surcaba el Mediterráneo.
Dejó el móvil y el lápiz sobre la mesa para masajearse las sienes. Lo hizo muy suavemente puesto que, si se presiona esa zona un grado de más, lo que se nota es el pulso temporal a ambos lados de la cabeza y lo que se obtiene es un dolor intenso en lugar de alivio. Un punto muy sensible, la sien, pero eso es algo que la muchacha aprendería más adelante.
Y lo haría de un modo brutal.
Obligándola a crecer de repente.
Echó un vistazo a la agenda y no pudo evitar una expresión de horror.
—¡Ostras! ¡El examen de castellano! —exclamó en voz alta.
Inteligente pero vaga en extremo, se sintió abrumada por las muchas faenas que se le acumulaban por delante. Deseó chascar los dedos y convertirse en adulta, con un grado universitario en el bolsillo y en la puerta de un rimbombante puesto de trabajo; todo hecho en un plis plas, sin tener que pasar por las insufribles tareas escolares.
¡Pobrecilla!
Desconocía que la escuela era con diferencia lo más llevadero de todo lo que se le venía encima.